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Estética y naturaleza en la nueva Constitución Opinión

Estética y naturaleza en la nueva Constitución


La convencional Amaya Alvéz Marín, al iniciar su discurso de apertura en la Convención Constitucional se refirió a sus seres queridos, los recordó a viva voz, y en ese momento “se quebró”, emergieron lágrimas que trató de controlar pidiendo “perdón”. Su cuerpo expresó, sin mediación alguna, la emoción que le inundaba en aquel potente y mínimo presente. Amaya Alvéz, sin embargo, enunció en ese instante una frase que deseo destacar, porque abre una posibilidad: “No sé por qué pedimos perdón por emocionarnos”. Si, emocionarnos, afectarnos, sentirnos no es más ni menos que una parte consustancial de nuestro ser y existir como seres humanos “de cuerpo presente” (Francisco Varela), una condición que, por lo demás, compartimos con los demás organismos vivos y que, por lo tanto, nos une indisoluble con nuestra animalidad y la Naturaleza. 

En el marco de este proceso que redacta una nueva Constitución para Chile, ha surgido la legítima y necesaria propuesta de colocar en estado de alerta ambiental a la Convención Constitucional. El concepto de ecocidio da cuenta y denuncia la depredación y destrucción socio-ambiental con la que el capitalismo extractivista destruye el medioambiente, las comunidades y a la naturaleza sin distingo alguno, desplegando la grosera desigualdad que nos corroe como país.  A raíz de ello han surgido voces dentro de la Convención que con claridad buscan posicionar aspectos fundamentales referidos al cuidado del medioambiente, la reivindicación de las Culturas, las Artes y los Patrimonios, a las diversidades, a las legítimas y necesarias demandas feministas, a la crisis ecológica, a la plurinacionalidad de los pueblos originarios y tribal afro-descendientes, a la reivindicación de derechos ancestrales del Buen Vivir, respeto e integración de la naturaleza y no, como prima hoy, en su simple y voraz mercantilización

Cambiar las prácticas de nuestra convivencia es, sin duda un argumento que aparece reiteradamente dentro de la Convención Constitucional. Es justo y muy necesario, no cabe duda, pero esas prácticas de “nuestra convivencia” también interpelan a los modos de relación, vínculo e interacción con/en la Naturaleza. El planeta está siendo depredado por una crisis climática que ha provocado el ser humano. Ante esta catástrofe no podemos seguir vinculándonos a la naturaleza como promesa de felicidad (Theodor Adorno). La postura, cuando hemos sido tocados afectivamente por la catástrofe, debería girar hacia la activación en nuestros propios cuerpos a propósito de lo que nuestra sociedad le ha hecho a la naturaleza. Allí, la estética cobra, junto a la ética, un valor gravitante que nuestra Convención Constitucional debería tomar decisivamente en cuenta al discutir y levantar normas respecto a los conocimientos y medio ambiente. Es aquí donde me detengo para pensar esta columna. ¿De qué tipo de conocimiento hablamos, cuando nos referimos a la estética? Y ¿cómo podría contribuir este conocimiento estético en nuestro vínculo con la naturaleza? Si bien estas ideas son parte de mis investigaciones hace algunos años en torno a la noción de experiencia estética desde una concepción fenomenológica, una parte relevante de la presente formulación ha surgido en el marco del trabajo colectivo en la Comisión CC de la Asociación de Investigadores en Artes y Humanidades, quienes perseguimos contribuir al proceso constituyente.

