Opinión
La pandemia provocada por el Covid-19 y el aislamiento no solo han generado consecuencias en lo económico y social, sino también a nivel familiar y de salud mental. Hoy el regreso a la presencialidad ya sea en los trabajos y/o clases, nos obliga a dar un vuelco y nos enfrenta a un nuevo proceso de cambio y adaptación, sobre cómo generamos vínculos y nos adaptamos a nuevas rutinas.
En esta nueva normalidad las familias pueden convertirse en un pilar fundamental, pero en el caso de los estudiantes, las instituciones educativas también tienen que tomar un rol activo. ¿Y cómo lo pueden hacer? Flexibilizando, por ejemplo, los currículos con el fin de nivelar las competencias que se pudieron ver mermadas debido a la modalidad de educación online.
Asimismo, otro desafío al que se ven enfrentadas las instituciones educacionales está en el área socioemocional, pues muchos estudiantes vivenciaron un debilitamiento en su proceso de socialización, en donde sus pares ocupan un rol fundamental. Así, un trabajo mancomunado de todos los actores para los estudiantes permitiría ir subsanando las brechas que pudo dejar la pandemia.
Como profesionales que trabajamos en el área de educación, nos debemos a cada estudiante, debiendo poner a disposición todas nuestras competencias en pro de su aprendizaje y desarrollo emocional, ya que la complementación de ambos permitirá en un futuro tener profesionales íntegros y con un sello de responsabilidad social.
