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Hernán Neira, un autor de la periferia : ‘Me doy cuenta que soy un outsider’

La última novela del escritor, que actualmente reside en Valdivia, El naufragio de la luz, publicada en España, está ambientada en la isla Ameland, que aunque real, en el libro es un territorio donde la mitad de los habitantes impone a la fuerza el olvido. ¿Una alegoría sobre Chile?


El primer dato que Hernán Neira tuvo de la isla Ameland fue navegando frente a ella. Eso no lo sabía en todo caso. Había terminado su turno frente al timón del velero en que viajaba con compañeros de universidad en Francia y en la cabina, refugiándose del frío invernal constante del Mar Wadeen, lee un pequeño artículo de la revista gala Salvamento Marítimo que describía un fallido ejercicio de salvación justamente realizado en la isla: los caballos que arrastran un bote para que entre al mar no resisten los remolinos que producen las corrientes en la arena, se hunden y se ahogan.




Ubicada frente a Holanda y parte de las Islas Frisias, Ameland es una planicie hasta la cual no se puede llegar sin brújulas. Aunque de difícil acceso desde el mar, hay personas que cruzan desde el continente caminando: salen cuando baja la marea y a medida que se retira avanzan hasta llegar a la costa apenas hundiéndose un metro. Pero más allá de sus condiciones geográficas, en esa isla está localizada la segunda novela del chileno Hernán Neira, El Naufragio de la Luz, galardonada con el Premio Las Dos Orillas 2003, y que nace de un cuento justamente llamado Ameland, que fue finalista en 1990 del premio Juan Rulfo.



Radicado en Valdivia hace una década, Neira enseña en la Universidad Austral filosofía, teoría literaria y de la comunicación, materias sobre las que tiene una serie de artículos. Ha publicado los volúmenes de ensayo El espejo del olvido(1997) y La ciudad y las palabras (2004), mientras que en el ámbito literario lleva editados los cuentos A golpes de hacha y fuego y las novelas El sueño inconcluso y El naufragio de la luz que recién el 10 de diciembre pasado tuvo su lanzamiento oficial en su ciudad de residencia. Antes ya lo había hecho en la Feria del Libro de Santiago, pero a Neira no le interesa demasiado el circuito literario nacional, si es que hay uno.



La novela, que por insistente recomendación de sus editores dejó de llamarse Ameland, parece un punto de inflexión en las letras nacionales e iberoamericanas. Lejos de las tendencias actuales, El naufragio de la luz no se puede resumir en un párrafo porque la anécdota central es apenas la punta de una trama que a medida que avanza, se aletarga y detiene en una relación amorosa entrampada por antiguas presiones sociales. Un guardafaros llega hasta una inhóspita isla -Ameland- a ocuparse del faro; sus habitantes apenas se relaciones con él y le niegan una cercanía futura; se empareja con la única mujer sola de la isla y cuando juntos deciden dejarla, los isleños se lo impiden. Nunca les permitirán regresar a tierra firme.



– ¿Conoces la verdadera isla Ameland?
– Nunca he estado en ella, lo admito. He navegado cerca de esa isla y la primera información que yo tuve de ella fue justamente navegando a vela una noche en invierno con un grupo compañeros de universidad en Francia.



– Me dices que en ese viaje leíste la historia del salvación que motivó la novela. ¿Qué te llamó la atención de ella?
-Me pareció que esa imagen era extraordinariamente hermosa y fuerte dramáticamente, porque en un ejercicio de salvamento y para salir de la isla, los caballos, que son animales muy nobles, se ahogaban. Me dio la idea que en esa imagen estaban muchos valores muy importantes dramáticamente: el encierro, la salida, la ayuda, la imposibilidad de escapar, el esfuerzo por escapar, por ayudar a alguien; estaba todo eso concentrado en una imagen extraordinariamente simple y muy poco literaria la verdad, pero de mucha fuerza.


El faro de la isla Ameland, ubicada frente a la costa holandesa

– Aunque la isla verdadera está en Europa, por la descripción también podría ser una de sur de Chile.
– Es un lugar de ficción y justamente yo no quise situarla muy nítidamente en la geografía para que ese lugar simbólico que se genera allí tuviera más fuerza. Creo que simboliza el esfuerzo por salir, pero no solamente de la geografía, es un esfuerzo por salir de conflictos internos, en este caso de una pareja. Eso es lo que simboliza: esta lucha muy intensa de una pareja por salir de aquello en que están, por así decirlo, en un encierro.



