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Alejandra Costamagna: «Mis personajes son hijos del insomnio»

Acaba de publicar un libro de que tiene estructura de incendio, espiral o laberinto. Personajes que reaparecen, llamas reales y metafóricas, una mujer sin cabeza, una coleccionista de zapatos y un poeta obsesivo desfilan por las páginas en un misterioso orden, que la escritora ha rescatado de una dimensión imprecisa.


Está inclinada sobre la mesa, tomando notas. Tiene el pelo atado y un collar con una runa que se balancea a ras de esternón. Si hubiese que describirla como a uno de los personajes de su reciente libro Los últimos fuegos , uno podría decir algo como: la insomne es muy, pero muy delgada. La sutil oscuridad agazapada bajo los ojos claros delata sus noches largas.



Acaba de publicar un volumen de cuentos entrelazados. O sea, fragmentos de una misma narración, si se quiere, o cenizas de un mismo incendio. El fuego se cuela por las páginas con distintos disfraces: colillas de cigarro, humo, un sol calcinante. Algunas de sus historias han sido reescritas a partir de la crónica roja. Otras, han surgido de noches delirantes, de sueños. Pero se rozan entre ellas, los personajes reaparecen en diferentes historias y se reestructuran a sí mismos.



Alejandra Costamagna, autora también de las novelas En voz baja, Ciudadano de retiro y Cansado ya del sol, dice que en este libro los relatos son como un puzzle. Por eso hay elementos que se repiten. Guiños reiterados, frases persistentes, muletillas ubicuas. Y varias referencias a la realidad. "Chistes internos", dice ella. Como la clara alusión al poeta Claudio Bertoni y su afición de coleccionar zapatos y palitos en la playa. «Hasta donde sé, Bertoni es una especie de hippie que vive a orillas del mar recolectando conchas y cochayuyos», escribió sobre él Bolaño en Putas asesinas, y en el cuento "Domingos felices", Costamagna hace eco de todos estos datos. En él, una mujer denominada Muñeca ha copiado esas colecciones de un poeta al que ha amado porfiadamente.



Sus personajes están llenos de obsesiones, de pequeñas mañitas, de tics estructurales, si se quiere. Es una característica de su escritura. También los adjetivos para designar a los seres que pueblan su ficción. Más que los nombres.



-¿Eres tú la ojerosa y la triste?
-No y sí. Creo que hay muchas cosas que los personajes pueden tener de uno mismo, sin duda. Pero delimitarlo, ser consciente del alcance de esos límites… Creo que se mete todo en una coctelera y queda mezclado. Claro, tengo ojeras, no soy muy triste, pero puedo estarlo. Hay algo de esos personajes que es profundamente mío, pero no son yo.



-¿Por qué eliges los adjetivos, por sobre los nombres? Están el solitario, la inolvidable…
-Tampoco es una cosa consciente. Lo que me pasa con muchos de estos personajes es que tengo la sensación de que están en un plano que no es ni la realidad ni lo fantástico, sino intermedio. Como entre la vida y la muerte, o entre el sueño y la vigilia. Hay una zona ahí que es difusa, en la que me resulta incómodo ponerles nombre, porque los cierra mucho.



-Los concretiza.
-Exacto. Es como cuando conoces a alguien. Te imaginas los veinte nombres que puede tener, pero en realidad te quedan más las características de esa persona. Si le pones ‘Olga’, cerraste completamente las posibilidades de especulación sobre ese personaje. Mencionar sus características permite una variedad mayor de rasgos. También son personajes hijos del insomnio, profundamente. Están en esa zona difusa -quien es insomne sabe de qué hablo.



-¿Son hijos de tu insomnio?
-Un poco. Pero creo que también es hacer que esos insomnios entren en un terreno que no es el real. El insomnio real puede ser una pesadilla; acá es como darle una vuelta de tuerca.



-La atmósfera, en cualquier caso, es sumamente onírica.
-Sí. Hay varios que son una especie de instante onírico. Son como pequeñas fotografías. Estoy pensando en los menos realistas, como el "Cuadrar las cosas", por ejemplo. Se emparentan con ciertos sueños, o nacen de ellos.



-¿No te complica -en términos del perfil que pueda hacerse un lector de ti- transitar entre lo maravilloso y lo realista?
-No. Creo que aun lo realista es fantástico. Quiero que haya cruces múltiples. Una vez que uno se pone a contar una historia ya establece un juego de mentiras. Es un pacto de mentira con el lector. Hasta la primera persona es un juego, y da un poco lo mismo hasta dónde lleves ese pacto con la realidad y la ficción. Todo es parte del mismo juego.



El juego de las perspectivas



Alejandra, a diferencia de sus personajes, no es obsesiva con los objetos. Eso dice. Salvo por los boletos de micro, o ciertos papeles de chocolate. Tal vez una que otra factura. Pero sí parece tener una rara fijación con las tortugas, que aparecen una y otra vez, de manera central o casual, en sus relatos.



-¿Cuál es tu obsesión con las tortugas? Estaban muy presentes en tu novela Cansado ya del sol, están ahora en algunos cuentos.
-En realidad son los reptiles. En Cansado ya del sol son un elemento súper presente, porque es importante la analogía que se hace con la protagonista. Los reptiles tienen sangre fría, y era el proceso de una niña que va casi asimilándose a la vida de las tortugas. Además, su padre trabaja en Centro Nacional de la Tortuga -que es real, existe en México; siempre me llamó la atención lo freak del lugar. Hay también muchas características de las tortugas que me llaman la atención, como que no duermen. Me parecen animales sumamente atractivos, porque son sujetos muy raros. Aquí hay personajes que también son raros y que son perfectas tortugas en sus vidas.



-¿Gritan de verdad, las tortugas?
-Sí. Me impresionó mucho una vez que escuché a alguien, un cazador, que se jactaba de cómo chillaban las tortugas cuando las mataban. Aparentemente gritan igual que las guaguas. O él describía ese sonido, que a mí me perturbó mucho.



-El fuego es un tema transversal en tu libro. No sólo está en el título, sino en todos los cuentos: el humo del cigarrillo, el atardecer, el sol, explosiones, los incendios.
-No pretendo hacer una teoría sobre el fuego y los cuentos. Creo que desde Hefesto y Prometeo, hay un montón de referencias en literatura y en la historia de la humanidad a partir del fuego. Pero creo que hay una zona que tiene que ver con el fuego, y que es la que divide a las cosas, pero a la vez las puede llegar a unificar. Tiene que ver con el sentido del libro, que son diferentes perspectivas prácticamente de un mismo hecho. A través de las llamas, y dependiendo de cómo lleguen, es como miras los cuentos. También tiene que ver con que algunos de ellos surgen de la crónica roja. Ahí aparecía el fuego, y yo no hice otra cosa que reescribirlo.



-Hay personajes que reinciden, como el solitario. ¿Por qué?
– La estructura del libro es una especie de caleidoscopio. Es la estructura de un artefacto de un montón de tramas que se van cruzando. En un cuento aparece un personaje secundario que queda ahí, como congelado en el aire, y luego lo vuelvo a tomar para ponerlo en este escenario del juego de las perspectivas. No me interesa establecer una verdad absoluta, sino los puntos de vista. La perspectiva tiene que ver con quién y cómo está contando. Repetir a esos personajes es darles la posibilidad de que sean ellos los que cuenten la otra verdad, o verlos en otra situación, que los delata y define de otra manera.

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