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El día que el Fiscal del Reyno investigó si existía la Ciudad de los Césares

El día que el Fiscal del Reyno investigó si existía la Ciudad de los Césares

No es ficción ni posee tintes supranaturales. Tampoco es una trama afiebrada ni el producto de alguna una imaginación hiperactiva: en 1782 el entonces Fiscal General del Reyno de Chile, Joaquín Pérez de Uriondo, abrió una investigación criminal debido a la posible existencia de una ciudad perdida en el sur de Chile, la mítica Ciudad de los Césares, versión chilena de El Dorado, Paititi y varias otras más.


Hay una gran multiplicidad de versiones acerca del origen de la leyenda de la Ciudad de los Césares (que se remotan a 1540 y tanto, aproximadamente), pero lo concreto es que hacia abril de 1781, cuando se abrió la investigación penal, las autoridades de la época decidieron incoar un sumario debido fundamentalmente a consideraciones geopolíticas, pues estimaban que todas las noticias acerca de una colonia de gente extraña, blanca y que –según algunos testimonios- poseía pólvora, hacía temer a los españoles que se tratara de una avanzada inglesa o peor aún –horror de horrores- que los británicos hubieran fundado una ciudadela en los desolados parajes del Reyno de Chile, sin que nadie se hubiere dado cuenta.

Detalles sobre lo anterior se encuentran contenidos en el documento Informe y dictamen del Fiscal de Chile sobre las ciudades de los Césares, redactado por Pérez de Uriondo, que hoy se encuentra accesible a todo el mundo a través del sitio de la Dibam MemoriaChilena, que posee una sección temática sobre la Ciudad de los Césares, donde figuran además otros notables documentos de la época.

Los osornenses y más

Pérez de Uriondo fue siempre un ferviente defensor de la existencia Ciudad de los Césares. Además de la posibilidad de que se tratara de británicos, otras opciones, un poco más fabulosas, eran que los césares fueran sobrevivientes de buques encallados en Magallanes o, bien, que se tratara de los antiguos osornenses, los primigenios habitantes de Osorno, o de los habitantes de la desaparecida ciudad de Las Infantas.

De todas estas explicaciones, la de Osorno llevaba las palmas, pues en 1598 los mapuche, encabezados por Pelantaro, lanzaron una campaña en contra de los españoles que se inició con el desastre de Curalaba y que luego implicó la destrucción de las siete ciudades ubicadas al sur de Concepción, entre ellas Las Infantas (de la cual no quedó ni siquiera un rastro que indicara cuál era su ubicación original) y Osorno, cuyos habitantes resistieron por años a las embestidas mapuche, refugiados en un fuerte. Luego de un nuevo ataque en 1600, cuatro años más tarde los pocos osornenses (osorninos, hoy en día) que quedaban fueron finalmente rescatados y sacados de allí, perdiendo de ese modo la corona el control de todo el territorio ubicado entre Concepción y Chiloé.

Pero no era lo único. Cuando las tropas llegaron a auxiliar a los últimos osorninos, constataron que faltaban cerca de 300 personas, de cuyos paraderos los sobrevivientes dieron explicaciones contradictorias: que habían huido junto al capitán español Francisco del Campo, que los habían matado los mapuche y –lo que dijo la mayoría- que habían logrado escapar hacia el este. Durante años, además, se sospechó que no había sido de pasto y hierbas de lo único que se habían alimentado quienes resistían al interior del fuerte.

Como fuere, muchos creían también, más allá del detalle, en la posibilidad de que la famosa Ciudad de los Césares fuere un reducto de españoles que por algún motivo habían quedado desconectados de la civilización, y por ende pensaban que era un deber cristiano partir a rescatarlos.

