Publicidad
Peña dice que Bachelet dudó al enfrentarse al dilema entre sus sentimientos como madre y sus deberes como Presidenta Señala que el «Nueragate» le provocó «obvio daño al gobierno»

Peña dice que Bachelet dudó al enfrentarse al dilema entre sus sentimientos como madre y sus deberes como Presidenta

El rector de la UDP asegura que la jefa de Estado se enfrentó al que «quizá sea el dilema más propio del político: elegir entre sus sentimientos y sus deberes; entre los afectos patológicos (como Kant llama al amor puro y simple) y las obligaciones institucionales; entre la espontaneidad afectiva y la reflexión que impone un cargo público. Maquiavelo, con el tremendismo que lo caracteriza, presenta el dilema como una elección entre salvar el alma y condenar la patria o condenar el alma y salvar la patria».


El rector de la Universidad Diego Portales, Carlos Peña, asegura que la Presidenta Michelle Bachelet dudó al enfrentarse al dilema entre sus sentimientos como madre y sus deberes como mandataria en el «Nueragate» y apartar a Sebastián Dávalos de la Dirección Sociocultural de La Moneda.

En su habitual columna en El Mercurio, Peña asegura que la jefa de Estado se enfrentó durante la semana al que «quizá sea el dilema más propio del político: elegir entre sus sentimientos y sus deberes; entre los afectos patológicos (como Kant llama al amor puro y simple) y las obligaciones institucionales; entre la espontaneidad afectiva y la reflexión que impone un cargo público. Maquiavelo, con el tremendismo que lo caracteriza, presenta el dilema como una elección entre salvar el alma y condenar la patria o condenar el alma y salvar la patria».

Expone que tras su vuelta de vacaciones, la Mandataria «reafirmó los principios que inspiran al gobierno: igualdad de oportunidades y meritocracia; declaró su voluntad de perseverar en ellos; e insinuó (insinuó, puesto que significativamente no aseveró) que por eso había decidido apartar a su hijo de su cargo en La Moneda».

«Acto seguido, el vocero titular declaró -era que no- que la Presidenta había demostrado, una vez más, que ella no vacilaba a la hora de cumplir con su deber por doloroso que este fuera. ¿Es así? La pregunta parece ociosa y antipática; pero es indispensable intentar responderla. Desde luego, no cabe dudar de la sinceridad de la Presidenta, aunque, como es obvio, sinceridad no es lo mismo que verosimilitud. Y ese es el problema de sus declaraciones del día lunes», menciona.

Peña sostiene que durante varios días -luego que la revista Qué Pasa mostrara las circunstancias del negocio en que se involucró el hijo de la Presidenta-, el caso no pareció estar en manos de la Mandataria y «tampoco dio la impresión de que estuviera bajo el poder del ministro del Interior, menos que cayera bajo la decisión del vocero de entonces. Y es que todos ellos dijeron de manera explícita y directa, dos o tres veces, que el asunto en que estaba involucrado Dávalos era un ‘asunto entre privados’, cuya resolución le correspondía a Dávalos y a nadie más. En otras palabras, durante varios días el asunto Dávalos-Luksic causó un obvio daño al gobierno sin que el ministro del Interior, el vocero de entonces o la Presidenta, de la que nada se sabía, sintieran o manifestaran, de manera directa o indirecta, que estaba en su poder resolverlo. En vez de eso, todos, por declaración directa del ministro del Interior y de quien ejercía entonces de vocero, dijeron que era el propio Dávalos quien debía indicar cuál era la resolución final del problema».

El académico precisa que es difícil recordar otro caso en el que una persona que ejerce una función pública de exclusiva confianza «posea un poder tan extremo que su permanencia en el cargo dependa de él y solo de él, como una y otra vez, hay que repetirlo por lo increíble, dijeron el ministro del Interior y el vocero de entonces».

«Lo verosímil (que no coincide necesariamente con lo que es sincero), entonces, es que la Presidenta, puesta a escoger entre su afecto patológico (como Kant por ahí llama al amor) y los deberes públicos que le fueron confiados, en vez de decidir, dudó (desmintiendo aquello que los intelectuales son los que dudan y los políticos los que escogen). Dudó. De otra forma no se explica -como cabría repetir- que durante varios días el ministro del Interior y el vocero de entonces, rozando ya casi el ridículo, repitieran una y otra vez que era ‘el señor Dávalos’ quien debiera resolver el problema, que de vuelta de vacaciones, sin embargo, la Presidenta insinúa (insinúa porque significativamente no asevera) que fue ella quien, puesta en la necesidad de escoger entre los afectos y los deberes, escogió a estos últimos», explica.

Y sostiene que los políticos experimentan dilemas como el que debió encarar la Presidenta «entre el amor a su hijo y el amor a sus deberes, y es probable que ninguno de ellos, como le ocurrió en este caso a la Presidenta Bachelet, sea capaz de resolverlos sin dudar y de una sola plumada».

«Pero en ese caso, todos los políticos, incluida la Presidenta, recuerdan una máxima que compensa, después de todo, los rigores a los que a veces se ven expuestos: siempre es posible hacer de la necesidad una virtud», concluye Peña.

Publicidad

Tendencias