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Escuela de Derecho de la Chile: adolescentes enrabiados, asambleísmo y el placebo de los paros Crisis de autoridad y sentido se mantiene con decanato de Davor Harasic

Escuela de Derecho de la Chile: adolescentes enrabiados, asambleísmo y el placebo de los paros

Valentina Araya
Por : Valentina Araya Estudiante de Periodismo UC
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Ingobernabilidad, falta de diálogo, impunidad, violencia implícita y otros conceptos aparecen entre diversos actores,  tratando de explicar qué sucede en una Facultad que fue por largo tiempo generadora no solo de abogados de la plaza, sino también cuna de liderazgos políticos decisivos para la construcción de la República del siglo XX chileno.  ¿Será esta generación la que marque el ocaso de la Facultad de Derecho más influyente del país?


“La contracara de esta situación, ambiente complotista, escenificación ‘okupa’ y deterioro general de la convivencia, es el cúmulo de problemas que se han ido percibiendo desde hace rato en la Universidad de Chile. Si alguien alguna vez pensó que tras la dictadura volveríamos a ver a la Chile como en sus mejores días, se equivocó (…). El decaimiento sostenido de la universidad estos últimos veinticinco años ha sido público y notorio”, decía Alfredo Jocelyn-Holt en su libro La Escuela Tomada. Historia/ Memoria 2009-2011, en 2014.

El viernes 20 de mayo se cumplían tres semanas de ocupación de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile. Ese día, en una de las habituales votaciones de revalidación de la toma, 295 votos a favor de seguir movilizados, 515 en contra y 9 blancos, definieron que la paralización debía terminarse.

Para reanudar las actividades, los estudiantes movilizados demandaban que cinco alumnos de Derecho que habían sido expulsados por encontrarse en causales de eliminación tras reprobar distintas asignaturas, fueran reincorporados. Solo dos de ellos no fueron reintegrados.

Los estudiantes que mantenían Pío Nono tomado estaban a la espera de que Rectoría diera el veredicto final. La toma, explican estudiantes de la Casa de Bello, se llevó a cabo para agilizar esa última respuesta. A pesar de que no fueron cien por ciento exitosos en su reivindicación y ante la negativa de la máxima autoridad universitaria, pero con la certeza de que tendrán garantías académicas, distintos colectivos hicieron un llamado para que sus compañeros votaran a favor de bajar la toma.

Y así fue. La toma se acabó, como antes se acabaron las paralizaciones y tomas de larga duración de 2009, 2011, 2013 y 2015.

“No hemos sido capaces de defender y erguir nuestras demandas a través del diálogo, aunque no es unánime: hay un porcentaje de estudiantes que, por regla general, se ha opuesto a estas medidas, sin embargo, la mayoría ha sido partidaria del uso de estos mecanismos”, explica un estudiante de izquierda de quinto año, que no milita en ningún colectivo.

¿Qué pasa en Pío Nono con Santa María?

“En la Escuela prima el ‘genio del lugar’, el de ese ring de boxeo que había antes de que se construyera el edificio actual (…). El complot y este residuo histórico-inconsciente boxeril han prevalecido, son quizá hasta más fuertes que lo que debió instalarse allí: un claustro, una facultad académica, un lugar de reflexión y estudio. El complot y el pugilismo –el poder y la fuerza como ultima ratio– son la manera como las distintas facciones en pugna han querido hacer de la Escuela lo que es y sigue siendo, una Escuela tomada, no una universidad”, decía Jocelyn-Holt en 2014.

¿Qué pasa en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile? El deterioro de su calidad –continuaría arguyendo el historiador– es “lo que ha permitido escenas y capítulos como los de la Escuela de Derecho”.

“Cuando se paraba hace 30 años la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, era una noticia, ahora es un dato anecdótico”, precisa Álvaro Fuentealba, profesor y ex vicedecano de la Escuela.

Luego agrega que “los dirigentes estudiantiles de 2011, los más importantes, son todos diputados. Muchos dirigentes políticos de la facultad pueden terminar –y con el cambio del sistema electoral es incluso más posible– en un cargo en el Congreso Nacional. Entonces es un bocato di cardinale, el entrenamiento político dentro de la Facultad de Derecho es una cosa importante”.