La expedición de Pinuer

Como se detalla en el informe del sumario del fiscal, uno de los elementos centrales en su investigación –que consistió en reunir documentación e interrogar a decenas de personas- fueron los testimonios del capitán valdiviano Ignacio Pinuer. Un detallado recuento de lo que este hizo se encuentra en un largo paper publicado en la revista Historia, de la UC, en 1971, por Ricardo Couyoudmjian.

Allí se relata que el 18 de septiembre de 1777 Pinuer emprendió una expedición de gran tamaño (con 100 soldados) destinada  a buscar la mítica ciudad. Bien aperado y basado en múltiples testimonios de caciques, partió con su gente desde Valdivia y remontaron a pie el río Calle Calle, hasta llegar a un sector llamado Quinchilco, “a dos leguas de Río Bueno”. La legua española medía aproximadamente 5.500 metros, por lo cual, de ser exacto el relato, habrían llegado a unos 10 kilómetros de la actual comuna de Río Bueno, ubicada hoy 30 kilómetros al norte de Osorno.

Allí levantaron el fuerte de la Purísima Concepción, su futura base de operaciones, y el 13 de noviembre una veintena de hombres salió con destino a la laguna de Puyequé o Poyehuá (el lago Puyehue), siguiendo el curso del río Pilmaiquén y acompañados por el cacique Jurín y su hijo. La mayoría de los testimonios de los mapuche decían básicamente que la Ciudad de los Césares se encontraba en una isla de la laguna de Puyequé y que incluso había una segunda ciudad, en la orilla.

Luego de construir dos balsas, 16 expedicionarios atravesaron el Puyehue entre el 22 y el 24 de noviembre, pero Jurín les dijo que en realidad la ciudad estaba más al sur, en la laguna de Llauquihue, que pese a la fonética, es el lago Rupanco. Cuando caminaban hacia allá, Jurín desertó, pero los españoles siguieron su camino.

El 5 de diciembre alcanzaron Rupanco y entre otras cosas vieron el volcán Casablanca, donde hoy se encuentra el centro de sky Antillanca, casi en la frontera con Argentina.

Mientras oteaban el horizonte escucharon lo que creyeron eran disparos, provenientes del otro lado del volcán (ellos creyeron que eran los osornenses, pero pudieron ser explosiones volcánicas) y decidieron retornar a la base que habían dejado en Puyehue. Desde allí, el 17 de diciembre, volvieron a Rupanco, y se dividieron en dos grupos.

Uno de ellos salió a revisar un paso cordillerano y, con muchas dificultades por el terreno, aseguran haber visto dos fuertes estilo español junto a un estero. El otro grupo, en tanto, se fue hacia el sur y parece haber alcanzado las orillas del Lago Llanquihue, asegurando que habían visto una isla.

Todos regresaron el 1 de enero de 1778 a Río Bueno, ansiosos por emprender una nueva expedición, la que nunca se llegó a realizar.

La investigación

No obstante, eran tantos los testimonios provenientes de ese viaje como otros mucho más antiguos (como los acuñados por los Jesuítas que se aventuraban al sur del Bío Bío en la época de la guerra defensiva) que la administración del reyno se inquietó y así ordenó la indagatoria. En ella se le tomaron declaraciones a Pinuer, quien aseguró que la misteriosa ciudadela era habitada por los antiguos habitantes de Osorno, “que se retiraron después de un largo sitio”, según él, cinco a seis leguas hacia el este, y agregó más datos: “tienen dos poblaciones; la principal en una isla en donde ya no cabían”. Agregó que “la ciudad principal es en medio de una laguna, y sólo tiene entrada en la tierra por un chapad, o pantano, en que tienen puente levadizo”.

Aseguró también que poseían artillería, lanzas y espadas, que vestían camisas, y que ocupaban casas de teja y paja. Incluso, Pinuer agregó detalles muy específicos, como que mantenían buenas relaciones con algunos  “indios”, a los cuales cambiaban ají que cultivaban ellos (los osornenses) por sal que los mapuche extraían en Valdivia. Asimismo, hablaban un “extraño español” y también idioma “indiano”.

