Publicidad
Crítica de cine: “El vals de los inútiles”, el baile de los que sobran La ópera prima de Edison Cajas fue premiada el año pasado en el FICValdivia

Crítica de cine: “El vals de los inútiles”, el baile de los que sobran

Provisto de una bella fotografía y de una cautivante música incidental, el primer largo documental de este joven director y licenciado en filosofía, es una lúcida y desencantada visión acerca de las consecuencias reales, en el imaginario político y cultural del país, que tuvo el movimiento estudiantil de 2011. Mediante la doble mirada generacional de un alumno del Instituto Nacional, y de un torturado en tiempos del régimen militar, la cámara retrata la caída de los sueños personales de justicia social.


“Todas las cosas grandes son arriesgadas, y las hermosas realmente difíciles”.

Platón, en el “Libro VI” de la República

Quizás nos topamos con Edison Cajas González (31), a fines de los años ’90, en los patios del Instituto Nacional. Ahora que reviso su biografía, puede ser: pero los ex alumnos del liceo más antiguo de Chile, por lo general, se conocen sólo una vez egresados de sus aulas. Es que resulta especialmente complicado ubicar a otro tipo -dentro de una marea humana de cuatro mil almas rondando al mismo tiempo que uno-, por esa mole de cemento ubicada en pleno corazón histórico de la ciudad.

Pero el colegio que nos tocó vivir a mí y a él, se parece poco al que nació después de las manifestaciones de 2006, y en particular luego de la de 2011, cuando tuvo a lugar el movimiento cívico-social de carácter espontáneo, y de nivel transversal, que al cineasta le interesó analizar y filmar.

En la época del país que se autodenominaba “El Jaguar de Sudamérica”, y en un establecimiento tan competitivo académicamente como el Instituto, sólo había espacio para estudiar y pensar en lograr algún puntaje nacional en la PAA. Y si acontecía algún paro de actividades, esa instancia se debía exclusivamente a los sempiternos problemas de sus profesores con la Municipalidad de Santiago, pero jamás a causa de demandas políticas provenientes del estudiantado.

valsinutiles

Hago esta introducción, porque resulta difícil entender a cabalidad El vals de los inútiles (2013), si nada, o sólo datos mínimos, se poseen en torno al argot y al imaginario, de lo que significa mentalmente pertenecer o haber pasado los seis años de la adolescencia, al interior de aquel emblema del Chile laico, secular y republicano, estrictamente circunscrito a los varones.

El “Instituto Nacional General José Miguel Carrera” es el único edificio y símbolo público del país, que asegura a la clase media ilustrada y profesional, o a miembros de las antiguas elites “venidas a menos”, sentirse parte realmente, o a conciencia, del devenir histórico de la patria.

Llegar a ser Presidente, ministro de Estado, un respetado intelectual, o convertirse en un próspero empresario, si se acude todos los días de la enseñanza media a ese rincón del mundo instalado al comienzo de la calle Arturo Prat; resulta posible, alcanzable, para un niño que vive en San Bernardo, Providencia, el Centro, Las Condes “pobre”, o hasta en Ñuñoa, La Florida, Puente Alto, Pudahuel, La Pintana y Lo Prado. ¿Existe otro espacio físico en Santiago donde suceda aquello, con idéntico sentido de la proporción y de la realidad, y que no esté determinado por el status financiero del grupo familiar al que pertenece el muchacho?

Con un problema de contexto narrativo comienza el documental de Edison Cajas, eso sí. Aunque estamos situados en el recordado año de 2011, el acto oficial del colegio que quedó registrado al inicio de su largo, corresponde, anunciado por un evidente y ceremonioso cartel, a la temporada siguiente, es decir, a alguna jornada extraviada de 2012.

aficheinutiles

Salvo ese detalle, las historias paralelas de Darío Díaz (el joven institutano) y de José Miguel Miranda —el antiguo partidario de la Unidad Popular, víctima de violaciones a sus derechos humanos, posterior al derrocamiento de Salvador Allende—, se desarrollan a través de cuadros bastante logrados técnicamente. Y con planos y usos de la cámara, que dejan en claro, si no destacan, el oficio cinematográfico del doble director y guionista. La música escogida a fin de apoyar las escenas, además, estimulan el agrado visual, la atención y el prendamiento estético en el espectador.

El lenguaje fílmico y el argumento dramático del relato de Cajas, nos remiten al neorrealismo italiano y a esos antihéroes forjados y vencedores del destino, insertos en las dificultades épicas y cotidianas, de una existencia dura y desnuda en su crueldad. Mientras Darío cruza media ciudad en transporte colectivo desde su hogar en una comuna periférica, para buscar un mejor futuro, y siempre llega atrasado al liceo; Miranda rememora su difícil trayectoria, marcada por los abusos físicos que padeció, su actual ocupación de asistente social, y la labor como profesor de tenis que ejerce con niños de bajos recursos.

De ruido de fondo, avanzan las marchas por la Alameda, las protestas, las exigencias por una formación y enseñanza gratuita, impartida por el Estado y de exigente calidad. También, por esa peculiar manifestación de maratonistas que se llamó “1.800 horas por la educación”, que recorría el frontis de La Moneda, el Palacio de Gobierno, durante el día y la noche.

Es aquí, donde Cajas se enlaza con la estética del neorrealismo peninsular, con su utilización de una coyuntura histórica bullente, una idea de la realización cinematográfica  que contrasta con la espectacularidad dramática y sus efectos, pero que en cambio se encuentra alentada por un sincero deseo de transformar y mejorar las condiciones de vida, de un sector social importante de la comunidad.

La estrategia visual que escoge el cineasta para resolver esta premisa, cita indudablemente a la belleza y a la composición fotográfica de los cuadros de Michelangelo Antonioni, y su documental Gente del Po (1943), asimismo, recurre a Roma, ciudad abierta (1945), el filme de Roberto Rossellini, cuando posa curioso su lente, sobre un Santiago y sus calles, presas del flujo irreversible de los eventos sociales y de sus anhelos de cambio.

Incompleta en sus propósitos narrativos, y con ciertas debilidades de guión para enmarcar ese par de vidas separadas por el tiempo y por la edad, en un relato estructurado y coherente desde un punto de vista dramático; El vals de los inútiles, sin embargo, concluye siendo sólida en enfocar, a la incomunicación y a la atomización individualista de la ciudad posmoderna, como las principales vallas para que, las mayoritarias aspiraciones políticas y nacionales de un pueblo, choquen con la imposibilidad.

Y de esa manera, sólo permanezcan en la memoria triste y contrita de dos hombres que sobran y bailan en el rol de meros comparsas, acompañados por la música de los grandes procesos históricos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias