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El drama internacional de la trata de personas: «Viví encerrada en una casa protegida con alambres de púas» Testimonio

El drama internacional de la trata de personas: «Viví encerrada en una casa protegida con alambres de púas»

Una mujer colombiana captada por una red de trata de personas cuenta cómo intenta recuperar su vida. República Dominicana, China, Chile, Ecuador, México, Argentina, Panamá, Paraguay y Emiratos Árabes son lugares identificados donde han sido explotadas colombianas.


Manuela aún carga con el miedo a cuestas. Ella creció en la comuna 6 Doce de Octubre de Medellín, un lugar de casas amontonadas que se fueron multiplicando con los años de forma desordenada y con mínimas normas de urbanización.

Ella y sus dos hermanos (hombre y mujer) crecieron al lado de su madre; su padre la abandonó cuando estaba en el vientre. De niña recuerda verla saliendo muy temprano a trabajar en casas de familia o vendiendo comidas rápidas para suplir las necesidades. Fue una madre amorosa de quien solo guarda buenos recuerdos, a pesar de esas noches sin cena, en las que tenían que cerrar los ojos sin probar bocado.

La violencia se respiraba en la calle y se veía a través de la ventana: fue testigo de cuando arrastraban a un joven por el frente de su casa sin la más mínima clemencia. “Vi que lo condujeron por unas escaleras, que la cabeza golpeaba fuerte contra el pavimento, fueron tan duros los golpes que los dientes se le cayeron y se le salió un ojo”.

El cadáver quedó apostado en frente de su vivienda y la pequeña niña entró en ‘shock’, estaba encerrada, sola y bajo llave. Otro joven bajaba por las calles polvorientas, con su rostro ensangrentado, pidiendo ayuda, pero este también se desplomó una cuadra después. Fueron los primeros de muchos muertos que vio a través de las rendijas.

En medio de la inseguridad del barrio donde vivía Manuela estudió primaria en la escuela El Triunfo de Santa Teresa y el bachillerato en el Liceo El Pedregal. Todo fue normal hasta que cumplió 14 años y una tuberculosis atacó su cuerpo, que tenía bajas las defensas. “Me tuve que retirar porque se burlaban de mí y me excluían de todo. Nunca más quise volver”. Padeció un tratamiento durante seis meses, tiempo en el que estuvo que estar encerrada en su casa. Cada día debía tomar cinco pastillas y aplicarse una inyección.

Dejó su estudio en séptimo grado, se recuperó de la enfermedad y así cumplió los 18 años para llenarse de belleza y de vida social, como era lo normal a su edad. También fue modelo y alcanzó a realizar algunos desfiles para Colombia Moda. Así, de entre los amigos de sus amigas, conoció a su captor Héctor Alonso Londoño, alias Piolo.

“Él era profesor de una universidad. Tuvimos una buena amistad durante poco más de un año, pero luego vino el engaño”. El hombre tenía 36 años y era docente de diseño gráfico. Tuvo el poder de ganarse su confianza, no por nada, decían que era uno de los proxenetas más conocidos de la ciudad.

La traición

El engaño siempre comienza con una atractiva propuesta de trabajo, un contrato fuera del país y la promesa de convertirse en una profesional exitosa. “Héctor tenía muchas amigas modelos, así que me dijo que si yo quería, podía viajar en mayo del 2009 y yo sería la imagen de una marca muy reconocida de ese país”. Fue una perorata de mentiras que la joven dio por ciertas. Pensaba que la agencia Latin Models sería su próxima parada.

Hubo otro gancho todavía más atractivo: la joven recibió diez millones de pesos colombianos por adelantado (2 millones 280 mil pesos chilenos), pero, una semana antes de viajar, se enteró de que aceptar ese dinero había sido la firma de su condena. “Héctor me dijo qué era lo que realmente tenía que hacer: convertirme en una prostituta. Aunque me opuse, me dijo que él sabía en dónde vivía mi familia, y que ya no eran diez millones de pesos lo que yo le debía, sino que le tenía que devolver 15.000 dólares (poco más de 10 millones de pesos)”.

Manuela pensó en decirle a alguien, pero era muy joven, y la vergüenza de haber caído se apoderó de ella. Comenzaba uno de los capítulos más dolorosos de su vida. “Terminé viajando con otra chica. De entrada a ese país, nos quitaron los pasaportes y las cédulas”. Dejar a las mujeres indocumentadas es una de las estrategias de las redes de trata de personas, las imposibilitan para buscar ayuda o escapar.

Recuerda que las llevaron a una casa lujosa en una de las zonas más exclusivas de ese país y que esa misma noche las condujeron a una especie de club en donde les confirmaron lo inevitable. “Desde ahora trabajan para la agencia de modelaje Latin Models, serán escort de lujo”. Así les dicen a quienes ofrecen servicios sexuales en la web o en clubes nocturnos.

