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Más allá del patrimonio: la ciudad como espacio educativo y de transformación social.  Opinión

Más allá del patrimonio: la ciudad como espacio educativo y de transformación social. 

Durante la última década hemos sido testigos de importantes transformaciones a nivel nacional y global que han incidido directamente en la economía, demografía, sociedad y cultura de nuestra ciudad. La emergencia de estas nuevas problemáticas obliga a nuestras disciplinas a repensar y renovar nuestras cajas de herramientas para lograr reconectar con nuestras comunidades. Dicho de otro modo, esta crisis social que atraviesa el país debiese ser aprovechada para repensar el rol de las ciencias sociales, las humanidades y las artes en el proyecto de país que buscamos construir. Todas estas disciplinas no solo debieran servir para diagnosticar problemas, sino también para construir nuevas narrativas aglutinadoras de una sociedad en constante cambio y movimiento


Hace unas semanas, coincidiendo con el inicio del año académico 2023, nuestra escuela inauguró la exposición “(Re) conociendo la historia del barrio universitario”, la cual fue montada en las dependencias de la Facultad de Ciencias Sociales e Historia de la Universidad Diego Portales. Esta pequeña muestra marca el cierre de una serie de actividades realizadas por la Escuela de Historia durante en el 2022 en colegios y liceos de la Municipalidad de Santiago. La iniciativa incluyó charlas focalizadas en la historia urbana de la comuna de Santiago y recorridos guiados a fin de presentar algunos de los hitos arquitectónicos y urbanos de nuestro barrio. Durante las rutas guiadas, las y los estudiantes tuvieron la oportunidad de registrar fotográficamente la ciudad que habitamos, pero que raramente observamos con detención. Y fue precisamente en el caminar nuestro territorio, habitando y pensando colectivamente nuestro espacio público, cuando se generaron las mejores conversaciones en los distintos grupos, forzándonos a entender que una actividad como esta no se limita a enseñar la historia de nuestro patrimonio cultural y arquitectónico a las nuevas generaciones, si no también, obligan a la academia a reconectarse con sus comunidades y territorios.

Esto se hizo evidente al momento de realizar las charlas en las salas de los colegios y liceos municipales. Los porcentajes de estudiantes inmigrantes o provenientes de familias inmigrantes superaban con creces el 50%, llegando en algunos casos al 70% y 80%. Si bien algunos de los y las estudiantes “locales” tenían muy poca información sobre la historia de su barrio, todos traían consigo información de sus propias experiencias que servían para comparar, analizar y cruzar la historia de nuestro barrio universitario con sus historias personales y familiares. Esto quedó de manifiesto al revisar las fotografías tomadas durante el recorrido: además de aquellas cuyo interés eran principalmente edificios patrimoniales -en su gran mayoría residuos materiales de una élite que abandonó el barrio hacia mediados del siglo XX- la mirada adolescente iba más allá. Al realizar sus registros, las y los estudiantes se hacían preguntas y discutían entre ellos sobre situaciones que les eran comunes, y al mismo tiempo, eran parte de la experiencia urbana: ¿quién vivió en este lugar? ¿Quién vive ahora en el sector? ¿Dónde se fueron los que construyeron estas casas? Bajo estas interrogantes, el patrimonio (por lo menos en su compresión más conservadora) se alejaba como eje de la actividad; de hecho, el curso ignoraba los apellidos de los arquitectos que diseñaron las casas y edificios más notables, pero se interrogaba por cuestiones propias de su cotidianeidad que estaban estrechamente vinculadas con la experiencia de la ciudad y la vida urbana en general.

Se trataba de estudiantes entre los 13 y 16 años quienes, al estudiar en el barrio, no ignoraban las múltiples tensiones de la calle, las diferencias entre los palacetes hoy reconvertidos en universidades y quienes conviven de forma cotidiana en el barrio. Son jóvenes que hacen del espacio público su lugar de sociabilidad. La excusa de la Historia servía así para plantear nuevas formas y objetos de aprendizaje: ya no sería solo estudiar la ciudad y su formación, sino también entender y proyectar el espacio donde habitan como deseo. Reflexionar sobre el entorno y sus conflictos fue una cuestión casi natural para niñas, niños y adolescentes que crecieron durante los últimos años en medio del estallido social, la pandemia y la crisis del modelo, eventos que hicieron de la reflexión sobre la ciudad una necesidad frente a cambios apabullantes.

