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Respeto por la humanidad de las personas Opinión

Respeto por la humanidad de las personas


Los seres humanos nos desarrollamos afectiva, cognitiva y disposicionalmente hacia la acción, basados en la historia que nos ha tocado vivir, los seres importantes con quienes hemos aprendido a desarrollar vínculos, las decisiones que hemos podido ir gestionando en consideración de los recursos de que disponemos y muchas veces a pesar de todos los impedimentos que la compleja existencia coloca en el camino de nuestro desarrollo personal, relacional, espiritual, político. 

Me interesa un Chile abierto a la sensibilidad del otro, integrador de las diversas manifestaciones de la existencia, “gracias a las cuales”, y muchas veces “a pesar de las cuales”, los/as ciudadanos/as establecemos proyectos de vida y vemos cumplidos nuestros objetivos en un camino donde la dedicación, el compromiso con los propios ideales, la ética y respeto a la condición humana nos permita resbalar y caer con dignidad, apoyarnos sin miedo a perder algo en el proceso.

Me gusta Chile y su gente, cuando no se apropia de los recursos naturales, haciendo abuso de su poder político y económico en desmedro de las necesidades, intereses y aspiraciones de todo un colectivo. Al ver sus instituciones comprometidas con la tarea honesta de administrar, tanto los recursos que el país produce, como los anhelos de oportunidades de acceder a mejores condiciones de convivencia, bienestar y seguridad en el marco de un ejercicio ciudadano de derechos y compromisos para resguardar el bien común, promover los valores de la honestidad, colaboración e involucramiento comunitario para el afrontamiento y resolución de los conflictos que viven sus integrantes. 

Un Chile fracturado, por accidentes e incidentes diversos, muestra un yeso rayado, borroneado, maloliente y en algunas áreas maltratado, pero que parece ser necesario para asegurar un futuro saludable. Son tantos los sucesos que se han vivido con este yeso, que no sé explicar si la fragilidad de su estructura no permite prescindir de su presencia o si el mito se devela con su evanescencia, pero de una u otra manera, no somos capaces de mirar una realidad que nos lastima. Por distintas razones y desde diferentes nociones de la vida, pero nos lastima. 

Vivimos en un cuento, que lo creamos o no, es irrelevante. Donde la máxima esperable es convertirse en una nada, moldeable, sin forma definida, capaz de adaptarse incontables veces, con la esperanza de algún día encontrar una forma duradera que seguriza y a la vez rigidiza, prometiendo un posible descanso antes del quiebre inminente. La deshumanización es el proceso a través del cual aceptamos claudicar a la angustia y desesperación imbricada en la determinación de dirigirse hacia una vida conforme a los propios ideales y valores identitarios. 

Pareciéramos transitar como país hacia una existencia sólo valorable a través del precio de las acciones, lo inmanente se yergue ante la moda de lo efímero, y así como las dictaduras en América Latina destruyeron físicamente el vehículo hacia la humanización, expresado en los libros, la cultura y el tejido social de los pueblos, hoy se quema la voluntad de proteger, amar y promover el ser quienes somos, únicos y valiosos por nuestra humanidad. Un día la humanidad dejará de ser peligrosa y se levantarán las estructuras psicopolíticas que definen al ser humano como un sujeto obsoleto que se debe “reinventar”, o estancado (muerto) que debe “emprender”. 

 

En ese Chile me encantaría vivir.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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