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»Nuestra autoestima y autoimagen también se forman desde la opresión»: claves feministas para el desafío de la salud mental en Chile Yo opino Créditos: Foto de Ramón Monroy/Aton Chile

»Nuestra autoestima y autoimagen también se forman desde la opresión»: claves feministas para el desafío de la salud mental en Chile

Paloma Jorratt
Por : Paloma Jorratt Psicóloga feminista, Mag. Políticas Sociales Universitat Autònoma de Barcelona.
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Hemos visto cómo mujeres, disidencias, niños, niñas y adolescentes se han acercado en estos días a la Moneda Chica para conocer y conversar con el Presidente electo Gabriel Boric, quien ha puesto en el centro del debate la salud mental, afianzando la esperanza de muchas de nosotras en una mejor atención pública en materia de salud mental durante su mandato. Así, aproximándonos hacia ese malestar pero desde el feminismo, es necesario explicitar que el género -entendido como el conjunto de características, roles, y prescripciones sociales construidos en función de la diferencia anatómica entre los sexos-, está condicionando la experiencia individual y colectiva de todas las personas. Y es que si asumimos que además de una diferencia, existe una desigualdad y una opresión hacia el género femenino sustentado en el sistema hetero-patriarcal, no es absurdo pensar que esto conlleva un malestar subjetivo profundo y permanente que urge ser abordado.

En el caso de nosotras, la violencia comienza desde que nacemos. Se nos asigna un rol que determinará nuestras condiciones de vida y el acceso a la educación, así como la posibilidad de tener empleos dignos y salarios bien remunerados. Nos expondrá a la violencia física y al acoso sexual, e incluso afectará la forma de utilizar nuestro tiempo. En consecuencia, cada aspecto del desarrollo de las personas, se convierte en un posible ámbito de padecimiento que no solo es físico sino que también psíquico.

[cita tipo=»destaque»] No es extraño pensar en la cantidad de mujeres que presentan síntomas de ansiedad. Si pensamos en la ansiedad como un exceso de pensamiento y de futuro, ¿cómo no estar ansiosas? Si nuestro rol impuesto implica tener siempre bajo control las cosas y anticiparnos a posibles escenarios para que nada falle. [/cita]

La exposición a la violencia deja huellas a nivel corporal (agresiones y abuso) pero también en cómo nos percibimos a nosotras mismas; nuestra autoestima y autoimagen también se forman desde la opresión. Estas circunstancias son transversales a la experiencia de las mujeres, pero son sufridas individualmente, el dolor se privatiza a través de dispositivos como la culpa y la vergüenza, lo que va mermando nuestra salud mental.

Por ejemplo, otra situación ligada al «rol de género femenino» y que conlleva un malestar subjetivo importante es la doble y triple jornada laboral. Esta no solo se expresa en el uso diferenciado del tiempo respecto a la ejecución de las tareas del hogar, sino también en la carga mental invisible que acarreamos. Entonces, no es extraño pensar en la cantidad de mujeres que presentan síntomas de ansiedad. Si pensamos en la ansiedad como un exceso de pensamiento y de futuro, ¿cómo no estar ansiosas? Si nuestro rol impuesto implica tener siempre bajo control las cosas y anticiparnos a posibles escenarios para que nada falle.

Pensemos, también, en las implicancias de la socialización de las mujeres como seres a cargo de los cuidados, orientadas a las necesidades del resto. El “sacrificio” como un valor positivo, teniendo como máxima referente a la Virgen María, invitándonos a postergar los propios deseos y necesidades para anteponer los del resto. A los varones, en cambio, desde pequeños se les dibuja otro tipo de referentes: el explorador, el científico o el líder. Aprenden que su autonomía es valiosa y a ser protagonistas de sus vidas. Se les enseña a estar centrados en sí mismos mientras que a las mujeres se nos incita a desplazar ese foco hacia afuera. Si a esto le añadimos el mandato de la belleza y la juventud, la situación empeora. El cuerpo pasa a ser una fotografía para el resto, y no una herramienta para explorar el mundo. Esto nos hace sentir permanentemente avergonzadas de nuestra corporalidad limitando nuestras vivencias, incluyendo nuestra sexualidad. Con la objetivación de nuestro cuerpo viene también la amenaza constante de la vulneración, la violación, el abuso, el acoso sexual. Esto obviamente impacta nuestra salud mental ya que es violencia que sufrimos directamente. Incluso si no hemos pasado por aquellas situaciones, el miedo constante a habitar la ciudad libremente debiendo considerar variables que limitan nuestro uso del espacio público, deteriora cotidianamente nuestra salud mental.

Teniendo en cuenta estos elementos, y sin mencionar muchos otros, podemos observar que el rol femenino conjuga diversos factores que llevan a las mujeres a alienarse y a estar siempre sobrecargadas. Es entendible entonces que aparezcan síntomas ansiosos y depresivos que, muchas veces, no tendrían que ver con la genética ni las hormonas, como tradicionalmente la medicina atribuye, sino con una reacción normal del cuerpo ante vivencias estresantes y que son socio-culturales. La medicina ha patologizado la experiencia femenina desde hace cientos de años; recordemos cuando la histeria era diagnosticada como un trastorno relacionado al útero. Asimismo, hoy en día los dispositivos clínicos de la salud pública individualizan y medicalizan el problema. No consideran que la depresión, la ansiedad, la angustia, las crisis de pánico y los diferentes trastornos que abarcan estos síntomas, muchas veces son consecuencia de un contexto social de tremenda desigualdad. Por el contrario, son atribuidos a una falla orgánica individual que merece tratamiento farmacológico, y que traslada la responsabilidad a la mujer, generando culpa y vergüenza. Lo anterior, no niega por ningún motivo que existan muchos casos en que los medicamentos son necesarios y útiles, sin embargo, existen ocasiones en que la intervención clínica en vez de abordar el problema en su complejidad, introduce fármacos sin mayor cuestionamiento, individualizando el problema.

De esta forma, la falta de perspectiva de género en el sistema de salud -que permita encuadrar el problema en un macro contexto-, a través de sus intervenciones clínicas, muchas veces generan más daño en la vida de las mujeres. Por lo tanto, la salud como derecho humano, el derecho de las mujeres a una salud mental plena, se ve perjudicado. Al no existir una perspectiva feminista en la salud pública y en la atención psicológica y psiquiátrica, que aborde esta problemática en su complejidad, se comete una vulneración contra las mujeres. El rol de la psicología clínica en estos casos, debería ser exponer la raíz sistémica de estos malestares, enmarcarlo dentro del neoliberalismo y el patriarcado, desprivatizando así el dolor, la vergüenza y la culpa asociada a estos padecimientos. En este nuevo ciclo político, la psicología y el feminismo deben unirse para desvelar el origen estructural de este tipo de sufrimiento y encausarlo hacia una transformación.

El enfoque de género es necesario para abordar los problemas en salud mental, sobre todo en el sistema público, si no corremos el riesgo de empeorar situaciones que de por sí ya son graves. Integrar esta mirada en las políticas públicas de salud es una tarea ineludible si queremos avanzar hacia la construcción de un país igualitario, que respete los derechos humanos y que ponga en el centro la vida de las personas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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