El placebo de la tradición

“La universidad desde los años ochenta en adelante ha seguido teniendo problemas, algunos serios. Su desnaturalización (si hemos de seguir valorando la tradición como fuente definitoria) se ha acentuado. Es probable que su importancia haya disminuido; sea menos influyente, ciertamente menos de lo que se pensó en su época ‘gloriosa’ reciente, durante las décadas de los cincuenta y sesenta. Y, desde luego, ha sufrido trastornos internos –en cuanto a su organización administrativa– al punto de que se ha vuelto irreconocible para muchos que tuvimos la suerte de estudiar y trabajar en otro tipo de institución que la actual”, dice Alfredo Jocelyn-Holt en La Escuela Tomada.

Fuentealba concuerda y explica que la Facultad “está en riesgo porque no puede seguir pensando que por sus 250 años de tradición va a, per se, seguir siendo la número uno en el ambiente nacional”.

Estudiantes castrados

Por otro lado, de acuerdo de Álvaro Fuenteaba, está lo que John Carlin, periodista y escritor británico, ha llamado el “estudiante eunuco” o castrado. La generación actual de estudiantes universitarios –postula el autor inglés– fueron niños cuyos padres se esforzaron sobremanera por que no les faltara nada. Así, si en los 80 los estudiantes universitarios protestaban contra dictaduras, hoy protestan por cualquier cosa que les incomoda. Y bajo esa lógica, la incomodidad justifica una reacción moral.

Mientras Pío Nono estaba en toma y alumnos de múltiples casas de estudios y colegios comenzaron a ocupar sus establecimientos, estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales colgaban un lienzo en su entrada que rezaba “No queremos toma, no somos la Chile”. Marcelo Montero, abogado y profesor de Derecho Civil y Filosofía del Derecho de esa universidad, asegura que la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile está sumida en una crisis.

“Yo creo que hay rasgos evidentes de ingobernabilidad y eso se debe a que, por una parte, hay un grupo de estudiantes que sienten una enorme frustración porque ven sus expectativas sociales, educacionales, insatisfechas. Producto de esa frustración, ese grupo de estudiantes, que yo diría que es más bien minoritario pero tiene mucho poder, hace literalmente una pataleta adolescente que se traduce en las tomas” y agrega que las movilizaciones, que en la Casa de Bello se han naturalizado, “son un acto de narcisismo adolescente”.

Lo grave de este narcicismo adolescente, afirma el abogado, es que no tiene relato; solo hay queja, reclamo, victimización.

Alfredo Jocelyn-Holt decía en 2014, en alusión a la toma de 2009, que esta dio el puntapié inicial a un período largo y complejo que cambió la dinámica de la Facultad de Derecho, que “de lo que se trataba era de una suerte de semana mechona bacán, todo de nuevo, todo en patota, de vuelta de vacaciones/de nuevo en vacaciones, pero no en Cartagena, que es donde suelen ir a sus bacanales iniciáticas, sino en Pío Nono con Santa María, de ahí en adelante convertido en territorio libre adolescente”.

A esto se agrega, según Montero, que dentro de la Facultad hay un grupo compuesto por profesores y alumnos que no tienen cohesión ni liderazgos claros para oponerse a las “rabietas adolecentes” –aun siendo mayoría– y son incapaces de organizarse, produciéndose, por ende, un “secuestro de la autoridad por parte de una minoría”.

Los estudiantes que recurren a realizar paros y tomas permanentemente, dice el académico de la UDP, sienten una terrible frustración y la manifiestan cada vez que pueden, con “mal llamados líderes que canalizan esa rabia. Eso es impresentable. No hay incentivos o valor para armar un discurso contra ellos”.

Un estudiante de quinto año de Derecho en la Chile, que se autodefine como de izquierda, afirma que “existe una generación que es hija de la dictadura que quedó por ella adormecida. Nosotros somos hijos de esa generación y nos hemos dado cuenta de nuestro enorme potencial transformador. El problema, a veces, es encauzar ese potencial y esa tremenda energía en direcciones adecuadas”.

A lo anterior agrega que los actuales estudiantes de la Facultad son parte de una generación pionera de la inmediatez y eso los ha vuelto patológicamente impacientes. Dentro de la Facultad –explica– prima esa lógica: “Nos ofrecen soluciones ya, o tomamos nuestro potencial movilizador y lo ponemos al servicio de paralizaciones y tomas hasta que nos den lo que pedimos”.

