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Psiquiatra alemán entrega claves que explican la aura seductora de los psicópatas

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Todas las indagatorias apuntan a un órgano como el culpable de los más horrorosos crimenes de la historia: el cerebro. Boris Bandelow, profesor de la Universidad de Tubinga, Alemania, investigó las razones del origen del mal en la mente de los criminales y en el por qué sus futuras victimas caen bajo sus encantos. Síndromes como el de «Borderline» y el de «Estocolmo» son las consecuencias de las sorprendentes actitudes de famosos asesinos.


El psiquiatra alemán Boris Bandelow, profesor de la Universidad de Tubinga, Alemania, acaba de publicar un libro en el que pretende explicar las claves del origen del mal y el crimen en el cerebro humano. Además, indaga en una gran cuestionante, cuáles son las razones por las que los criminales pueden llegar a tener cierta aura seductora, a primera vista inexplicable, para sus futuras victimas.

«¿Quien le teme al hombre malvado? Por qué los criminales nos fascinan», es el título del libro, recién publicado por la editorial Rowohlt, y que se aproxima a casos que van desde la historia del asesino pedófilo belga, Max Dutroux, hasta la del asesino ultraderechista noruego Andreas Breiwick.

Bandelow empieza su libro analizando una serie de casos criminales célebres. Parte por el del asesino de prostitutas austríaco Jack Unterweger, que se convirtió en autor de bestsellers desde la cárcel, antes de ser liberado para volver a delinquir.

En los casos que aborda el autor, lo más interesante de los criminales no era tanto una compensación sexual o monetaria, a través de la violación de sus víctimas, sino que, ante todo, el placer mismo de dominar, generar sufrimiento y matar.

Bandelow sugiere una explicación bioquímica de los resortes que llevan a esos casos de sadismo. La idea es que muchos trastornos de la personalidad -entre ellos los que llevan a un comportamiento psicópata- pueden explicarse a partir de una descompensación del sistema de retribuciones del cerebro.

Ese sistema está situado en una pequeña área del cerebro y es responsable de las emociones agradables. «Nos podemos imaginar a un hombrecito que inyecta con una pequeña jeringa una hormona llamada dopamina, que genera sensaciones de felicidad cuando alcanza las células que busca», escribe el psiquiatra para explicar el sistema con una imagen metafórica.

Ese sistema está conectado a otro en el que participan las endorfinas, sustancias similares a la morfina pero creadas naturalmente en el cerebro y que transmiten todas las sensaciones agradables de la vida.

Bandelow, en otras publicaciones en revistas científicas, ha planteado la hipótesis de que el llamado síndrome de «Borderline», es decir, el transtorno límite de la personalidad, que lleva a los enfermos a buscar sensaciones fuertes que muchas veces los ponen al borde de la muerte, tiene que ver con que el nivel de endorfinas es demasiado bajo y se busca siempre aumentarlo a un nivel aceptable.

Para ello, entre otros recursos, se tiende a poner el cuerpo en un estado cercano al de la lucha por la supervivencia en el que el cerebro tiende a producir mayor cantidad de endorfinas como compensación a los peligros exteriores.

La personalidad antisocial, según Bandelow, puede funcionar de manera similar a la de los que padecen el síndrome de borderline y que haya un intento por compensar el bajo nivel de endorfinas a través de demostraciones de poder.

Además, en los dos casos la necesidad de elevar el nivel de endorfinas lleva a anular el funcionamiento de otras zonas del cerebro, encargadas de las consideraciones racionales o las conveniencias sociales.

Bandelow admite que su teoría de la descompensación bioquímica no está probada aunque, dice, hay muchos indicios que la respaldan.

Además, su teoría le sirve para explicar también otro fenómeno que aborda en el segundo capítulo de su libro y es el del llamado síndrome de Estocolmo, que crea una relación estrecha entre un secuestrado y sus secuestradores.

Allí, la tesis central es que, por una parte, al encontrarse el organismo en una situación extrema, el cerebro reacciona con una producción febril de endofrinas para aumentar las posibilidades de supervivencia.

Por otra parte, el captor suele ser a la vez quien le suministra al rehén los elementos básicos para mantenerse con vida y, en una situación de extrema amenaza, ese hecho tiene más valor que la degradación y el sufrimiento.

El caso más dramático tal vez sea el de la última secuestrada de Dutroux, que se despidió de él con un beso en la mano y un lacónico «merci», gracias en francés.

«Los casos espectaculares sólo son expresión de un fenómeno extendido en todo el mundo que nos muestra una y otra vez, que hay ciertas partes del cerebro humano que todavía no han dado el salto a la civilización», escribe Bandelow.

A esa parte del cerebro que no ha dado el salto a la civilización apuntan también los fundadores de sectas, algunos dictadores y también terroristas seductores, como el fundador de la organización terrorista alemana Fracción del Ejército Rojo (RAF), Andreas Baader.

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