
Donald Trump: Capitán Planeta
Trump está forjando la plataforma de un sistema político de nuevo tipo. Entre otras opciones, sospecho que sería una especie de monarquía tecnificada, idónea para enviar al desván de los artefactos desechables la diplomacia tradicional y las prácticas de la democracia representativa.
POTUS, President Of The United States, es la eufónica sigla en inglés del cargo de Donald Trump. El mismo cuyas dotes de showman fueron detectadas antes de su primer mandato por Barak Obama: “era un promotor inmobiliario que trataba de llamar la atención”.
Ahora, con ancha experiencia política, un Partido Republicano propio y aliados hipermillonarios, aprovechó su discurso inaugural en la Rotonda del Capitolio para llamar la atención del mundo. En ese escenario, vandalizado por sus ya indultadas huestes en 2021, cada frase suya fue una “cuña” publicitaria. Algunas para amenazar, otras para ilusionar y alguna para sonreír, como cuando anunció que rebautizaría el Golfo de México.
Hubo dos grandes notificaciones políticas. Una, para ambientar su afán de superar los equilibrios políticos internos (checks and balance). La otra, para advertir al resto del mundo que privilegiará la disuasión -léase, el unilateralismo forzudo- por sobre el diálogo y la negociación diplomática. Todo ello dicho en modo Far West (“el espíritu de la frontera”), con la imagen de John Wayne en el espejo y el hipermillonario Elon Musk a sus espaldas. Incidentalmente, éste lo decodificó ante la audiencia mundial con un vigoroso saludo nazi.
En clave de lema ese discurso fue el menú de un “glorioso destino”, en reemplazo del “destino manifiesto” histórico, vinculado con la expansión de la democracia liberal. Xi Jinping ya lo estará analizando con su Estado Mayor, para saber hasta dónde contiene un apoyo a Taiwan y una amenaza contra los canales, puertos y megapuertos de su Ruta de Seda. Vladimir Putin y Biniamin Netanyahu ya lo estarán decodificando para definir cuánto hay de bravuconada y cuánto de realismo en el anuncio de acabar con sus guerras “en 24 horas”. Lo mismo estarán haciendo los líderes europeos, para calcular hasta qué punto pueden contar con los EE.UU en el marco de la OTAN.
La Región perdida
¿Y qué rol tiene América Latina en esa estrategia de aproximación directa a la hegemonía global?
Para Trump y su entorno hay tres cosas claras al respecto: Una, que la integración latinoamericana ya ni siquiera es una utopía. Otra, que no vale la pena cortarse las venas por democracias que apenas se sostienen. Tercera, que sólo cabe dialogar o negociar en los marcos que los algoritmos determinen. Por tanto, no hay roles de carácter interactivo para la región y tampoco cabe esperar esas políticas que la vieja guardia norteamericana llamaba “compasivas”. Alarmante fue su silencio sobre las tres dictaduras netas de la región -en especial la muy criminógena de Venezuela- y, en especial, su decisión de “recuperar” el canal de Panamá. En cuanto al
úkase trumpista sobre deportación de inmigrantes latinoamericanos ilegales (“delincuentes”), fue el correlato de su nula preocupación por el diálogo con los gobernantes respectivos.
Tal autosuficiencia no es una simple regresión táctica a los años del big stick. En rigor, es una autoliberación estratégica de las convenciones diplo-democráticas, con el castigo arancelario como garrote mayor. El primer test ya se dio con la deportación de inmigrantes a Colombia, sin consulta previa con el gobierno de Gustavo Petro. Este, imitando al desafiante Fidel Castro de los años ’60, intentó resistirse invocando igualdad de dignidades. Su desplante caducó en cuestión de horas tras, precisamente, una amenaza contundente sobre aranceles.
Agréguese que no sólo los políticos que denuestan a sus “ricos y poderosos” están advertidos. Con los más ricos y poderosos del planeta en la cúpula del poder trumpista también lo están todos quienes traten de equilibrarse en la cuerda floja de un independentismo tipo “Trump sí, Xi Jinping también”. Quizás las únicas excepciones sean el salvadoreño Nayib Bukele, antes elogiado por su política carcelaria, y Javier Milei, por autodefinirse como el apóstol argentino de POTUS.
Ojo con el canal
Cabe añadir que, antagonizando al alimón con China y Panamá, Trump comenzó a jugar un partido de planteo paradójico y pronóstico difícil. Mientras la superpotencia asiática hoy es su principal adversario estratégico, Panamá es parte de esa América Latina que considera irrelevante.
La paradoja está en que China, filtrándose por esa irrelevancia, hoy es una potencia gravitante en la región. Ya desplazó a Europa como la segunda potencia extranjera más importante y no sólo por sus inversiones y cifras de comercio, sino también por sus exportaciones de armamento sofisticado y por su presencia en puertos y megapuertos latinoamericanos inscritos en su Ruta de la Seda.
Con esa situación a la vista, la amenaza de “recuperar” el canal de Panamá tiene proyecciones domésticas, jurídicas y políticas inseparables de su importancia estratégica en los EE.UU. porque el estatus canalero es parte del legado de Jimmy Carter, hoy mucho más respetado que en vida. En lo jurídico, porque viola el pacta sunt servanda, que suele identificarse con la intangibilidad de los tratados internacionales. En lo político, porque “la internacionalización del canal”, cuando lo controlaban los EE.UU, fue un lema que unió a las siempre dispersas izquierdas de la región.
Los estudiosos recordarán que el líder aprista peruano, Víctor Raúl Haya de la Torre, lo dijo claramente en 1928: “el canal de Panamá en poder de los Estados Unidos del Norte es uno de los más graves peligros para la soberanía de América Latina”. Hoy puede asociarse la demasía panameña con la política cubana de Richard Nixon, durante la Guerra Fría, esa que regaló a Castro la coartada para protegerse bajo el paraguas del comunismo soviético.
A mayor abundamiento, después del 11-S los expertos norteamericanos conocen las guerras sin responsables estatales y saben que en la región hay sicarios paragubernamentales y gobiernos armados por Irán, China y Rusia. Esto significa, para buenos entendedores, que hay armas de muy alta letalidad en manos que no son excesivamente respetuosas del Derecho Internacional.
Es posible, entonces, que con Panamá Trump esté tocando la peligrosa tecla del aprendiz de brujo.
Señuelo de ciencia ficción
Concluyo que, con el apoyo de sus hipermillonarios y los supermagos de la tecnología, Trump está forjando la plataforma de un sistema político de nuevo tipo. Entre otras opciones, sospecho que sería una especie de monarquía tecnificada, idónea para enviar al desván de los artefactos desechables la diplomacia tradicional, las prácticas de la democracia representativa y el hoy decorativo sistema multilateral.
¿Y cuál sería su señuelo para promoverla ante su opinión pública?
Eso sí lo tengo claro: es el nuevo destino manifiesto, de carácter estelar, que consignara en su discurso: “Perseguiremos nuestro destino manifiesto lanzando astronautas estadounidenses para plantar las barras y las estrellas en el planeta Marte”.
En rigor, es el mismo objetivo glorioso que ya cumpliera, exitosamente, Ray Bradbury con sus Crónicas marcianas. Pero -y aquí está el truco-, dado que la vida no siempre imita a la literatura, es de muy lejana cobranza. Al menos, en nuestra terráquea realidad.
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