A lo anterior se suma, según distintos estudiantes de la Casa de Bello, que sus compañeros asumen que lo que piden es justo y en el afán por lograr rápidamente sus objetivos, muchas veces pierden la capacidad de dialogar y reflexionar en conjunto.

Violencia democrática

Profesores y estudiantes de la Facultad de Derecho concuerdan en que existe una “amenaza velada propiciada por un ambiente de violencia tácita”. A lo anterior, agregan, se suma que hay un “asambleísmo” exacerbado, poco legítimo y poco representativo.

“Sobre todo asambleísta, que es lo que termina por explicar el arsenal de artimañas que desplegaron. La toma de decisiones, en las instancias de menos jerarquía, se haría frecuentemente a mano alzada; viejo truco que permite que quienes presidan la reunión, los únicos que con una sola ojeada abarcan la sala entera, manejen el conteo, se sepa o no si todos los que están ahí son de ahí (y, si no lo son, no les importe mayormente –que ‘todo sea por la causa’). Las votaciones se irían haciendo, además, por generaciones o promociones (‘el cómo viene la mano’) para así colar y anticipar los resultados en beneficio de las cúpulas antes de llegar a la Asamblea de Escuela, la instancia decisiva (dicen)”, relata Jocelyn-Holt sobre la toma de 2009.

Y es que la “violencia implícita” no es un tema menor. “Hay un grupo importante de estudiantes que le temen a lo que llaman ‘la ultra’ o ‘los troskos’, porque son muy radicales en sus opiniones y, a veces, hasta violentos en sus palabras contra sus propios compañeros”, cuenta un estudiante de izquierda de quinto año.

Hoy uno de los voceros de la última toma en Derecho, que terminó el 20 de mayo, se encuentra en una investigación sumaria por agredir a un funcionario en el contexto de la ocupación. “Si sucedió o no y en qué circunstancias, es algo que tiene que zanjarse con el resultado de la investigación, pero el mensaje que les llega a los estudiantes por la mera existencia de la investigación es: ‘Esto confirma que él es violento’. Puede que no lo sea, pero deshacerse de ese prejuicio y del temor que ello inspira en quienes se han mantenido sistemáticamente alejados de las discusiones políticas no es sencillo”, explica un compañero del líder de la toma.

Así, pareciera ser que un patrón que se instauró hace más de cinco años ha logrado perpetuarse. Sobre el movimiento estudiantil de 2011, Jocelyn-Holt dice: “¿Pero no se suponía que en el 2011 había sido todo positivo, optimista, lúdico, tira p’arriba? No es la impresión que yo tuve. Al contrario, me pareció triste, monótono, tribal, ritual, estridente, impostado, un cliché tras otro (…) seguido de mucho encapuchado y, demasiado a menudo, de muchísima violencia. Y conste que violencia amparada, peor aún, plenamente aceptada, por dirigentes del movimiento estudiantil”.

Cristóbal Valenzuela, estudiante de sexto año, socialista y senador universitario, afirma que “si bien las asambleas no son el espacio más grato o amable para compartir, sí creo que las posturas son bastante escuchadas” y agrega que  “lo que hay en la Facultad son tensiones que todavía se pueden resolver en la medida que haya un proyecto de Facultad que aglutine a docentes, alumnos y funcionarios en un proyecto de Facultad común” y agrega que el clima político en Derecho es de “desconfianza mutua”.

Pero, de acuerdo a distintos académicos y alumnos de la referida Facultad, los estudiantes no son las únicas víctimas de la violencia que, de acuerdo a Álvaro Fuentealba, “aún no es física, pero sí preocupante”.

