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Ian Anderson sinfónico: por la boca muere el pez


Ian Anderson es el bufón de la corte, un personaje descontextualizado, quizás un músico salido de la propia Máquina del Tiempo. Y ayer se trasladó del mismísimo bosque de Sherwood hasta el cour central del Estadio Nacional, para deleitar al mismo y fiel público que lo escuchó en marzo pasado, cuando vino junto a sus banda Jethro Tull.



Esta vez anunciado en solitario, aunque acompañado de su viejos compañeros, Anderson se propuso superar la difícil vara de realizar un show sinfónico de calidad, junto a más de 30 músicos nacionales, entre los que se encontraban miembros de la Orquesta Sinfónica de Chile y de la Orquesta clásica de la Universidad de Santiago (Usach).



Anderson, en una reciente entrevista a un medio nacional, había anticipado que el show sería de gran calidad, e incluso se había atrevido a ironizar con el fallido show sinfónico que dio el emblemático grupo de speeed Metallica, argumentando que no cualquiera lograr salir airoso de dicha mixtura.



Sin embargo, podría decirse que el show del escocés de 57 años, que anoche presenciaron los santiaguinos, estuvo lejos de haber cumplido con las expectativas que los más fanáticos se habían hecho de este show, sobre todo tomando en cuenta que el rock progresivo medieval que ha transformado en leyenda del rock a Jethro Tull, era un excelente puente para calzar con mayor limpieza en el formato de lo sinfónico.



Uno no debería contentarse con escuchar »Mother Goose» (1971) en versión sinfónica para construir un balance del todo feliz del show presentado por el histriónico flautista y cantante. Si bien, siempre es y será un placer escuchar a Jethro Tull, porque pareciera que uno sale del recital inspirado en gnomos, elfos, jarros de cerveza y brindis que terminen en vikingas peleas al interior de una taberna, lo cierto es que a la eminencia de Ian Anderson hay que exigirle más para la próxima.


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