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Chile, un problema de desarrollo moral Opinión

Chile, un problema de desarrollo moral

Francisco Leal y Pablo González
Por : Francisco Leal y Pablo González Francisco Leal, Universidad de Tarapacá y EduInclusiva. Pablo González, Centro de Sistemas Públicos (CSP), Ingeniería Industrial U. Chile, y EduInclusiva.
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Es preciso reconocer que Chile tiene un grave problema, que está en la raíz de nuestro malestar social. Ese grave problema somos nosotros mismos. En Colombia y Venezuela la expresión “recibí un paquete chileno” indica que se fue víctima de una estafa. En el mundo, el chileno tiene cierta fama de pillo y mentiroso. Actúa para su propio beneficio, sin considerar los intereses o sentimientos de los otros.

Si usted cree que esta característica es propia solo de un sector social marginal, piénselo dos veces. Grandes empresarios coludidos para ganar a costa de la salud o la alimentación de sus conciudadanos; parlamentarios y autoridades que aprovechan su cargo para su propio beneficio; sacerdotes que utilizaron su poder espiritual para abusar niños sin considerar los efectos terribles en las vidas de los afectados; hombres que abusan de las mujeres; padres que golpean a sus hijos. Abuso de poder y deshonestidad por todas partes. El sujeto que devolvió un montón de dinero que alguien había perdido fue llamado el “rey de los guevones”.

Esta enfermedad que nos tiene podridos ha sido estudiada científicamente. Lawrence Kohlberg dedicó su vida académica a describir el modo en que las personas razonan cuando enfrentan problemas morales, es decir, cuando deben determinar qué es lo bueno o lo correcto. Concluyó que hay tres niveles de desarrollo moral, por los cuales las personas van transitando a lo largo de la vida. En la infancia, usualmente hasta los 10 años, suele presentarse el nivel denominado pre-convencional, que se caracteriza por un razonamiento que hace uso de uno de dos criterios: lo que es bueno para mí es correcto sin importar los intereses de otras personas o la obediencia a alguna autoridad que premia o castiga, y quien actúa mal debe ser castigado.

Ya hemos descrito ejemplos de lo primero. De lo segundo, también abundan. Vecinos que sorprenden a un joven robando y lo golpean hasta el cansancio. Enardecidos que piden la restitución de la pena de muerte. Expulsión (aunque esté legalmente prohibida) para estudiantes que consumen droga o cometen otros actos “reprobables”.

No es de extrañar, entonces, que solo un 13% de los chilenos confíe en las demás personas, el nivel más bajo de la OCDE, apenas un poco más de la mitad que México y Turquía, que son los otros países con bajos niveles de confianza. Esos bajos niveles de confianza están alimentados por traiciones cotidianas de otros que solo han velado por su interés personal cuando se relacionaron con nosotros.

Lo que es bueno para mí es correcto, lo que está mal debe ser castigado. ¿Dónde está la reflexión acerca de los acuerdos sociales, de las normas convenidas, incluso la consideración de los procedimientos legales, todos esos criterios que aparecen en la segunda fase del desarrollo moral, la convencional, más propia de los adolescentes y jóvenes, según los estudios de Kohlberg? Ni hablar de la consideración de las consecuencias para el grupo, los efectos sociales o, más distante aún, de los principios ordenadores que podrían aplicarse a cada caso; criterios propios de la fase post-convencional, tercera fase del desarrollo moral, y que solo algunos adultos pueden alcanzar.

La buena noticia es que este estado de cosas puede cambiar. Todo el aparato público podría volcarse hacia una expansión de la conciencia de nuestros ciudadanos, a planternos estas reflexiones y conducirlas. Las políticas públicas podrían tratarnos como adultos y no como niños, tomándonos en cuenta a través de procesos de co-creación e innovación instalados como sistemas permanentes en todos los ámbitos, y dejar de mirar solo el costo-beneficio o la productividad, que concentran la atención solo en aquello que se puede comprar. El sistema educacional podría reconocer el desarrollo moral de estudiantes y profesores entre sus múltiples misiones y no solo la aprobación del SIMCE en matemáticas y lenguaje, que, muchas veces es conseguido, justamente, a través del disciplinamiento autoritario que restringe el progreso moral. Mientras no abordemos ese desafío, seguiremos estancados en este plano y lo que heredaremos a las generaciones futuras será un paquete chileno.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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