“Durante todo ese año –el 10 de junio del 2009, el día en que bajan la toma, hasta el 10 de junio del 2010, el día en que Nahum vuelve a ganar las elecciones de decano–, lo vivimos peligrosamente. Los ánimos estuvieron siempre caldeados. El ambiente, pesadísimo. Algunos estudiantes, envanecidos con el ‘triunfo’, perdieron la más mínima decencia. A la profesora Carola Canelo, una de las voces contra la intervención de la Escuela por Casa Central, Sebastián Aylwin, el dirigente estudiantil alguna vez ayudante mío (lo digo con vergüenza), le metió (en verdad, le arrojó) un perro, un quiltro vago, sarnoso, a su clase cuando estas se reanudaron (…). A otra profesora, un alumno le escupió en su cara ‘Vieja concha de tu madre, ¿cuándo te vai de aquí?’ (…). A Pablo Ruiz-Tagle, el también dirigente estudiantil Nicolás Valenzuela le escribió anónimamente en el pizarrón de la sala donde luego iba a comenzar su primera clase reiniciado el semestre: ‘Este profesor es un reaccionario cuando se refiere a la toma’; Valenzuela pretendía ‘instruir’ a los alumnos entrantes”, describe Jocelyn-Holt en La Escuela Tomada.

Luego agrega que “a otros estudiantes y profesores contrarios a la toma les sucedieron situaciones parecidas; sufrieron ataques reiterados de otros estudiantes y profesores”.

Mezclas políticas extrañas

Las relaciones políticas internas en la Universidad de Chile no dicen relación, necesariamente, con la afiliación a grupos políticos ideológicamente establecidos. Se trata de relaciones personales y concepciones académicas. “Si no se entiende eso, desde fuera es muy difícil entender lo que pasa en la Universidad de Chile y en la facultad de Derecho. Si no se conoce la cultura interna de la facultad y que las distintas visiones sobre la misma no tienen que ver con los partidos políticos tradicionales, podemos llegar a conclusiones exacerbadas, por ejemplo, que la Escuela es el reflejo de un desgobierno del país. Este país no está desgobernado”, dice Álvaro Fuentealba.

[cita tipo= «destaque»]“Yo creo que hay rasgos evidentes de ingobernabilidad y eso se debe a que, por una parte, hay un grupo de estudiantes que sienten una enorme frustración porque ven sus expectativas sociales, educacionales, insatisfechas. Producto de esa frustración, ese grupo de estudiantes, que yo diría que es más bien minoritario pero tiene mucho poder, hace literalmente una pataleta adolescente que se traduce en las tomas” y que las movilizaciones, que en la Casa de Bello se han naturalizado, “son un acto de narcisismo adolescente”, señala el abogado Marcelo Montero.[/cita]

Estudiantes de quinto año, a diferencia del ex vicedecano, afirman que la realidad política de la Escuela de Derecho es un “fiel reflejo de la política extrauniversitaria en su cotidianidad. Alianzas meramente electorales, conflictos de intereses, falta de transparencia y una larga lista, son pan de cada día en el Parlamento y múltiples instancias de política partidista. Los mismos estudiantes que la critican, muchas veces, no han logrado ser exitosos en diferenciarse de ellos. Creo que nuestros logros en ese sentido son solo parciales, pero vamos, en general, por mejor camino que quienes nos antecedieron”.

Y es que muchas veces se ha observado –partiendo por la toma de 2009 soportada por profesores y estudiantes de distintas tendencias, entre ellos Gabriel Boric, Fernando Atria y el actual decano, Davor Harasic– que en momentos de movilización personas con intereses distintos han acercado posiciones para actuar en conjunto cuando se radicaliza el ambiente.

“La transición, en sus más de dos décadas, nos ha acostumbrado a todo tipo de mezclas extrañas, a coupages y otros brebajes rosados, a tintos helados, a ‘socialistas católicos’, a Mapus Obreros Campesinos que ya no se ‘toman’ las empresas sino que las ‘catan’ o ‘degustan’… Al punto que cualquiera entiende qué se quiere decir cuando se habla de ‘trenzas, de ‘redes’, de ‘partidos transversales’ (…). Una vez más, el famoso chiste-artefacto parriano se terminaba por confirmar: ‘La derecha y la izquierda unidas, jamás serán vencidas’”, afirma Alfredo Jocelyn-Holt, al respecto.

Lo incómodo de ser Davor Harasic

En esta trifulca, el rol y decisiones del Decanato son tema aparte.

“No ha habido una línea de conducción clara. El decano ha convocado permanentemente a los profesores –yo creo que con una buena intención de mantenernos informados–, pero estas decisiones no se pueden tomar en asamblea. Esto requiere de un grupo de dos o tres personas que en representación del Decanato o el decano mismo, negocie  con los estudiantes y esté disponible a conducir negociaciones factibles”, señala Álvaro Fuentealba.

A lo anterior se suma, según el ex vicedecano, que desde 2009 existe una situación muy crispada en la Facultad, en la que hay dos bandos que solo se han preocupado de, sistemáticamente, hacerle zancadillas al decano de turno.

“Cuando estaba Roberto Nahum la oposición se esmeraba en hacernos zancadillas, y ahora que hay otro decano, hay profesores que esperan que le vaya mal. Y eso es tóxico para una Facultad que está en riesgo”, afirma el profesor.

Cuando la toma se bajó, los días que siguieron al término del conflicto estuvieron llenos de incertidumbre. Distintas propuestas emanaron del Decanato: cancelar los cursos electivos, tomar pruebas orales en vez de escritas aunque estaban estipuladas de ese modo en el programa del curso, y otros.

“Esos temas se están tratando en Consejos de Facultad, que no tiene la facultad de cancelar asignaturas. Eso es un reglamento y en la Universidad de Chile, que es un organismo público, autónomo, los reglamentos tienen la misma fuerza que los reglamentos de la administración pública, o sea, no se pueden transgredir por las autoridades”, continúa Fuentealba.

Marcelo Montero agrega que la situación de las autoridades, del decano para abajo, es muy incómoda. “No pueden hacer uso de la fuerza pública, no pueden aplicar sanciones como expulsar alumnos, no pueden declarar fallido el semestre porque significaría que al año siguiente nadie entraría, entonces están de manos atadas porque no hay medidas efectivas que puedan tomar para sancionar estos actos que atentan contra cualquier Estado de derecho mínimamente aceptable. Otras universidades se diferencian de la Chile diciendo ‘acá no queremos toma porque no queremos ser la Chile’, su valor simbólico, su marca, se está perdiendo”, asevera.

El rol del decano dentro de la crisis, aseguran estudiantes, “ha sido incómodo”. Por un lado, ha buscado acercar posiciones con los estudiantes, por ejemplo, a través de una “comisión facilitadora” de profesores que participaron de las asambleas de los estudiantes en toma, ofreciendo una mirada crítica pero escuchando sus demandas. La idea fue del profesor de Derecho Penal Juan Pablo Mañalich, pero Harasic dio su visto bueno.

También se mostró dispuesto a implementar jornadas de discusión triestamental sobre una serie de cuestiones que ocupan a la comunidad: protocolo ante movilizaciones, líneas prioritarias de investigación concordantes con el ideario de una universidad pública, uso de espacios de la facultad, y otros, agregan.

Pero, por el otro lado, ha buscado mostrar que no es posible repetir las lógicas con las que la Facultad operó durante 12 años con el decano Nahum. Y en eso, aseguran los estudiantes, ha sido errático. Harasic ha transmitido que las movilizaciones tienen costos que deben ser asumidos de modo poco estratégico, sobre todo “para un abogado que, precisamente, ha destacado en su carrera profesional por su habilidad estratégica. Lo último llama la atención, a menos que haya algo detrás de todo esto que los estudiantes no estemos siendo capaces de advertir”.

Durante muchos años no hubo cambios en la Facultad, y en la actualidad ha habido cambios positivos tendientes a la modernización, asegura Cristóbal Valenzuela. Sin embargo, agrega que la tensión está en el camino que se le da a ese proceso. “Hay dos posibilidades: generar un modelo de universidad más de élite, con un modelo de gestión más parecido al de la Facultad de Economía y Negocios –asociado a nichos de mercado–, o un modelo verdaderamente comprometido con lo que es ser una universidad pública”, afirma.

El senador universitario asegura que en el Decanato conviven ambas intenciones y lo que prime va a depender del diálogo de estudiantes y académicos. Ahora está bastante complejo, porque por un lado ha habido una excesiva gremialización de demandas del movimiento estudiantil –estudiantes han caído en priorizar demandas internas antes que las nacionales– y además no se consideran las intenciones de muchos actores, dejando heridos en el camino. Se genera un choque frontal entre académicos y estudiantes, y la respectiva ruptura de confianzas entre ellos.

En cuanto al camino programático, las decisiones de Harasic no han estado exentas de polémica. “Tiene que combinar sus cualidades de desenvolvimiento exitoso en el mundo privado, con lo que es la esencia de la academia. Si no se modifica esa forma de entender la productividad académica, va a ser un fracaso wagneriano. Programáticamente me parece correcto, pero la forma de implementarlo me parece preocupante”, apunta Fuentealba.

