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La universidad: presente y futuro Opinión

La universidad: presente y futuro

Diego Vargas
Por : Diego Vargas Doctor en física. Investigador y docente universitario
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Desde hace algún tiempo que vengo reflexionando sobre el lugar que ocupará la universidad en este siglo. Me refiero a la universidad como aquella institución propia de la era moderna en la cual un conjunto de personas –maestros y aprendices– se reúnen para buscar el conocimiento y hacer del vida humana algo mejor, porque la universidad no tiene otro fin más que ese, aunque por estos tiempos se vea acorralada por intereses mercantiles, la permanente búsqueda de la innovación en todo orden de cosas y por una sobreidelogización de algunos espacios universitarios donde se cree que todas la batallas culturales de la época deben combatirse en la arena académica. La universidad es algo más simple que todo eso, y tiene una función para con la sociedad que, de modificarse, pierde todo su sentido. 

La pregunta es si podrá seguir siendo el faro de pensamiento y formación humana y profesional en el mediano plazo. Me temo que es una pregunta abierta, aun cuando quisiera que sea una respuesta positiva. 

Por un lado han surgido nuevas modelos de formación profesional que tensionan a la universidad clásica. Grandes empresas ya cuentan con sus propios centros de formación profesional, donde, por supuesto, la producción está por sobre la formación. O las instituciones virtuales y a distancia que, aunque puedan entregar una buena calidad en cuanto a contenidos, sin duda no logran emular lo que significa la experiencia vital del proceso universitario tradicional. De modo similar, las prácticas mercantiles con que hoy se manejan las universidades hace que luzcan poco a poco menos como una comunidad centrada en los conocimientos eruditos y más como un servicio. Hace falta mirar solo un poco los lenguajes que se utilizan: créditos, cargas, competencias, asuntos estudiantiles. 

Estás presiones de por sí ya son enormes. Pero lo que ha puesto en riesgo la idea de universidad no radica solo en la realidad contingente. Lo que cabe preguntarse también es si es que la universidad está realmente reflexionando sobre los problemas que creemos debería estar abordando. No me refiero a la imposición de temas desde fuera de la academia, algo que no debe ocurrir, sino sobre asuntos que sí podrían abordarse y que esperamos sean tomados en cuenta.

Cuando vemos que los think tanks dominan la escena más que la universidad en cuanto a políticas públicas, o cuando la innovación tecnológica empresarial se toma la agenda de las universidades más que los problemas de carácter público, la institución de la universidad parece que pierde algo de su razón de ser. Sí, por qué no, desarrollar algoritmos que vuelvan los análisis bancarios dos microsegundos más veloces, o robots que ordenen las góndolas de los supermercados mejor que un reponedor. Nada malo de por sí hay en esto, pero me parece que no es lo esperado por la ciudadanía. ¿No sería mejor utilizar esta inteligencia en organizar de mejor manera el transporte público o hacer más eficiente el consumo de agua? ¿O que esas mentes exploren y nos asombren con lo que aún desconocemos de este mundo?

La institución universitaria puede quedar en la irrelevancia y ser mermada lentamente de múltiples maneras hasta que un día nos parezca que ya no nos hace falta. Nos parecerá que seremos mejores con otras instituciones. En este sentido las tesis que abordan malamente el horror de la pedofilia (tesis expuestas públicamente estos últimos días) son un flaco favor a la causa de la supervivencia de la universidad tradicional. Principalmente porque refuerzan el mito sobre la inutilidad de la universidad y que estas instituciones no están a la altura de los desafíos de la época. Los comentarios corrientes que llenan las sobremesas estos días no versan sobre fundamentos filosóficos postmodernos, sino sobre cuando fue “que se jodio” la Universidad de Chile. Y si la Chile cayó tan bajo, ni pensar en qué estarán las demás. Así, o vienen a reforzar el antiacademicismo de ciertos sectores, o prender una alerta en otros. 

Los seres humanos no dejaremos de hacernos preguntas ni tampoco cejaremos en la búsqueda de esquemas mentales que nos ayuden a comprender las cosas. La filosofía, la ciencia, la historia, entre otras disciplinas, no serán eliminadas, pero corren el riesgo de ser desarrolladas por otras instituciones, más “acordes a los tiempos”. No sabemos exactamente cuáles instituciones las reemplazarán, pero de seguro no serán ni más pluralistas, ni más rigurosas, ni más abiertas y públicas que las grandes universidades actuales. Hay causas que, aunque nos parezcan perdidas, vale la pena defenderlas, y la universidad, una de las nobles instituciones que hemos creado los seres humanos, bien vale esa pena. Docentes, alumnos, alumnas, y todo quien se desarrolle en el ámbito universitario, tendremos que volver a poner en primer lugar la gran idea de Universidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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