La alusión a Chile



– La historia de Ameland se basa, entro otras cosas, en una decisión por un grupo de los náufragos que llegan a la isla por olvidar su pasado y empezar de cero.
– Se dividen estos náufragos. Una de las cosas que sucede en la isla, es que unos todavía tienen recuerdo del pasado y quieren volver a algún lugar a tierra firme. Los otros deciden romper completamente con el pasado y comenzar desde cero. Ahí se produce una pugna que es una especie de guerra civil, que al mismo tiempo todos quieran olvidar. Se produce la guerra civil y una vez que ha concluido, se trata de olvidar los crímenes a los que ha dado lugar.



Aunque no sea de forma directa, ¿alude a la historia reciente de Chile?
– Podría ser una alegoría de lo sucedido en Chile. Fue concebida de una forma más libre que eso, pero yo tenía en mente también esa oposición de cuando un país está francamente dividido, o un territorio o un grupo humano y se produce un conflicto, y un grupo decide olvidar por completo los crímenes y ocultarlos, con todo lo que ello implica. Pero no está referido exclusivamente ni principalmente a Chile. Tampoco quisiera que fuera entendido así. Yo quisiera que la validez de lo que está planteado en la novela incluye a Chile, pero puede incluir otras situaciones también. Pero sin duda alude a la historia de Chile.



Outsider



– Has pasado mucha de tu carrera literaria fuera de Chile y El naufragio de la luz fue editado en España en realidad. En relación a la literatura iberoamericana, ¿cómo te sientes?
– No se puede generalizar. Hay casos tan distintos como José Lezama Lima o Jorge Luis Borgues, Ernesto Sábato, el mismo José Donoso, Carlos Fuentes, son todos autores con una identidad y con un estilo tan fuerte que eso hace su gran riqueza. No creo que se pueda generalizar. Por lo demás, la literatura latinoamericana hoy día está hecha fuera de los países de origen. Entonces el concepto de literatura latinoamericana quizá sea un invento del boom latinoamericano, que a su vez es un invento comercial español.



– Esos ya son nombres históricos, ¿qué te pasa con autores más cercanos a tu generación?
– Más cercanos a mi edad… No he leído a (Ricardo) Piglia, pero quisiera leerlo. A Roberto Bolaño tampoco lo he leído. Me sucede además que muchas veces no leo las cosas que están de moda, se produce un distanciamiento natural y espero a que pase la moda y cuando ya no se está hablando de ellos, ahí los leo. Pero he leído, a algunos autores españoles, Antonio Muñoz Molina me encanta; José Ovejero es un autor no conocido en Chile, o Julio Llamazares.



– ¿Cómo te sientes dentro del panorama literario chileno?

– En literatura chilena he leído más a los actuales, desde René Arcos, Carlos Cerda, Mauricio Electorat, Arturo Fontaine, Marcelo Leonart, algo de Roberto Ampuero, pero la mayoría de ellos no los he leído de manera sistemática. Al que he leído sistemáticamente de estos es a Carlos Cerda; bueno, a Donoso también, por supuesto. Algunos de ellos me parecen bastante notables, otros no tanto, pero creo que en general tiene un buen trabajo.



– ¿Y dentro de ese panorama, cómo te ubicas tú?
– ¿Cómo me siento en relación con ellos? Me doy cuenta que soy un outsider, porque tengo una formación distinta y porque vivo en Valdivia. Pero me siento bien, creo que cada uno tiene su espacio y su estilo, y me doy cuenta que una novela como El naufragio de la luz tiene la gran virtud de ser muy distinta a lo que se está haciendo, como tema, actualmente en Chile. En ese sentido, no me siento en competencia, porque la novela se sitúa en otro plano estilístico… por lo tanto, eso me permite situarme como un outsider y ver lo que están haciendo mis colegas con tranquilidad.



– ¿Un outsider?
– Un poco fuera del circuito, pero tampoco existe un circuito en Chile. Los circuitos en Chile son efímeros y hechos por la publicidad del momento. Eso no me preocupa mayormente, de hecho esta novela fue publicada en España y está siendo traducida a otros cuatro idiomas.



– O sea, en este caso ser un outsider no tiene tanta relevancia.

– Claro, en la carreras de caballos, el outsider es el caballo que compite por fuera y que a veces gana. Bueno, aquí no se trata de ganar o perder, porque en literatura esa competencia tampoco tiene sentido en realidad; más bien se trata de ver y valorar el trabajo que están haciendo los colegas. Pero, yo sí me doy cuenta que la novela fue leída por ojos que la miraron favorablemente fuera de Chile y decidieron publicarla. Lo que me confirma que la verdadera literatura nunca ha estado ligada a fronteras nacionales.



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