Luego termina afirmando que “lo único que nos va a diferenciar, como Facultad de Derecho, va a ser invertir en la creación de conocimiento”.

La (manoseada) triestamentalidad

“La triestamentalidad es lo que va a poner la tabla de hundimiento de la Universidad de Chile si es que prospera. En ninguna universidad decente del mundo –decente en el sentido de coherencia con su misión– hay triestamentalidad”, afirma Álvaro Fuentealba.

En Chile, la triestamentalidad está mal entendida producto de un error de la izquierda chilena de los años sesenta y setenta: se ha comprendido que los estamentos son los estudiantes, los funcionarios y los profesores y “eso en ninguna parte del mundo funciona”, concuerdan distintos académicos de la Facultad. Donde funciona la triestamentalidad, siempre se entiende que los tres estamentos son estudiantes, profesores y egresados, agregan.

“Sé que soy minoría dentro de la Universidad de Chile, pero creo que los estudiantes tampoco pueden opinar sobre el proyecto de desarrollo institucional porque no han trabajado nunca, no han sido abogados y, por lo mismo, no tienen la experiencia laboral que se necesita para definir, por ejemplo, el perfil de profesionales al cual aspiramos. Yo creo que las universidades tienen que ser conducidas por sus académicos”, postula Fuentealba.

El abogado agrega que a este respecto la posición del Decanato ha sido populista, “triestamentalista”, y es la misma posición que tiene el rector y el Senado Universitario en su mayoría.

“Hay que entender que las universidades del mundo, las importantes, no son democráticas: ninguna. La universidad no es una democracia, se avanza por el mérito que está asociado al ejercicio de la razón en distintas áreas. Estudiantes pueden tener voz, pero las decisiones las tienen que tomar los académicos, que realmente piensan o debieran pensar la universidad constantemente”, asevera el abogado y académico Marcelo Montero.

A ánimos caldeados, bien viene una toma

Enfrentados y sin lograr llegar a acuerdos sustantivos dentro de la comunidad, los ánimos se caldean y la situación está permanentemente al borde de radicalizarse.

Así, asegura un estudiante de cuarto año, “se produce un problema que es doble: las paralizaciones de clases y tomas se han naturalizado como un medio de presión ordinario y, en una Facultad altamente politizada donde la derecha y el centro político tienen poca capacidad de organización y, en consecuencia, baja representatividad en cargos de representación y a nivel mediático, quienes no comulgan con esos medios no son considerados de izquierda”.

La instalación de ese discurso es radicalmente problemático, continúa el mismo alumno de Derecho, pues en una Escuela con muchas fuerzas políticas de izquierda críticas de la Nueva Mayoría, es difícil que alguna esté dispuesta a asumir los costos políticos de decir que no a movilizarse de las formas que se han naturalizado.

La Izquierda Socialista, la Izquierda Autónoma y la Izquierda Ciudadana fueron contrarias a la última toma, y eso le valió ser duramente golpeadas por las demás organizaciones, explican estudiantes de la Facultad.

La arena política de la escuela de Derecho de la Universidad de Chile, por ende, hoy se ha transformado en un espacio en el que pocos participan. “Las opiniones moderadas, conservadoras o afines a la derecha son ridiculizadas en asambleas y redes sociales, favoreciéndose un espacio en donde la discusión parte desde una base que pareciera no poder cuestionarse”, agregan.

Estudiantes de izquierda aseguran echar de menos la existencia de una derecha que enriquezca el diálogo. Además, los independientes, los moderados y los que tienen menos definiciones, no tienen cómo participar: las asambleas les aterran y ya ni en redes sociales pueden ofrecer una opinión sin esperar, antes que una respuesta con ideas, burlas, memes y ridiculizaciones. Es violento.

“Los docentes podrían tener un rol que le haría tremendamente bien a nuestra Facultad, pero hoy es escasa su preocupación en instancias de discusión”, manifiesta un estudiante de quinto año.

En una línea contraria, Cristóbal Valenzuela cree que no hay un abuso de las movilizaciones por parte de los estudiantes, “sino que falta tener más claridad en los objetivos antes de iniciar un proceso de movilización. Finalmente si a la primera diferencia hay una toma o un paro, se agotan los mecanismos de movilización y, por eso, tienen menos rendimiento”.

