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La vida como accidente

Miguel Wolter
Por : Miguel Wolter Licenciado en Literatura UDP
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Aeropuertos -la última novela de Alberto Fuguet- es una fotografía a una pequeña parte de ese mundo en el que los personajes habitan, se cruzan, entremezclan y conviven, cada uno en su formato.


Al principio resulta un tanto molesto leer la última novela de Alberto Fuguet, Aeropuertos. Los personajes incomodan por la sobrecarga de frases y muletillas, y la mezcla de palabras en inglés que delimitan el universo en el que los jóvenes protagonistas de la historia se mueven.

La  novela funciona como una unidad comprensible por sí misma, pero se siente la tentación de complementarla (sobre todo al final del libro) con el Fuguet cineasta del cortometraje 2 Horas o Velódromo. No porque ella no se entienda sin ese apoyo visual, sino porque permite comprender mejor que la complejidad de los personajes es impuesta por el mundo en el que se mueven.

Aeropuertos es una fotografía a una pequeña parte de ese  mundo en el que los personajes  habitan,  se cruzan, entremezclan y conviven, cada uno en su formato.

El relato despega en la sala de embarque de un aeropuerto en Cancún, durante la gira de estudios de un grupo de escolares. Dos de ellos,  Álvaro y Francisca, ambos de 17 años, digieren la noticia de que serán padres.

Las primeras impresiones son contradictorias. El no desea el hijo y ella se empecina en tenerlo. De ahí en adelante todo es un viaje o movimiento constante en el que no hay certezas. El universo que se comienza a construir fluye como los personajes, en distintos momentos de sus vidas y con sus miedos. La pregunta es cómo serían sus vidas si no hubiera aparecido el hijo no planeado, e  incluso en la ausencia de un amor profundo.

El nacimiento de Pablo y su crecimiento ocurre en el trasluz de una sociedad que cambia, en la que los padres se han convertido en seres oscuros, sin muchas esperanzas ni deseos de un futuro prometedor. Solo aspiran a estar. Sus pretensiones son pequeñas pese a que tienen todo a favor (al menos en lo social), y viven encerrados en sus mundos, introvertidos y apáticos, plenos de una soledad que les acomoda.

Pablo, el hijo, y Álvaro, son personajes que se desconocen y hasta desconfían el uno del otro. Siempre dentro de esa visión pesimista del mundo, también manejan códigos que los unen, como la nomenclatura de despegue y llegada que se percibe en las terminales aéreas. Para ellos tiene un significado particular, que los hace parecer más como  un par de amigos que acaban de conocerse y que llevan impresos códigos sociales similares, antes  que como padre e hijo. El respeto debido al padre según los cánones tradicionales, no existe en el libro.

Álvaro no sabe ser padre y no hace muchos esfuerzos por serlo, ni siquiera aparentarlo; Pablo es un hijo obligado tanto por el hecho biológico, como por un momento de respiro para su madre. Tal vez una escala llamada papá.  Pero todo es un desgano, un accidente, un quizás.

Aeropuertos es un código que funciona circularmente y genera claves de acercamiento entre el padre y su hijo, entre el pesimismo de sus personajes y los mundos paralelos que habitan conectados en un mismo universo. La música, el cine y las pastillas son determinantes en este viaje, que no es en todo caso  acerca de  vuelos atrasados o pasajeros en tránsito. Sabor ambiguo.

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