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Capital financiero en busca de capital político: el ladrón detrás del juez

En el primer capítulo de este proceso, inaugurado con el ajuste estructural de las economías a comienzos de los años 80′, se le reduce al Estado su poder económico a través de privatizaciones y desregulaciones. En el segundo capítulo, que comienza a partir de esta crisis 25 años más tarde, se le solicita a ese Estado debilitado que sostenga al sistema.


Una de las críticas a los candidatos a la presidencia en EE.UU. ha sido su débil participación en la resolución de la actual crisis. A pesar de que el tema absorbió buena parte del tiempo en los debates, y aunque sea explicable solicitar recetas, también es irrealista que de ellos provenga una respuesta satisfactoria, tanto para los líderes como para la población.



De allí que este reclamo se extienda a la política, y se popularice la frase de que "hay falta de liderazgo político". Como era de esperar, todos los dardos se dirigen hacia Jefes de Estado con serios problemas de aceptación en sus países. El primero en la lista es naturalmente George W. Bush, transformado en ícono y causa de todos los males en el planeta. Así es la política también, un resorte para la explicación que acomoda. La posibilidad de analizar una responsabilidad colectiva se reduce porque la sociedad funciona fragmentadamente.



A partir de esta crisis se alude a una carencia de mando político y de gestión, que no se encuentra en la estructura del sistema que está golpeado. Se reacciona al mismo tiempo en forma desmedida para proteger el circuito inmediato de la supervivencia y para que el "sistema no se detenga", como lo declaran los representantes de los banqueros.



El mismo sector que canceló la vía política, en el sentido de convocar una mayor participación ciudadana para la gestión del nuevo orden económico internacional proclamado en 1991 con la caída la ex URSS, ahora demanda una urgente intervención política. En principio un eufemismo para que el Estado se haga cargo de una deuda económica.



Es inaudito. En el primer capítulo de este proceso, inaugurado con el ajuste estructural de las economías a comienzos de los años 80′, se le reduce al Estado su poder económico a través de privatizaciones y desregulaciones. En el segundo capítulo, que comienza a partir de esta crisis 25 años más tarde, se le solicita a ese Estado debilitado que sostenga al sistema. Es obvio que este desenfrenado proceso no ha sido rentable, y que además de movilizar determinada liquidez para no "parar las actividades", responde a un sistema descompensado. La mayor rentabilidad provino del sector que menos bienes producía: el juego el dinero.



Ahora es válido preguntar, ¿el liderazgo que se reclama es con respecto a qué? ¿A la magnitud y ubicación de la inyección de recursos al sistema? ¿O se trata de un liderazgo respecto a un cambio en la matriz de la economía-política?



Cuando el espacio de la política es secuestrado por el avasallamiento de la determinante económica, es claro que la gestión del sistema pierda compactación y demande intervención política. Estas determinantes instaladas 25 años atrás, consisten precisamente en la desregulación y la privatización a ultranza que van de la mano de la apertura de los mercados sin límites. Por eso resulta paradójico, y hasta desmesurado que del mismo sector que cerró la vía política con la implantación del ajuste económico a través de la doctrina de la desregulación, salga la demanda de mayor liderazgo político.



Por este tipo de reacciones, la estela de desconfianza se expande con facilidad, porque la absorbe una incertidumbre que existe en la base desde hace varias décadas. La desconfianza en las cúpulas respecto a la eficiencia y eficacia del sistema para conectar economía y política, no es que se refleje en la línea más frontal de la caída de las bolsas, sino que se expresa en la renuencia de estas mismas cúpulas para admitir que hubo una equivocación radical en no proponer una alternativa al Estado de bienestar. Para que el sistema no se detuviera, se ganaron elecciones con el argumento de que democracia y libre mercado podían formar el sistema político correspondiente, forzando la capacidad de las sociedades para absorber el cambio de sistema.



Guste o no, los límites del individualismo liberal frente a la cuota indispensable de colectivismo que un proyecto de bien común necesita, con esta crisis se han puesto a prueba.



Se ha hecho más visible una falla principal en la adaptación del Estado liberal a dos pilares, como el autoritarismo económico y la demagogia política, quedando al descubierto el problema central que afecta al estado liberal: no tiene un sistema político sobre el cual se sustente el molde económico.



También se ha llegado a un punto de letanía y desgaste en la elaboración de recetas públicas, debido a la reiterada frigidez de las ideas de los líderes. El problema mayor es que están allí porque la gente los vota, formando un círculo vicioso. Es así que la "teoría" de preocuparse más de la parte llena del vaso que de la vacía, se sostiene cada día menos. Hay una renuencia a admitir que el Estado liberal atraviesa por una profunda crisis política cargándole los dados a la mal llamada doctrina neoliberal que explica poco en sí misma. Este problema que es de fondo, y que aparece lejos del emprendimiento, la competitividad y la innovación, estalla en una crisis financiera que reclama liderazgo político.



El sistema financiero está palpando bruscamente que la política no era "ni tan simple como creían algunos, ni tan hábil o diestra como creían otros".

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