De 820 dólares (500 mil pesos) que podía pagar un cliente por los llamados servicios de las mujeres esclavizadas, ellas tenían que abonar 300 dólares para la “deuda” que les imponían los dueños de la red de trata de personas. Estos funcionaban bajo una fachada de agencia de modelaje. “Esa noche nos pusieron en frente de una cámara. Nos obligaron a filmar un video en donde teníamos que decir que éramos modelos y que estábamos allí por voluntad propia”.

En la casa en donde permanecían cautivas llegó a ver muchos más movimientos de negocios ilegales. “Fue traumático. Una vez se supo que un narcotraficante colombiano había ‘coronado una vuelta’. Ese día llegaron como treinta hombres al lugar. Nunca había visto tantas drogas y armas. Esa misma noche un hombre me pegó porque no quise estar con él”. Fueron meses muy duros para Manuela con golpes, humillaciones y amenazas.

Los dueños de la red

Manuela trataba de retener los detalles de su experiencia. Supo que la red que la había captado era comandada por un narcotraficante colombiano y sus dos mujeres.

“Una de ellas era la patrona y había sido prostituta en Medellín. Era muy mala, cobraba multas por todo, hasta por tener una uña sin pintar nos sumaba a la deuda 150 dólares (100 mil pesos) y hasta 2.500 si se presentaba alguna pelea entre mujeres”.

La red tenía un listado de excusas para mantener a las víctimas por más tiempo explotadas. “Todas sufríamos. Habíamos muchas caleñas y paisas. Recuerdo a una niña que llegó un martes y que el miércoles de esa misma semana se le murió la mamá de la angustia. No la dejaron ir al entierro”.

Pero no fue la única historia de terror que escuchó. Supo de una compañera que por tener un problema con un narcotraficante la tiraron en el puerto. “Ella no sabía nadar y se ahogó. La mandaron en un ataúd para Colombia”.

A pesar del miedo por todo de lo que había sido testigo, Manuela se ganó muchos líos porque se resistía a ser abusada. “Me volví un problema para ellos, tanto que mi deuda aumentó a 56.000 dólares (más de 37 millones de pesos). Me gané muchas multas por no querer trabajar y por no bailar”. Los días eran monótonos, entraban al club a las 7 de la noche y salían de ese lugar a las 5 o 6 de la mañana para dormir todo el día, con el asco de haber sido ultrajada.

Manuela cuenta que atendió pocos clientes en el club, pero que en cambio sí la obligaban a salir a fincas en otras ciudades. “Había salidas que duraban hasta 12 horas. Tenían miedo de que denunciara”. Al comienzo del encierro le permitían hablar con su familia, pero, debido a su comportamiento rebelde, le comenzaron a restringir las comunicaciones.

En el encierro pasaban cosas que Manuela solo podía entender como una escena cinematográfica. La primera que intentó poner la denuncia fue su compañera de viaje. “Su mamá se alcanzó a enterar y la radicó, pero luego ella se hizo amiga de los patrones y la quitó”.

Era diciembre de 2009 cuando la joven estalló de la desesperación y aprovechando el permiso para una llamada le contó todo a su madre. “Ella se puso muy triste, pero yo le dije que no denunciara, tenía miedo. Además todo coincidió con el proceso de mi compañera que había desistido”.

Fue Silvia (nombre cambiado para protegerla), otra mujer, también víctima, quien la llenó de fuerzas para vencer el miedo y denunciar. En secreto comenzaron a escribir con detalle cada cosa que veían y se las ingeniaron para enviar esa información a la Fiscalía de Colombia. “Un día allanaran el sitio y nos llevaron a todas para migración, pero la corrupción es tan impresionante en ese país que a los dos días los dejaron ir. En todo caso metimos un gol, porque a la patrona también la detuvieron y ella tuvo que decir su nombre delante de nosotras. Todos esos datos los enviamos”.

Lo que vino después, de vuelta con la red, fueron días de aguantar hambre, de una depresión que lograba paralizar el cuerpo de Manuela, quien intentó suicidarse ingiriendo unas pastillas. “Un grupo de amigas de la patrona me golpeaba seguido por orden de la mano derecha de ella. Me odiaba. Una vez me tiraron desde un segundo piso borrachas. Me hice un fisura en el pómulo derecho, me lastimé una mano y el dedo de un pie”.

Sin embargo, su belleza la hizo necesaria. La obligaban a ir a muchos eventos y cuando ya creía que todo estaba perdido, la enviaron a una casa completamente diferente a la que había residido hasta ese momento. “Me mandaron junto con otras chicas. Era un lugar asqueroso. Vivíamos encerradas entre alambres de púas, bajo llave y con vigilantes todo el tiempo”.

Para ese momento, enviaban a Manuela a las vueltas más ‘difíciles’. “Me mandaban a servir a los miembros de un cartel de drogas muy peligroso en ese país. Lo único bueno que saqué de esa experiencia fue hacerme amiga de uno de los duros; José*. Es raro y sé que suena mal, pero en semejantes condiciones, ese hombre se convirtió en un ángel para mí”. Le daba comida, mandaba a buscarla y la trataba bien. Fueron días felices en medio de una pesadilla.