Otro de los problemas dentro de la Facultad, es que los estudiantes han desbordado el gobierno universitario propiamente tal, porque los mecanismos institucionales vigentes no bastan, y por eso hay movilizaciones, agrega el socialista. “Eso no es virtuoso. Debería llevarse a cabo una reforma de estatutos que permitan la participación de los tres estamentos en el gobierno universitario”, concluye.

“Lo grave de esto es que la Facultad de Derecho, pública por antonomasia, reproduce las desigualdades de origen, porque quienes se adaptan mejor a una situación de caos como esta, son los alumnos que vienen de los mejores colegios del país. Una Facultad que debería impedir que se reproduzcan las desigualdades de origen, las fomenta. Hay que arreglárselas como uno pueda y pocos pueden arreglárselas solos”, afirma Marcelo Montero.

¿Quién tiene la culpa?

“Yo creo que esto fue provocado por profesores y eso es lo dramático. Hubo una prédica de un grupo importante de profesores, desde 2009 en adelante y entre los cuales está el actual decano, que justificó estas acciones de fuerza para desestabilizar a las autoridades de la Facultad”, sostiene Fuentealba.

Así, explica –refiriéndose al actual decano Davor Harasic–, en épocas del Decanato de su rival Roberto Nahum, los estudiantes hoy día no entienden que alguien que ayer, hace menos de 10 años, apoyaba estos métodos, hoy día los condene como esencialmente contrarios al orden. “La misma gente que ayer justificó las tomas, hoy día dice que las tomas son ilegales. Eso es una incoherencia”, agrega.

“El otro rasgo sobresaliente de esta toma, junto al asambleísmo, fue el involucramiento activo, hipervisible, de los profesores adictos al movimiento. La seguidilla de ‘visitas’, ‘clases’, ‘charlas –todos publicitados en el portal tomista www.derechoenreconstruccion–, fuera de mantener entretenidos a los estudiantes, avivándolos, hinchando, sirvió para legitimar la acción tanto dentro como fuera del recinto secuestrado. Davor Harasic, amén de su anterior financiamiento de la Agenda de la Toma, sacó a relucir de nuevo la chequera y proporcionó pizzas para las primeras noches. Atria, no obstante sus funciones full time en la UAI, se hizo ver con una regularidad inusual en el patio (…) muchos otros hicieron especial ostentación de su apoyo participando de estas actividades (…). Al punto que no faltó quien sostuviera, inspirado en Diógenes y su barril, supongo, que esto sí que era ‘¡hacer universidad, miéchica!’”, dice Alfredo Jocelyn-Holt en La Escuela Tomada, sobre la toma de 2009.

Para que la paz, tan difícil de alcanzar para cualquier sociedad, sea posible, decía el abogado, investigador CEP y profesor invitado de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, Joaquín Trujillo, en El Mercurio el 22 de mayo, muchas veces es necesario no extremar el sentido de la justicia. “La paz también requiere del respeto a las autoridades legítimamente elegidas, sean o no de nuestro agrado. Esto se perdió en 2009, y desde entonces, el mutuo entendimiento se ha hecho difícil. Llega un momento en que es preciso decir: basta. Eso significa dos cosas: respetar a las autoridades y que las autoridades cuiden a la disidencia”.

Días después de haber vuelto a clases y encontrándose en un período de “marcha blanca” sin evaluaciones, se anunció que no se cancelarían los electivos, que el semestre se alargaría y que los alumnos podrán participar de la recalendarización.

Aún no pasa una semana de la vuelta a la normalidad y el Centro de Estudiantes –cuyos miembros son militantes de la Izquierda Autónoma y eran contrarios a la última toma– junto a otros colectivos, hicieron un nuevo llamado a paro indefinido. Ahora la consigna es la “situación nacional”. Este miércoles y jueves se llevarán a cabo las votaciones que, como es habitual, se revalidarán cada viernes. El placebo de la democracia.

Davor Harasic, decano, Ximena Peralta, presidenta del Centro de Estudiantes de Derecho, y los profesores miembros de la comisión facilitadora durante la toma, fueron contactados sin éxito por El Mostrador para obtener su versión de los hechos.

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