No obstante, juraba que no se trataba de los verdaderos Césares, pues argumentaba que estos se ubicaban cerca del estrecho de Magallanes.

Otros siete testigos interrogados por el fiscal, entre ellos el sacerdote Buenaventura de Zárate, de Mancera, contó la historia del indio convertido Nicolás Confianza, que en su lecho de muerte confidenció que al otro lado de Río Bueno había una ciudad fortificada, de españoles “procedidos de los de Osorno, junto a la cordillera”.

El cacique Santiago Pagniqué, por su parte, aseveró que los Césares vivían en la laguna de Puyequé, al lado del estero de Llanqueco, y que incluso tenían iglesia.

Otro cacique, Artillanca (Antillanca) aseguró que los césares eran “muchísimos y tienen su rey”, especificando que habían decidido quedarse en su ciudad porque “no querían sugetarseal Rey de España”.

Llancapichún, de Ranco, habló por su lado de “mucha gente blanca” que tenía armas de fuego (lo que fomentaba la sospecha de que eran ingleses), mientras que la india María, natural de Nahuelhuapi (es decir, el lago a cuyas orillas se ubica hoy la ciudad argentina de Bariloche, al frente de Puyehue) relató que cuando niña y estando muy enferma, su madre la llevó a una isla donde había un cura –que rápidamente trató para bautizarla- y una señora de mucha edad, y que “inmediato a la isla hay una población, situada de la otra banda de la laguna de Puyequé”, en la cual dijo que vivían algunos mapuche y muchos españoles.

La mujer contó también que “a distancia de un día de camino hay otra población, cuyos dueños tienen muchas armas de fuego y hablan distinto de los primeros”.

Ante este cúmulo de evidencias, el fiscal concluía que “parece que no debe ya dudarse de la existencia de aquellas poblaciones, bien sea de españoles, o bien sean deextrangeros”.

Los moro-huincas

También figura en el informe el atestado del militar Francisco de Agurto (que había tomado parte de la expedición de Pinuer), quien declaró que estos Césares eran llamados moro-huincas y que “los de la segunda población son ingleses, y que son muy guapos, que están muy lejos y muy fortificados”.

La cuestión que le quedaba por descubrir al fiscal era el origen de los moro-huincas, Césares oosornenses, como fuera que se les llamara, y la principal hipótesis fue la británica.

Las pruebas, por cierto, eran febles, pero por aquellos años las dos potencias estaban enfrentadas y claro, todo servía. Pero era muy, muy poco, en realidad, y se reducía a dos pruebas.

La primera, de 1750, eran unos sacerdotes que a la altura del paralelo 50° vieron, desde un barco, una pareja que presumieron europea, en tierras supuestamente deshabitadas (altura de Aysén), y la segunda había sido, en fecha posterior a ello pero no determinada, el encuentro de un buque español con barco inglés de dos palos, cerca de Concepción, cuyos tripulantes dijeron que estaban cazando ballenas, e incluso regalaron un barril de aceite de cetáceo a los españoles.

Otra posible prueba, pero que el mismo fiscal desechó, era el dato aportado por Miguel de Orejuela (que estuvo organizando por dos años una nueva expedición a buscar la Ciudad de los Césares, que nunca se llegó a realizar), quien dijo que a orillas del río Miuleú (Leufú, o Lebu) había una población de ingleses, cuando en realidad, era una avanzada española.

Finalmente, la investigación del fiscal debió cerrarse el 31 de julio de 1782, sin resultados concretos, pero recomendando una nueva excursión a la zona (que no se hizo) y además, el repoblamiento de Osorno. El fuerte que construyeron a orillas de Río Bueno, en tanto, se mantuvo algunos años hasta que fue destruido, pero a partir de sus ruinas se levantó elfuerte San José de Alcudia, que dio nacimiento a la actual comuna de Río Bueno.

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