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La gran batalla entre Bachelet y Lagos Opinión

La gran batalla entre Bachelet y Lagos

Francisco Mendez Bernales
Por : Francisco Mendez Bernales Periodista y analista político
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¿Quién ganará esta batalla? ¿Seguirá Ricardo Lagos poniendo la música de la política institucional chilena, como lo ha hecho en los últimos meses gracias al reencantamiento “amarillo” con su figura? ¿Podrá Bachelet lograr la unidad oficialista y anotarse otro salvataje en la historia reciente del progresismo? No está claro. Pero lo que sí lo está, es que hay dos visiones en disputa, dos apreciaciones sobre el trayecto vital patrio de las últimas décadas; una orgullosa y ofendida ante las críticas, y otra satisfecha, pero no por eso menos crítico.


Michelle Bachelet reapareció en la escena política nacional ofreciéndose como consejera para el nuevo proceso constitucional. Su condición era que hubiera una lista única entre el llamado “socialismo democrático”, que encabezan el Partido Socialista y el PPD, y Apruebo Dignidad, formado por el Frente Amplio y el Partido Comunista.

Si bien, hasta el momento, su petición no ha sido escuchada por el partido instrumental de la campaña del NO, el PPD, no deja de ser interesante cómo su figura se enfrenta a otra, más estricta y fuerte, como la de Ricardo Lagos, quien ha ido tomando un nuevo aire luego de la nula capacidad política de la Convención Constitucional para materializar un proyecto institucional, y hoy va por la opción de las listas separadas.

¿A qué se debe este nuevo antagonismo? ¿Son simples diferencias políticas o hay algo más? Es interesante aventurarse a hacer conjeturas, preguntarse sobre qué es lo que motiva a que estas dos grandes figuras, una nacida del gobierno de la otra, hoy estén en posiciones opuestas.

A simple vista, uno podría hablar del problema entre una vieja Concertación, la defensa de sus logros, sus formas de hacer política los primeros quince años de la posdictadura, y otra que si bien comparte el espíritu que la constituyó, encabezó la Nueva Mayoría y siempre quiso avanzar en materia pública y abrazar a aquellos hijos políticos, domiciliados en el Frente Amplio, que le fueron esquivos.

Es decir, son dos partes de un mismo mundo las que se enfrentan; algo parecido a lo que en algún momento se llamó “autocomplacientes”, sin ser Lagos nunca parte de ellos, y los “autoflagelantes”, aunque tampoco Bachelet sea particularmente crítica de los primeros años de la democracia.

Pero hay un componente adicional: la historia. La obsesión de Lagos por su participación en ella y el quizás justificado resentimiento por el juicio que algunos se aventuraron a hacer de su gobierno en la “nueva izquierda”. Para el expresidente hay algo más en juego que su pasado; también lo está la forma en que en el presente se mira su pasado.

Bachelet, en cambio, no tiene mucha conciencia de ello, pero sí quiere, como en su segunda candidatura, volver a instalarse como la salvadora de una centroizquierda sin fuerza política para lograr sus objetivos.

¿Quién ganará esta batalla? ¿Seguirá Ricardo Lagos poniendo la música de la política institucional chilena, como lo ha hecho en los últimos meses gracias al reencantamiento “amarillo” con su figura? ¿Podrá Bachelet lograr la unidad oficialista y anotarse otro salvataje en la historia reciente del progresismo? No está claro. Pero lo que sí lo está, es que hay dos visiones en disputa, dos apreciaciones sobre el trayecto vital patrio de las últimas décadas; una orgullosa y ofendida ante las críticas, y otra satisfecha, pero no por eso menos crítico.

Esperemos, por el bien de la verdadera socialdemocracia, que la idea que logre hacerse cargo del futuro sea una con cuotas razonables de orgullo y autocrítica; de racionalidad y compromiso con un proyecto que debe, primero, tener claro de dónde viene y qué quiere.

El mundo progresista chileno tiene bastante hacia donde mirar, mucho sobre lo que preguntarse y meditar. Pero, si es que quiere lograr cierta unidad de propósito, debe olvidar la nostalgia, los orgullos de lado y lado, y embarcarse en algo que supere las mañas ideológicas de cada partido que lo compone.

Por lo tanto, el camino sería la unidad; pero no una que dé por ganadora a quienes la pidieron, sino que logre que las llamadas “dos almas” que conforman el actual gobierno se sientan cómodas, al menos por lo que queda de administración.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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