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Frío y calor: consecuencias desiguales del cambio climático en la salud y la política habitacional chilena Opinión

Frío y calor: consecuencias desiguales del cambio climático en la salud y la política habitacional chilena

Roxana Valdebenito y Alejandra Vives
Por : Roxana Valdebenito y Alejandra Vives investigadoras del Departamento de Salud Pública UC y miembros de Salud Urbana en América Latina
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En nuestro país, el 91% de las personas señala haber notado los efectos del cambio climático en su región. Uno de estos efectos son las temperaturas extremas, tanto en invierno como en verano, cuestión que se ha hecho evidente durante las últimas semanas, donde varias ciudades de Chile han vivido olas de calor sucesivas. En España, el último verano y su ola de calor dejó más de 500 muertes al 15 de julio (ADN), entre ellos José González, un barrendero de 60 años que tenía un contrato por un mes y que cambió su turno para trabajar ese día a partir de las 2 de la tarde (El País). Las condiciones sociales, la temperatura y la mortalidad se vinculan de formas dolorosas en un contexto de cambio climático que no afecta a todos por igual.

Se puede morir de frío y morir de calor. El proyecto Salud Urbana en América Latina (SALURBAL) publicó en junio de este año un nuevo artículo en la revista Nature Medicine, que da cuenta de la relación entre temperaturas extremas y mortalidad para 326 ciudades latinoamericanas. En ellas, se estima que al menos unas 900.000 muertes entre los años 2002 y 2005 se pueden atribuir a temperaturas extremas, ya sea frío o calor, esto es cerca del 6% de las muertes en la región. El estudio, a cargo de Josiah Kephart, muestra una vez más que las adultas y los adultos mayores son particularmente vulnerables, pues la carga de mortalidad es mayor entre ellos, así como en las muertes por causas cardiovasculares y respiratorias.

Al mismo tiempo, quienes lo hayan experimentado saben que no se puede vivir bien ni con frío ni con calor extremo, no se puede trabajar y difícilmente se puede hablar de bienestar. De lo que hablamos es del Confort Térmico, y su ausencia es una de las expresiones de lo que los expertos llaman Pobreza Energética. Según la Encuesta Nacional de Energía de octubre del 2016, al menos el 23% de las personas encuestadas declaró pasar frío al interior de sus viviendas durante el invierno, y esto es un promedio nacional.

A nivel local, el Estudio RUCAS  (Regeneración Urbana, calidad de vida y salud), reporta datos para dos conjuntos de vivienda social en la zona central de Chile. Uno se ubica en la zona sur de la Región Metropolitana, donde en el invierno de 2019 el 81% de las personas encuestadas reportó que su vivienda es siempre o casi siempre muy fría en invierno, y en enero de 2020, el 74,5% reportó que su vivienda era siempre o casi siempre muy calurosa en el verano. El otro conjunto se ubica en la Región de Valparaíso, donde el panorama es un poco menos malo: en invierno del 2018, un 60% reportó que su vivienda es muy fría en invierno y en verano del 2020, un 27% reportó que es muy calurosa en el verano. Las diferencias se explican, sobre todo en el verano, porque la costa tiende a tener temperaturas más templadas, sin embargo, en ambos casos el invierno supone un malestar sostenido.

Los efectos en salud del frío y del calor han sido estudiados. Además de las muertes que se explican por las temperaturas extremas, la exposición al frío aumenta las enfermedades respiratorias, especialmente en la infancia, lo que empeora en contextos de bajo nivel socioeconómico cuando este se combina con la contaminación intradomiciliaria producto del uso de fuentes de calor más económicas pero contaminantes. También la humedad y la presencia de hongos en muros y cielos, consecuencia en gran medida de la baja calidad constructiva de las viviendas, aumenta el riesgo de enfermedades respiratorias, pero también de deterioro de la salud mental. En el caso del verano, el calor agrava condiciones crónicas, los problemas cardiovasculares y respiratorios, y causa malestares vinculados al calor “heat-related illnesses (HRI)”, entre las cuales típicamente se distinguen las erupciones cutáneas, calambres por calor, y golpes de calor que imposibilitan que el cuerpo funcione con normalidad, además de dificultades para dormir que son causas de malestar psicológico y estrés.

En el contexto de la discusión sobre la política de Emergencia Habitacional, al mismo tiempo que proveer soluciones rápidas para el déficit habitacional, como país debemos ser capaces de construir viviendas que no reproduzcan estos problemas ya bien conocidos, y que tengan en cuenta la salud de sus habitantes en múltiples dimensiones. Una de ellas, los estándares de confort térmico que permitan sobrellevar tanto el frío como el calor al interior de los hogares, en un escenario climático cada vez más apremiante y que configura otra emergencia con graves consecuencias para la salud.

Lo mismo vale para la necesidad de seguir avanzando en la regeneración urbana de los conjuntos de vivienda social existentes. Sectores que no pueden invertir en calefacción, mucho menos en calefacción limpia, así como tampoco en implementos para refrescar sus hogares requieren, más que nadie, que la calidad constructiva de sus viviendas otorgue el confort mínimo necesario para que podamos hablar de resiliencia ante los efectos del cambio climático, que es ya un desafío palpable.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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