Y esas preguntas y conversaciones con las y los estudiantes tuvieron además consecuencias en nosotros, quienes nos vimos obligados a recoger el guante y despojarnos de la comprensión histórica patrimonializada que hacía de la ciudad una suerte de gran museo del siglo XX. Porque surgió casi de inmediato una duda central para una metrópolis como Santiago, con millones de habitantes. Si bien algunos de los niños y niñas y adolescentes de los colegios y liceos en cuestión si viven en este espacio que carga con la chapa de barrio patrimonial ¿cuál era el patrimonio de aquellos niñas, niños y adolescentes que no estudiaban en barrios de las comunas centrales donde, con mayores o menores diferencias, se podía apreciar el paso del tiempo mediante la convivencia de estilos arquitectónicos o formas de habitar?¿Cómo se integraban a las múltiples realidades de Santiago los estudiantes inmigrantes, que en algunos casos eran la matrícula mayoritaria de los establecimientos educacionales? Muchas de estas interrogantes si bien tenían carga histórica, también estaban cargadas de inquietud sobre el futuro. Su futuro. En los y las estudiantes se podía apreciar las aprensiones que significan habitar en un espacio tensionado.

Durante los últimos meses los medios de comunicación y redes sociales nos han bombardeado con información sobre la decadencia del llamado Barrio Universitario, destacando las altas cifras de criminalidad e inseguridad reinante en la zona desde el denominado estallido social. Rápidamente nos llenamos de expertos que culpaban a las recientemente asumidas autoridades de los problemas (a estas alturas) endémicos de los barrios en cuestión. Si bien mucho de esto es innegable y, de hecho, iniciativas como esta buscan aportar a generar conciencia histórica en los habitantes de nuestro barrio, también es cierto que sabemos poco de las nuevas comunidades que se han ido formando con antiguos y nuevos vecinos y vecinas. Durante la última década hemos sido testigos de importantes transformaciones a nivel nacional y global que han incidido directamente en la economía, demografía, sociedad y cultura de nuestra ciudad. La emergencia de estas nuevas problemáticas obliga a nuestras disciplinas a repensar y renovar nuestras cajas de herramientas para lograr reconectar con nuestras comunidades. Dicho de otro modo, esta crisis social que atraviesa el país debiese ser aprovechada para repensar el rol de las ciencias sociales, las humanidades y las artes en el proyecto de país que buscamos construir. Todas estas disciplinas no solo debieran servir para diagnosticar problemas, sino también para construir nuevas narrativas aglutinadoras de una sociedad en constante cambio y movimiento. El gobierno del Presidente Gabriel Boric ya tomó algunas medidas al respecto. Una de las más destacable es el programa Conocimiento 2030, lo que en la práctica implica incentivar y fortalecer las áreas de conocimiento mencionadas con el objetivo de que estas contribuyan con marcos teóricos nuevos que permitan leer de mejor forma la realidad e informar nuevas políticas públicas destinadas a generar los cambios estructurales necesarios para avanzar en resolver las problemáticas sociales que afectan al país hoy.

Experiencias como la recién descrita nunca ocuparán los titulares de los medios de comunicación, ni serán lo suficientemente destacadas, pero justamente por eso, nos parece importante cerrar relevando el tremendo trabajo que realizan los establecimientos educacionales de ese mismo estigmatizado barrio. En cierta forma, lo que ocurre en el Barrio Universitario es un microcosmos de lo que ocurre en nuestro país. Profesores y profesoras, apoderados y apoderadas, y estudiantes en general están construyendo una nueva comunidad que tarde o temprano modificará aquel ontológico “nosotros los chilenos”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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