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Unasur: un gran estreno

La cumbre culminó con un acuerdo unánime en torno al «poder suave», la persuasión, para superar como región y sin interferencias externas, esta crisis. Lo único sorprendente es que el canciller Foxley, en una conferencia de prensa, se refirió a lo tratado a puertas cerradas por los presidentes.


Por Iván Auger*



La primera reunión de emergencia de UNASUR (Unión de Naciones de América del Sur), convocada por la presidenta Bachelet, fue un brillante estreno de la nueva organización ante la comunidad internacional. En esta se reafirmó la vigencia de la democracia en Bolivia, como en toda la región suramericana; y la disidencia de Santa Cruz se quedó sin más opciones que aceptar el veredicto de las urnas y negociar. Para ello se aunaron posiciones políticas muy diversas, incluso contradictorias, y se llegó a un acuerdo unánime.



El escenario fue La Moneda, el símbolo de nuestra democracia, donde murió Salvador Allende, y que el bombardeo del 11 de septiembre de 1973 no logró destruir. El héroe de la jornada, además de nuestra presidenta, fue Lula; Brasil emerge como la gran potencia de América del Sur. De paso, las relaciones chileno bolivianas quedaron en el nivel histórico más alto. Y todo ello sin ninguna interferencia externa; parece que finalmente somos colectivamente adultos.



Esa ausencia de interferencia se debe, principalmente, al agotamiento del poder norteamericano; el «momento unipolar» ya es parte de la historia, aunque no lo crean los nostálgicos, tanto de derecha, que reclaman la participación de la OEA, como de izquierda, que ven a Washington tras todos los problemas.



Los EE.UU., además de enfrentar una crisis financiera de proporciones inimaginables, que amenaza la economía mundial, están empantanados en las dos guerras más largas de su historia, en Irak y Afganistán (la primera le cuesta 10.000 millones de dólares mensuales). A lo que se suma el fiasco de Georgia, en que el asalto militar a Osetia del Sur, la Andorra del Cáucaso, que debe haber sido alentado por el sector más halcón de la administración Bush, no intimidó a Rusia, que respondió de inmediato y con eficacia.



La reacción de Washington, para salir de ese embrollo fue colocarse detrás de la Unión Europea presidida, horror de horrores, por un francés. Estados Unidos tiene un Departamento de Estado (ministerio de exteriores) escuálido, con una planta de seis mil funcionarios, es decir, inferior al número de músicos de las bandas militares del país, con el agravante de que varios cientos de esas posiciones están vacantes. Y sus institutos de cultura en el exterior son pobrísimos desde que tienen que autofinanciarse (recomiendo visitar la biblioteca del Instituto Chileno Norteamericano de Cultura).



La preocupación norteamericana por América del Sur al norte de Miami es, por consiguiente, bastante baja. Incluso en el caso de Venezuela, uno de sus principales abastecedores de hidrocarburos. El pesado petróleo venezolano puede refinarse casi exclusivamente en Texas; y a pesar de algunos esfuerzos de Caracas para diversificar sus mercados, ese divorcio petrolero tendría altísimos costos para ambas partes. A lo que se suma que la alternativa para EE.UU. es el Golfo Pérsico, como también la voracidad venezolana por los automóviles norteamericanos, la gasolina está fuertemente subvencionada, el whisky y Miami.



La crisis actual de Bolivia se inició cuando el presidente Morales decidió superar la virulenta oposición a su proyecto político por medios democráticos (el recuerdo de Salvador Allende es más que obvio) y convocó a referéndum revocatorios del presidente y los prefectos de todos los departamentos, en la mayoría de los cuales campeaba la oposición.



Los resultados fueron sorprendentes: una victoria aplastante para Morales, quien obtuvo el 67,41% de los votos. Logró la mayoría en seis departamentos, empató en uno y perdió sólo en dos, a pesar de que la oposición controla cinco. Además, ganó en 95 de las 112 provincias en que se divide el país. Y si se analizan con detención esos resultados electorales, se puede concluir que el único centro en verdad opositor es la ciudad, no la provincia, de Santa Cruz.



La reacción de la oposición fue la violencia callejera, y la respuesta del gobierno de Evo Morales la habitual. No usar el Estado, las fuerzas armadas y los tribunales (lo que confunde a Chávez), sino la movilización ciudadana, esta vez no en las urnas sino en la calle. La reacción de la oposición en el departamento de Pando fueron los sicarios y, en otras partes, protestas y sabotajes a los gaseoductos hacia Brasil y Argentina.



En ese momento nació la idea de convocar a una reunión de emergencia de UNASUR, una organización recién nacida a instancias de Venezuela, y exclusivamente suramericana. Miel sobre hojuelas para Brasil, a quien no sólo le interesa Bolivia como proveedor de gas, sino también evitar las secesiones, y que el gobierno de Lula aprovechó para demostrar la eficacia de su poder suave, una diplomacia sin megáfono, propia de una potencia mundial emergente, que quiere influir sin incomodar a sus vecinos en América del Sur.



Brasil puso condiciones sin estridencias para participar en una reunión exitosa. Fin de la violencia de la oposición, y tregua con La Paz, respeto a la democracia e integridad territorial y rechazo a toda injerencia extranjera, un mensaje con varios destinatarios dentro y fuera de nuestra región. Los autonomistas, que no pueden sobrevivir en aislamiento geográfico, terminaron con el bloqueo de carreteras y oleoductos, aplaudieron la participación de Brasil e iniciaron negociaciones con La Paz.



Los acuerdos de la cumbre de UNASUR recogen todos esos planteamientos. Además, crean una comisión investigadora de los incidentes durante la crisis. Y se comprometen a facilitar las negociaciones entre La Paz y Santa Cruz, pero dentro del marco de respeto a la institucionalidad vigente, que respaldó una gran mayoría de la ciudadanía boliviana, y la integridad territorial del país. Algunos pueden decir que esa política no asegura el éxito. Están en lo cierto, pero la experiencia indica que la comunidad internacional puede facilitar, y no imponer, soluciones a los conflictos internos. Esa es la diferencia entre los éxitos en Cambodia y Namibia y los desastres en Yugoslavia e Irak. Nada puede reemplazar al consentimiento de los involucrados en las disputas.



En resumen, un acuerdo unánime en torno al «poder suave», la persuasión, para superar como región y sin interferencias externas, esta crisis. Lo único sorprendente es que el canciller Foxley, en una conferencia de prensa, se refirió a lo tratado a puertas cerradas por los presidentes.



Iván Auger, consultor internacional

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