La baja presupuestaria de la ciencia, en una inversión pública que ya era pobrísima, debe ser corregida. De ser así, el impacto económico para el país no será significativo. Por el contrario, sí lo serán sus efectos para toda nuestra sociedad en las próximas décadas. Con todo, se trata de un debate que no supera los problemas en los que hemos estado atrapados desde siempre.
Un país solo prosperará en la medida que se respete el conocimiento. Una antigua premisa que Chile no ha puesto en práctica en los últimos años y que se agudiza una vez más, con la inversión en Ciencia que establece el Presupuesto 2021, por estos días discutido en el Congreso.
Entre otras cifras, los recursos podrían disminuir de 0,38% a un 0,34% del PIB. Esto supone una baja del 9%, equivalente a $65 mil millones. Las universidades, por su parte, pierden más de $42 mil millones. Antes de la pandemia, nuestro país tenía el menor presupuesto en I+D y 1/8 del promedio de científicos de la OCDE.
Se trata, a todas luces, de una medida absolutamente incomprensible y carente de visión. ¿Cuál es el Chile que queremos construir a futuro? Los impactos serán profundos y de largo plazo. Uno de ellos, por ejemplo: estamos arriesgando perder a toda una generación de investigadores formados con recursos públicos en nuestro territorio y en el extranjero.
La inversión pública –y por cierto también la privada– es fundamental para impulsar proyectos de investigación y financiar la infraestructura y equipamiento necesario para el trabajo de estos científicos. El país enfrenta enormes desafíos, claves para su desarrollo, y la generación de conocimiento no puede estar por detrás de ellos.
El cambio climático, el impulso a las energías renovables, las enfermedades crónicas, el consumo de alcohol y drogas en poblaciones juveniles, la obesidad infantil… todos estos retos demandan personas capaces de comprenderlos. Con mayor masa crítica de personas generando conocimiento en todas las áreas vamos a poder avanzar mucho mejor como país hacia un desarrollo integral.
No se entiende que el país disminuya el fomento a la ciencia, la innovación y la tecnología, especialmente después de lo que hemos vivido en los últimos meses. La red universitaria ha sido un pilar de la capacidad de testeo del país, las universidades han contribuido a diseñar ventiladores y otras soluciones y científicos lideran estudios clínicos en vacunas para covid-19 en Chile.
Los países desarrollados, o aquellos que transitan de manera exitosa el camino hacia este propósito, están haciendo precisamente lo contrario. Alemania o Australia, por citar dos de los casos más conocidos, están aumentando de manera importante los recursos públicos destinados a la ciencia. Entienden que los desafíos de este siglo exigen más conocimiento, en ningún caso menos.
La baja presupuestaria de la ciencia, en una inversión pública que ya era pobrísima, debe ser corregida. De ser así, el impacto económico para el país no será significativo. Por el contrario, sí lo serán sus efectos para toda nuestra sociedad en las próximas décadas. Con todo, se trata de un debate que no supera los problemas en los que hemos estado atrapados desde siempre.
[cita tipo=»destaque»] No se entiende que el país disminuya el fomento a la ciencia, la innovación y la tecnología, especialmente después de lo que hemos vivido en los últimos meses. La red universitaria ha sido un pilar de la capacidad de testeo del país, las universidades han contribuido a diseñar ventiladores y otras soluciones y científicos lideran estudios clínicos en vacunas para covid-19 en Chile. [/cita]
Chile es el país que menos invierte en I+D entre los agrupados en la OCDE e incluso destina menos recursos que estados latinoamericanos como Brasil y Argentina. Seguimos estancados por debajo del 0,4% del PIB, que se ha mantenido durante toda esta década, pese a las recomendaciones internacionales y la expectativa de que el país siente las bases para transitar al desarrollo en los próximos decenios.
Necesitamos políticas públicas más efectivas y por sobre todo mejor financiadas, que permitan dar espacios a los científicos que el mismo Estado ha invertido en capacitar. Para ello, no podemos seguir administrando pobreza. Si queremos alcanzar el desarrollo, Chile debe llegar al menos al 1% de su PIB destinado a investigación y desarrollo. Esto significa triplicar el exiguo presupuesto que hoy tenemos.