 

De la estética  como aisthesis

 

En su libro La expulsión de lo distinto (2017), el filósofo Byung-Chul Han nos ha interpelado a propósito de una ética de la escucha. Para ello recuerda a Momo, una niña de la novela de Michael Ende: “Lo que caracteriza a Momo es, en primer lugar, una riqueza temporal. Es el tiempo del otro, el tiempo que ella le da a los otros, escuchándolos”. Byung-Chul Han sostiene que “hoy es necesaria una revolución temporal que haga que comience un tiempo totalmente distinto. Se trata de descubrir el tiempo del otro. La actual crisis temporal no es la aceleración, sino la totalización del tiempo del yo” nos dice y sostiene que “a diferencia del tiempo del yo, que nos individualiza y aísla, el tiempo del otro crea una comunidad” (125). Sostengo que la ética que levanta Byung-Chul Han es, a la par, una estética que nos invita a activar una actitud de la atenta escucha del otro en nosotros, de lo otro en una temporalidad mínima. Una temporalidad propiamente estética que recupera una antigua y vinculante tradición, la de la Aisthesis como lo hubieron creado los griegos hace siglos.

Fue Alexander Baumgarten quien, en su tratado Estética (1750-1, se habla de versiones publicadas hasta 1758), y en medio de la construcción de las bases racionales y utilitaristas que dominan nuestro mundo actual, desplegó una propuesta divergente a su contexto socio-reflexivo. Su interés, resumido acá, se concentró en distinguir, por una parte, entre el conocimiento racional (como juicio intelectual) y el conocimiento estético (como experiencia sensible) y, por la otra, destacar con claridad que éste último tipo de conocimiento emergía sensiblemente, por lo que el cuerpo cumplía un rol decisivo y fundante. La estética que intentaba levantar Baumgarten recuperaba el concepto de la Aisthesis entendido como un tipo particular de percepción basada en los sentidos, percepción consciente y comprometida corporalmente. Sin embargo, en el uso habitual, la estética suele utilizarse para presentar a la belleza y su contemplación. Lo encontramos cotidianamente en los centro de estética, en los cuales se generan diversos tratamientos de “belleza”. Por otro lado, lo estético muchas veces se utiliza para delimitar ciertas cualidades de lo artístico. Aquí, mediada por la tradición hegeliana y heideggeriana de la belleza artística y de la obra de arte, la estética se presenta como una manera filosófica de pensar el arte desde lo bello, lo sublime, el goce, entre otros conceptos. Una estética así planteada, replica el modelo instaurado por Platón de los dos mundos, un modelo clásico de la representación y de la distinción clara entre sujeto y objeto. Al situar la experimentación y la experiencia sensible en el centro, la estética como Aisthesis desplaza los modelos platónicos y se sitúa en el presente que vivenciamos corporal y subjetivamente como modo de aprehender y vincularnos, sin pretensiones universalistas ni utilitaristas que coartan la diversidad. La aproximación de la estética como Aisthesis fue desplazada, relegada por el pensamiento filosófico desde mediados del siglo XVIII. Solo a fines del siglo XIX y en el siglo XX, la naciente psicología activo sus intereses en los problemas de la atención y la percepción, posteriormente la tradición fenomenológica reactivó la noción de experiencia estética afincada en lo términos que lo había planteado Baumgarten como un precursor tanto del “giro performativo” como del “giro afectivo” en los estudios culturales, artísticos, en las Humanidades y las Ciencias Sociales. 

 

Por una estética ecológica de la naturaleza

 

El convencional Alfonso Millabur, en su discurso de presentación, dijo, a propósito del violento despojo de tierras perpetuado por la República de Chile a los pueblos originarios: “Quemaron la vida, porque no logran ver la vida, sino simplemente el verde que se transforma en dólar. Después de arrasar con todo, empezaron a plantar el pino y eucaliptus, y no vi nunca más pumas, águilas, huemules en las orillas del Lleu Lleu”. Me quedo resonando la frase de Millabur: “la vida, que no lograron ver”. Pienso que entre esta perspectiva de la estética como Aisthesis y el küme morgen (Buen Vivir en Mapudungun, Sumak Kawsay en lengua Quechua) en vínculo sensible con el Itrofill Mongen (toda la vida sin excepción) que mencionó el convencional hay un vínculo que vale la pena pensar juntos. En ello pienso para el verdadero encuentro de la multiversidad que nuestro país necesita.

