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Galletas Hot Historias de sábanas

Galletas Hot

Dablín
Por : Dablín Escritora de tiempos robados y anhelos ascendentes, equilibrándose entre lo políticamente incorrecto y lo descaradamente irreverente, ha logrado encender con sus letras más conchijuntas, más de una sonrisa.
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—¿A ver si entendí? ¿En la escuela de cocina te…? ¿Ustedes dos?

—Sí, nosotros dos.

—¿En la cocina?

—No, en la bodega al lado del horno.

—¡¿Pero qué se les metió en la cabeza?! ¡Ahora andan todas metiéndose a lugares prohibidos a tirar como si fuera fin de mundo!

—Es cosa tuya. Tú empezaste a contar…y una es envidiosa.

—¿Te das cuenta que si te pillan se te acaba el empleo?

—Ha sido la mejor partuza de mi vida y quieres que me preocupe de mi empleo.

—Hay cámaras de seguridad. ¿Sabías?

—¿Sabías que hay mujeres que sabemos desconectar cámaras de seguridad?

—Ay, primita… ¿Y estuvo bueno?

—¡¡BUENÍSIMO!!

—Entonces el riesgo valió la pena. Me alegro, yo sé que llevas mucho tiempo en ayunas.

—Mucho, pero ahora caí en la gula… Imagínate que hicimos una cosa que yo jamás había hecho.

—Demasiada información.

—No seas tonta. Escúchame y dime si yo soy muy loca o mi partner es un verdadero artista.

—No lo llames así. Tiene un nombre. Aunque sea raro, profesor Guanucci.

—¡¡NO ES ESE TONTO FEO!!

—¿Qué? ¿Con quién te revolc…? Perdón. ¿Con quién andabas en la bodega?

—Con Alex Shannon… el profe de panadería.

—Me estás hue… Te felicito. Mereces una estatua y una gaviota. Semejante pedazo de hombre y para ti sola. Prima, congratulaciones.

—Ya, pesada. ¿Ahora, te puedo contar?

—Lenta y detalladamente. A ver si me da por cocinar.

—Vas a querer cocinar una cena completita. Todo empezó cuando le pregunté si sabía hacer galletas. Su sonrisa ladeada fue espontánea y le brillaron esos ojitos azules que tiene. Yo me puse algo pálida. Cuando un hombre me sonríe me pongo nerviosa y hago puras tonteras, así que para evitar el bochorno, medio sonreí y puse mi mejor cara de princesita Disney.

—Cara de imbécil

—Sí. Déjame continuar. El mino en cuestión, me dijo que sí, que me iba a enseñar y abrió el refrigerador y al mismo tiempo se sacó el chaleco. Tiene unos brazos.

—Se los he visto. Perfectos.

—Yo se los toqué y mordí y todo lo demás. Mijito rico, lo hicieron a mano con tanto amor…

—Muchísimo, pero sigue la historia que tengo reunión de apoderados.

—Sacó algunas cosas del refrigerador, moviéndose de esa manera… lentita, suave, sugerente.

—Sé cómo se mueve.

—Ya, que me cortas la inspiración.

—Perdón, sigue…

—Bueno, como iba diciendo, me explicó que la mantequilla tenía que estar a temperatura ambiente.

—¿Y…?

—Y que como estaba fría, íbamos a tener que esperar un ratito. Yo acepté, total, a mí las galletas me tenían sin cuidado. Él me pidió la harina, que estaba en el anaquel más alto. Yo me subí a la escalerilla y cuando me di cuenta, tenía sus manos en los muslos. Para afirmarme me explicó, no me fuera a caer.

—Arriba suyo.

—Ridícula, aunque habría sido entretenido. Ñam…

—Deja de saborearte y sigue.

—Con los escalofríos que me dieron, casi boto el saco de harina. Y altiro él me tenía en brazos y me depositó con cuidado en el suelo.

—Una princesa.

—En ese momento, sí, después igualé a Mesalina.

—Y no es broma.

—Me pidió el bicarbonato y la sal, que de casualidad estaban abajo. Me agaché y huy… topón. No te rías.

—Sorry darling… continúa tu historia, primita.

—Pesada. Luego vino la canela, abrió el frasco y me hizo olerla, se mojó un dedo en la boca, lentamente, mirándome fijo y lo untó en el polvo… deja de reírte. Y me hizo probarla.

—¿Lamiste?

—Hasta la última falange.

—Cerda…

—Envidiosa…

—Sigue.

—Encontrar el azúcar nos costó como diez minutos, y esta vez yo me atreví y lo hice probarla… Primer beso.

—¿Rico?

—Maravilloso. Qué lengua tiene ese hombre.

—Asco… no entres en comentarios, que me da asquito.

—Sí, claro.

—Oye, es hijo de un amigo de mi marido. Podría ser mi… primo chico.

—Tu bisnieto y quedamos cortas, pero da lo mismo. La miel nos costó encontrarla, porque nos íbamos besando en cada puerta que abríamos y se nos iban las manos. Es un artista, me desabrochó sin que me diera cuenta.

—Yo creo que te diste cuenta, pero te hiciste la lesa.

—¡Hey! Sigo siendo decente… después vinieron los huevos… de gallina. Mujer, o dejas de reírte o te quedas con la curiosidad. Pareces de quince años.

—Y tú de sesenta. Ya, sigue con tu historia.

—Encontramos el resto de los ingredientes, vainilla y esas cosas y me tomó de la mano para llevarme al lavaplatos. Jamás me habría imaginado que él me iba a lavar las manos y menos que el jabón podría ser tan sensual. Y que íbamos a estar casi piluchos.

—Mishhhh…

—Agarró un bowl pequeño, echó harina, leche y se puso detrás de mí… y me enseñó un concepto nuevo: el sobajeo. Creo que me morí dos veces.

—Sí, morir le dicen ahora.

—En serio.

—Ya, muerta, apúrate con tu revolcón que tengo que irme.

—Iba echando los ingredientes y amasaba con mis manos en la masa. Y de mis manos pasó a mis brazos… y al resto de mí.

—Igualito a Ghost.

—Pero más pegote y más movido, muuuucho más. Ni cama necesitamos, porque no sé cómo, me sentó en la mesa y hasta en el pelo teníamos masa.

—¿Hicieron galletas?

—Bueee… precalentamos el horno, amasamos y algo se horneó.

—Asquito. ¿Y qué pasó con la bodega?

—Ah. Eso fue después, la segunda y cuarta vez.

—¿Cuántas veces…?

—Cinco.

—Wow… Tú sí que te sacaste las ganas.

—Y espera que te cuente lo que hicimos en el auto camino a la playa.

—¿Es corto?

—No… debe medir como veintiocho centímetros.

—¡¡La historia!!

—Ah, eso.

—Dices cada tontera.

—¿Y tú? Cuando me contaste lo del baúl casi me morí.

—No empieces. Mejor continúa tu historia. Estabas en el auto con el más rico de los profes de cocina del Instituto…

—Sí, él me pasó las llaves para que yo manejara. Es una camioneta, así que me acomodé en el asiento del conductor y partimos…

—¿Y?

—Y él apoyó su cabeza en mis muslos y me abrió el cierre del pantalón con la leng… ¿A dónde vas?

—A buscar a mi marido y las llaves del auto. Gracias por la inspiración.

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