Pero ese beneficio también duró poco. La red de trata de personas se enteró de que José estaba interesado en pagar la deuda de la joven y por eso le hicieron creer que ella se resistía a verlo. “Nunca más lo volví a ver”.

El escape

La posibilidad de escapar de la tortura a la que estaba sometida Manuela, en ese entonces de 20 años, estaba reducida a recibir la ayuda de alguien que conociera en el club.

“Hablé con un empresario, tenía 38 años, y salí un tiempo con él. Se portaba bien conmigo, me visitaba, me daba cosas y me invitaba a pasear. Un día, que me llevó a otra ciudad, pagando la vuelta, le dije que nunca más quería volver a ese lugar, que tenía miedo, y él me ayudó”.

Pero no fue así de fácil. Comenzaron las persecuciones y las amenazas para que la joven no saliera del país. Querían a toda costa que ella volviera al club. “Me dejaban mensajes en el celular, me decían que iban a matar hasta el perro de mi casa, fue terrible. Cuando mi pareja se dio cuenta en el tamaño del problema que se había metido, decidió pagar mi deuda, que era de 26.000 dólares (casi 17 millones 500 mil pesos) para ese momento”. Al comienzo la red no quería dejar escapar a Manuela, pero ante la resistencia tuvieron que aceptar el dinero.

Los tres primeros meses de su nueva vida fueron buenos, pero al poco tiempo el empresario se fue revelando tal y como era. “Nunca dejaré de agradecerle lo que hizo conmigo, pero tengo que decir que comenzó a mostrarse como una persona agresiva que me golpeaba. Siempre me echaba en cara de dónde me había sacado y lo que yo era cuando me conoció”.

A punta de trabajo Manuela ahorró dinero y comenzó a planear su huida. “Un día, el empresario me llevó a cenar a la capital, pero terminó borracho. Nos fuimos para la casa y de la nada me golpeó. Esa fue la gota que derramó la copa. Le dije al conductor que me llevara al aeropuerto y que dijera que me había ido con una amiga”.

Recogió lo que más pudo y huyó a las 3 de la mañana hacia el aeropuerto. Allá sentía todas las miradas puestas en ella.

En el 2011 llegó a Medellín, su cuerpo estaba cargado de adrenalina. Después de su calvario volvía a su país. “No se imagina la llorada que me pegué. Lo pensé todo menos que volvería a Colombia” .

Retomar su vida no fue tan fácil como lo soñó. Su madre tenía muchos resentimientos, las amenazas no cesaron hasta que por medios nacionales e internacionales se conoció sobre el asesinato del dirigente de la red que la había captado, Alexis Antonio Juárez Delgado. “Eso hizo que la investigación fluyera mejor”.

En Colombia, Manuela estuvo al tanto de la denuncia, pero es un proceso que no ha terminado y que no ha logrado sanar la pesadilla de decenas de mujeres que cayeron en la red atrapadas por un mensaje de Facebook o por las falsas promesas de un conocido. “Con decirle que el proxeneta que me captó en Colombia pagó una pena irrisoria, está en libertad condicional. Solo le pido a Dios que no siga haciendo lo mismo”.

La terapia psicológica ayuda, pero las cicatrices del maltrato permanecen ahí: la psicosis de ser observada, la necesidad de vivir huyendo, la impotencia, la impunidad, la tristeza de saber que lo que le pasó a ella sigue sucediendo.

Colombia, territorio de víctimas de trata de personas

La guerra, el narcotráfico, la falta de educación, la ausencia de redes de apoyo para los jóvenes, la inoperancia de la justicia y la corrupción son un caldo de cultivo para que el país siga siendo un territorio desde donde las redes de trata de personas operan con éxito. Según la ONU, más de 500 rutas fueron detectadas entre 2012 y 2014 en el mundo.

Según un informe presentado el 21 de diciembre de 2016 por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), las mujeres y niñas comprenden el 71 por ciento de las víctimas en todo el mundo, sobre todo, presas en matrimonios forzados o explotación sexual, mientras que hombres y niños son vulnerados en trabajos de la industria minera, como maleteros, soldados o esclavos.

El reclutamiento de niños por parte de grupos armados para matrimonios forzados, explotación sexual o como combatientes pone también un buen porcentaje de las víctimas.

Según la información del Ministerio del Interior de Colombia, las principales finalidades de explotación que se presentaron fueron explotación sexual, trabajos o servicios forzados, mendicidad ajena y matrimonio servil.

Los principales destinos de explotación en el exterior de las víctimas colombianas son República Dominicana, China, Chile, Ecuador, México, Argentina, Panamá, Paraguay y Emiratos Árabes, pero las víctimas no solo son llevadas al exterior, uno de los principales destinos de explotación dentro del país es el departamento de Cundinamarca.

El informe dice que 158 países han criminalizado la trata de personas según las disposiciones, sin embargo, el índice de sentencias condenatorias se mantiene muy bajo y las víctimas no siempre reciben la protección y los servicios que los países están obligados a proporcionarles.

 

Escrito por @CarolMalaver para el diario El Tiempo de Colombia.

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