A este respecto, el esteta Fidel Sepúlveda Llanos ha abordado, en su escrito “Estética, Ética y Ecología (1992-3) el vínculo entre estética y naturaleza desde la noción de “arte de la vida… donde la vida humana se sintoniza con la vida del entorno y juntas modulan un programa” (85). El programa que se modula acá, sintoniza con la idea de una temporalidad mínima del aquí y del ahora, propia del arte de vivir que las culturas cultivan en sus rituales ancestrales a través de una activación en el presente de los sentidos, dejando emerger una experiencia estética profunda que “se hace presente por los sentidos y su atención” (88). En ello, así Sepúlveda Llanos, el sujeto activado estéticamente “se siente cuajado en el espacio…logrando el acceso al tiempo vital” (87) en íntimo, decisivo y comprometido contacto con la Naturaleza.

Cuando abordamos la estética como Aisthesis y desde una aproximación ecológica estamos proponiendo tareas completamente distintas de esta área particular del conocimiento. En particular, lo que llamamos ecocidio es abordado desde un cambio de nuestras conciencias con actitud estética. Se trata de una activación comprometida de nuestra sensibilidad corporal que nos acompaña a todes los seres humanos desde el vientre materno hasta nuestra muerte. Se trata, como lo plantean, desde una apología del conocimiento subjetivo, los fenomenólogos Hermann Schmitz y Gernot Böhme, de “estar afectivamente tocados” por la naturaleza, estableciendo lazos de vinculación afectiva, emotiva, corporal y no de un mero interés contemplativo o económico. Claramente una perspectiva estética así planteada, cuestiona profundamente el modelo extractivista, depredador y paternalista con el que ha operado hasta hoy mismo la humanidad ante la naturaleza y la multidiversidad. Se trata, como lo ha planteado tan sugerentemente Katya Mandoki en su escrito “Fenomenología de la aisthesis” (2007), de activar “una lucidez y agudeza somática o sensorial, afectiva y mental integrada”… en la que “el sujeto entre en un estado de prendamiento estético”. La experiencia que tiene Mandoki del “prendamiento” es la del bebé prendado al pezón materno, por tratarse de un “término más corpóreo y ligado al placer y al especial estado de apego al sujeto que suscita tal experiencia” (71). He allí una clave para el vínculo entre estética y naturaleza que deseo compartir junto a múltiples y diversos referentes que son parte de un estudio más profundo.

Finalmente, como lo plantea Marta Tafalla en su libro Ecoanimal (2020), debemos desmontar la construcción patriarcal, depredadora de dominio racional y utilitarista por una “sociedad sensible”, estos es, de sujetos activados sensible y afectivamente, empoderados de la fuerza del prendamiento con la naturaleza. Estos “sujetos” ya no necesitarán pedir “perdón” frente al ser inundados por las emociones. Ellos comprenderán que en ello se activa una transformación mínima, pero radical en la que nos detendremos a explorar los vínculos entre mis afecciones y las cualidades sensibles del entorno. La pregunta, entonces, se podría formular así: ¿cómo sentimos en nosotres las cualidades del entorno? La estética, así entendida, se transforma en un necesario proceso de enseñanza-aprendizaje de la percepción atenta como modo de conocimiento, empoderado de sensaciones, emociones en la vida común en la diversidad. La estética, así enunciada, se enuncia desde la perspectiva ecocentrista, diluyendo las posturas antropocentristas dominantes que corroen la sanidad humana y natural. La estética como experimentación y experiencia sensiblemente y conscientemente activada, en la crisis en la que nos encontramos, se transforma en una posibilidad que todes contenemos en nosotres, en nuestros cuerpos activamente atentos y que la Convención Constitucional no debería dejar pasar en el proceso de redacción de la nueva Constitución para Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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