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La inteligencia artificial es el tema del año, quizá del siglo Opinión

La inteligencia artificial es el tema del año, quizá del siglo

Diego Vargas
Por : Diego Vargas Doctor en física. Investigador y docente universitario
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¿Qué tan valioso es hoy en día educar en capacidades tecnológicas que se presentan a los estudiantes en sus vidas diarias o que aprenderán de una u otra forma en su desarrollo vital? Sin duda, la educación en tecnologías tiene valor; el asunto es la sobrevaloración que le otorgamos. Tal vez la idea de volver “al lápiz y al papel” y la educación clásica no debe pensarse como el método por default solo porque evita los fraudes; la educación de corte clásico hace falta porque es precisamente lo que no tiene una persona de siglo XXI en su cotidianidad, pero que sigue siendo valioso tener.


Se comenta en estos días que, debido a programas de Inteligencia Artificial –tipo ChatGPT–, la educación debe volver a sus raíces: al lápiz y papel, al profesor con pizarra, a la exposición oral. Ciertamente algo de eso veremos, especialmente porque los actuales profesores no están capacitados para hacer frente a cada nuevo reto tecnológico que emerge, no quedando más que recurrir a lo tradicional por descarte, o dado que simplemente no hay tiempo para adaptarlo todo en tan corto plazo (y readaptarlo nuevamente el año próximo, quién sabe con qué). En cualquier caso, cabe preguntarse en qué medida la incorporación de nuevas tecnologías de punta es beneficiosa para la formación y adquisición de las habilidades que pretendemos se logren mediante educación.

Prácticamente a toda la generación actual de profesionales jóvenes le tocó aprender el uso de la computadora en la escuela. De seguro muchos recordamos esa sala donde compartíamos un computador entre dos o más compañeros y compañeras mientras aprendíamos a utilizar el Office. Con los años se puede apreciar lo acertado de esa apuesta educacional, pues sin duda no nos habríamos subido al carro del siglo XXI, o no hubiéramos comprendido bien el modo algorítmico en que funcionan los sistemas, sin aquel puntapié inicial escolar.

A nosotros nos tocó aprender a escribir en teclados y comprender el infinito mundo de internet. Ahora, se supone, es el turno de la Inteligencia Artificial.

Ciertamente un profesor no debe nunca desligarse de la cotidianidad de sus alumnos ni dejar de poner atención a las nuevas tecnologías que formarán parte de su mundo, pero tampoco se pueden integrar acríticamente, hacer como que cada nueva moda tecnológica es por defecto beneficiosa: ¿en qué momento adaptarse a toda novedad se volvió el lema favorito de las instituciones formativas?

No viene mal preguntarse si la enseñanza impartida está ampliando la visión de mundo del estudiante, y de qué modo lo estamos preparando para elaborar ideas coherentes y complejas con las que enfrentarse a la vida.

Cabe entonces ahora la cuestión de, en qué medida, para esta generación de alumnos, que ya viene de por sí altamente tecnologizada y digitalizada, la incorporación de la Inteligencia Artificial (u otros métodos en boga, como la gamificación o el metauniverso) hará de ellos personas con una visión más amplia del mundo, o si, por el contrario, no estaremos acrecentando (y estrechando) más sus concepciones ya adquiridas mediante su propio contexto cultural.

No está de más considerar que buena parte de los estudiantes crecen frente a una pantalla hurgueteando todo tipo de programas y aplicaciones de la web. La educación debe generar alguna incomodidad con las percepciones instauradas, debe desafiar a la costumbre, solo así estaremos aprendiendo que el mundo es más amplio de lo que hemos adquirido a partir de nuestro núcleo familiar y/o de nuestras rutinas mentales. Ciertamente la enseñanza debe centrarse en la realidad del estudiantado, estar atenta a sus gustos y a sus reales capacidades y, sin embargo, debe también existir un límite donde la educación no puede adaptarse más al estudiante para que así siga siendo valiosa, mismo límite donde ineludiblemente comienzan las dificultades del proceso educativo.

En algún momento fue completamente valioso adquirir capacidades computacionales, nuestros entornos culturales nunca nos lo habrían otorgado, ¿qué tan valioso es hoy en día educar en capacidades tecnológicas que se presentan a los estudiantes en sus vidas diarias o que aprenderán de una u otra forma en su desarrollo vital? Sin duda, la educación en tecnologías tiene valor; el asunto es la sobrevaloración que le otorgamos. Tal vez la idea de volver “al lápiz y al papel” y la educación clásica no debe pensarse como el método por default solo porque evita los fraudes; la educación de corte clásico hace falta porque es precisamente lo que no tiene una persona de siglo XXI en su cotidianidad, pero que sigue siendo valioso tener.

Saber ordenar las ideas en nuestras cabezas requiere de escribir bien; la coherencia y la lógica del pensamiento difícilmente se logran sin haber aprendido algo del razonamiento matemático; diferenciar las ideas profundas de las superfluas, son solo algunas habilidades cognitivas que –supongo– no queremos dar por perdidas, y las que pueden verse superadas rápidamente por la tecnología computacional. La enseñanza de las nuevas tecnologías inteligentes puede ser un objetivo, pero ciertamente no puede ser el objetivo si lo que queremos son ciudadanos y profesionales con una visión amplia del mundo, capaces de hacer del pensamiento su bastón con el que caminar por estos complicados tiempos. El mundo completo puede darse vueltas; los pilares del pensamiento, no.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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