Soy de los que creen que no importa si el gato es negro o es blanco si ha de cazar ratones. El afán de lucro tampoco me resulta una tragedia si es moderado, pero sí sé que para otros es inaceptable cuando se trata de bienes y servicios de salud.
En los últimos días, el Fondo Nacional de Salud (Fonasa) salió a comprar masivamente soluciones para centenares de casos de la lista de espera quirúrgica No GES de los hospitales públicos. Esta, que es una buena noticia para los pacientes de la lista de espera que han sido seleccionados para los efectos, no necesariamente lo es para los hospitales públicos, que es precisamente donde radica el origen de la lista. Es que esto es en la práctica una expresión pública de nuestro estigma.
Sin embargo, mientras se asignó a Fonasa un volumen no despreciable de recursos para realizar esta operación de acortamiento de las listas de espera en los próximos tres años, el presupuesto de apertura del Subtítulo 22 de la mayoría de los hospitales públicos estaría pronto alcanzando su límite, como ocurre todos los años. Es el viejo truco de Teatinos para frenar el tren con apertura parcial del presupuesto a comienzos de año, unos dos tercios del total proyectado, para luego ir decretando poco a poco el remanente.
Entonces, sucede que no pocos hospitales quedan transitoriamente en manos de la buena voluntad de los proveedores y el problema podría traer consigo la incorporación de nuevos pacientes a las listas de espera, producto de los casos que, sin presupuesto oportuno, no se resolverían.
Habida cuenta de lo anterior, la experiencia indica que las cosas tenderán a cerrar, bien o mal, no lo sabemos, el último día del año, a veces con no poca prestidigitación presupuestaria. La incertidumbre descrita ocurre sin mencionar la única certidumbre, que corresponde a la falencia presupuestaria para las inversiones de reposición en el Subtítulo 29, de la que ni siquiera se habla, pero que genera quiebres en la continuidad de los cuidados.
Para los que estamos en la trinchera de la gestión pública, este tipo de cosas, si bien nos resultan comprensibles, también nos desaniman. Soy un creyente histórico de la mezcla público-privada (asistí al primer seminario sobre la materia organizado por el Banco Mundial el año 1992 en Costa Rica), cuyas virtudes se pusieron en evidencia en todo su esplendor en Chile en tiempos de pandemia, habida cuenta de costos que aún se están pagando, como la deuda pendiente de Fonasa con las clínicas, las mismas que han de recibir una inyección de recursos frescos con este plan de compras.
Soy de los que creen que no importa si el gato es negro o es blanco si ha de cazar ratones. El afán de lucro tampoco me resulta una tragedia si es moderado, pero sí sé que para otros es inaceptable cuando se trata de bienes y servicios de salud. Me parece que tal afán es una motivación central en el caso de la provisión privada y no me incomoda. Pues bien, así y todo, tengo mis pies bien puestos en los zapatos de la tarea que me corresponde realizar: gestionar una institución pública.
Sé de los problemas de productividad que han venido a mirar y denunciar las Comisiones Nacionales y centros de estudios de variado origen y he conocido de la mentada ineficiencia en el uso de pabellones y de sus causas. No lo puedo negar. A mi entender, mucho de aquello se explica por la carencia de incentivos que estimulen el desempeño dentro de los servicios públicos si se comparan con los servicios privados, a los cuales Fonasa hoy día recurre. Pero henos aquí, gestionando, en la medida de lo posible.
Tampoco negamos que los montos que se asignan finalmente a la provisión pública son enormes, un par de billones, pero enorme es a su vez la red hospitalaria y enorme la población beneficiaria, que ha venido creciendo a tasas altas.
Me pregunto, como he hecho ya muchas otras veces, ¿acaso no se hace indispensable introducir reformas profundas en el prestador preferente de Fonasa, es decir, nosotros, para que podamos ofrecer más y mejores servicios? ¿O es que la alternativa que representamos los hospitales públicos, a estas alturas tan estigmatizados, ha dejado de ser del interés de los que conducen las políticas públicas en la materia y ya no nos queda más que salir a comprar?