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¿Qué se aprueba cuando se apruebe? Opinión

¿Qué se aprueba cuando se apruebe?

Jorge Costadoat
Por : Jorge Costadoat Sacerdote Jesuita, Centro Teológico Manuel Larraín.
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A estas alturas, es obvio que se votará Apruebo por una nueva Constitución. Pero todavía no es claro para qué se hará. ¿Para realizar cambios de verdad o para mantener las cosas más o menos igual?

Se puede votar Apruebo para no salir derrotado. En política es legítimo aspirar al poder o a no perderlo. Nos pueden molestar las movidas anfibias de algunos políticos, el manoseo de las palabras, pero cierta tolerancia con ellos en arenas tan movedizas es necesaria.

Independientemente de estos driblings políticos, hay buenas razones para votar Apruebo, razones por cierto de distinta naturaleza. Es atendible, aunque no suficiente, que haya gente que quiera sacudirse la Constitución del 80 por habérsele impuesto de un modo fraudulento. Pero este texto ha sido mejorado varias veces por los mismos que lo rechazaron en sus comienzos. No se podía hacer mucho más.

También es atendible sopesar que, de ganar el Rechazo, el país arderá como en octubre de 2019, e incluso peor. Las millones de personas que marcharon o golpearon las cacerolas a fines del año pasado pueden reaccionar malamente si, como resultado del plebiscito, queda bloqueada la posibilidad de hacer los cambios que se estiman indispensables. Aún más, debe haber gente que está esperando que gane el Rechazo para atacar las comisarías, arrancar los semáforos o saquear las tiendas. Pero el miedo a las revueltas sociales, aunque tenga fundamento in re, tampoco puede bastar.

Lo que han de contar son los argumentos de fondo. Uno de ellos es que la noción de Estado de la Constitución del 80 no da más. Esta versión de Estado no garantiza a los chilenos bienes fundamentales como la salud, la educación, la vivienda y las pensiones. A un nuevo tipo de Estado, por el contrario, puede exigírsele que se haga cargo de satisfacer y de financiar la provisión de estos derechos sociales.

En otras palabras, estas áreas tan fundamentales para la vida de las personas no debieran quedar entregadas a las empresas privadas, ya que estas operan como negocios y no como instituciones de bien público. Ellas no tienen ninguna culpa de hacerlo así, pues son empresas. Su primer objetivo es monetario. Otra cosa es que algunas engañen a las personas como lo han hecho.

Como contracara del término del Estado subsidiario de la Constitución del 80, la cual le deja entrar en acción cuando las empresas no prestan un servicio por no serles rentable, surge la posibilidad de dar el Apruebo a una nueva versión de Estado que, sin perjudicar en nada a la empresa privada y a la libertad del mercado, tenga la posibilidad de iniciar actividades industriales y empresariales que orienten el desarrollo del país. Una nueva Carta Fundamental pudiera declarar, por ejemplo, que las aguas son un bien de máxima importancia y obligar al Estado, por ende, a jugar un rol protagónico en su obtención y cuidado. Un país tan gravemente amenazado por la sequía, tendría que hacerlo.

Otro argumento de fondo para votar Apruebo es reconocer el carácter de pueblo a los mapuche y a otras etnias, al mismo tiempo que asegurar que el pluralismo cultural y religioso sea protegido y enseñado. Estos bienes merecen un reconocimiento al más alto nivel. Los chilenos necesitan interiorizar en el fondo de su alma al diferente e incluso al adversario. Un Estado debiera fomentar que las escuelas, liceos o colegios enseñen a los niños y a los jóvenes a valorar las discrepancias y a dialogar. Tendría que hacerlo porque estos valores son, en el más amplio sentido de la palabra, un fin espiritual universal. La razón de ser de la humanidad no puede ser solo el crecimiento económico, el bienestar y la propagación de la especie. La reforma del Estado es un medio. La convivencia feliz entre los chilenos, en cambio, es un fin hermoso y deseable.

Por esta misma razón, una nueva Constitución no debiera privilegiar a ninguna religión en particular. Pongo un ejemplo: el Estado, y la Iglesia católica que por historia ha asumido la representación religiosa en el territorio, tendrían que contribuir a que los cristianos, los judíos, los ateos y otros intercambien sus mejores tradiciones y modos de ver la realidad. Continúo con el ejemplo: ¿no podría una nueva Constitución instituir un tipo de Te Deum que represente la voluntad de unidad entre iguales en el país? ¿No podría, yendo a lo concreto, presidirlo una machi, y al año siguiente una pastora o pastor evangélico y así sucesivamente otros más?

En suma, se presenta la posibilidad de ampliar al menos dos conceptos: uno, el del tipo de Estado, pues parece necesario quitar a las empresas servicios que, si se consideran negocios, no se prestan a todos o se lo hace con mezquindad y, en cambio, imponérselos al Estado. Otro, ampliar la noción de nacionalidad, pues se ha hecho necesario reconocer la plurinacionalidad de país y auspiciar el despliegue de las diversidades, y su conjugación. Nadie se ría si ve a una machi presidiendo un Te Deum. Un país de poetas sabe que la imaginación nos hará libres y mejores amigos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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