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Crítica de cine: “No mires para abajo”, la metafísica del sexo Un largometraje de ficción del premiado director argentino Eliseo Subiela (1944)

Crítica de cine: “No mires para abajo”, la metafísica del sexo

El Centro Arte Alameda acaba de estrenar en Chile esta transgresora película del célebre realizador bonaerense, un título que sólo habíamos podido apreciar a través de la televisión pagada o de la distribución comercial en formato casero. En la ocasión, y acompañado por los roles protagónicos de Antonella Costa y de Leandro Stivelman, uno de los autores de culto del séptimo arte latinoamericano, continúa con su peculiar búsqueda estética y vitalista: una que lo relaciona con el surrealismo, con Alejandro Jodorowsky, con Luis Buñuel y con la bella obra del español Julio Medem. Se trata, sin duda, de un imperdible de la cartelera santiaguina.


“Para que un árbol alcance con su copa el cielo, deberá llegar con sus raíces al infierno”.

Friedrich Nietzsche, en Así habló Zaratustra

La literatura tiene un lugar importante dentro de la llamativa filmografía de Eliseo Subiela. Baste recordar al personaje de Oliverio en El lado oscuro del corazón (1992), el escritor que en sus correrías nocturnas citaba a su tocayo, el poeta surrealista y rioplatense de apellido Girondo –el genial inventor de Veinte poemas para leer en el tranvía-; y que también declamaba al uruguayo Mario Benedetti, y los versos de su “Táctica y estrategia”. En esta oportunidad, el cineasta da un paso más allá, y comienza las secuencias de su película, con un largo epígrafe de André Bretón. Luego, al final, cerrará la pieza con un fragmento del místico musulmán, Yalal ad-Din Muhammad Rumi.

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Aunque fue rodada en 2008, recién ahora podemos ver en Chile, proyectada sobre la pantalla grande, las hermosas escenas de No mires para abajo. Dueño de una mirada estética personalísima dentro del cine hispanoamericano contemporáneo, la obra de Subiela no sólo se emparenta con el movimiento surrealista en un sentido amplio, y por supuesto con sus cultores más conocidos en el celuloide, tales como Luis Buñuel o Alejandro Jodorowsky; sino también con directores del cuño del mexicano Arturo Ripstein (cómo no relacionar la cinta que analizamos con la bella Profundo carmesí), con el italiano Bernardo Bertolucci, con su compatriota Héctor Eduardo Babenco (El beso de la mujer araña) y con los españoles Pedro Almodóvar, Bigas Luna y Julio Medem (los cuadros de Eloy y Elvira, dialogando en todas las posiciones eróticas posibles, recuerdan, sin ir más lejos, la poética de Los amantes del círculo polar, de Lucía y el sexo y de Habitación en Roma).

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Filmada en el barrio bonaerense de La Chacarita,  relata la historia del joven Eloy (Leandro Stivelman), quien medio choqueado y todavía pasmado por la muerte del padre, abandona por las noches el dormitorio hogareño -víctima del sonambulismo-, para recorrer los techos de las viviendas contiguas al famoso cementerio de la localidad, ese en donde yacen los restos de Carlos Gardel, Evaristo Carriego y de Osvaldo Soriano, entre otros.

En una de esas escapadas, Eloy cae -mientras transita “dormido” por las alturas-, en una claraboya que fue dejada abierta, arriba de la cama y de los brazos de Elvira (Antonella Costa). Aquella casualidad, hace que en una brevedad narrativa muy bien tratada por el guión escrito por el mismo director, el personaje de Stivelman comience a vivir el “sueño del pibe”: una serie de instructivas reuniones amatorias, a cargo de una hermosa y experimentada veinteañera, medio bruja, y un poco sacerdotisa; que no es otro que el rol interpretado por la actriz que conocimos en la terrible Garage Olimpo (1999), de Marco Bechis.

Por el carácter de estos encuentros –de iniciación y de aprendizaje esenciales-, se hace necesario anotar los créditos de otra formidable cinta, una que fue estrenada el año pasado en Chile, y que pasó sin pena ni gloria por nuestra cartelera: describimos a Seis sesiones de sexo (The Sessions, 2012), la aplaudida obra estelarizada por John Hawkes y Helen Hunt.

La cercanía al campo santo del Oeste (Chacarita) no es casual, pues uno de los motivos audiovisuales y dramáticos recurrentes de la película, son precisamente los de la muerte, el otro mundo que ésta representa, la oscuridad de la noche, y la evocación romántica que sugiere la luz de la luna. También, el escapismo hacia otra dimensión más plena y realizadora, deseos originados por unas aspiraciones existenciales profundas y recónditas, desde siempre presentes en la psicología y en el espíritu de la humanidad.

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En fin, la cámara de Subiela se plantea como una ventana de la realidad, que explora en el significado de la imagen enmarcada. Aquello, lo efectúa  a través de unas coordenadas semánticas que se mueven entre la liberación creativa del erotismo y una actividad sexual trascendente que, más allá de los márgenes del placer carnal, persiguen instalarse en el sendero de una búsqueda vital.

No mires para abajo, asimismo, es una cinta que configura una suerte de testamento ideológico, si no cinematográfico, por parte de Eliseo Subiela. Especialmente, si observamos la totalidad de su producción, esa que se inició con un documental político-social acerca del “Cordovazo”, de mayo de 1969, y que alcanzó el reconocimiento internacional con un Hombre mirando al sudeste (1986). Una filmografía que, sin embargo, en la década recién pasada, tuvo sus vaivenes con títulos como El lado oscuro del corazón 2 (2001), Lifting de corazón (2005) y El resultado del amor (2007).

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Aquí, el argentino no sólo lleva a la práctica lo mejor de su registro audiovisual, uno hecho en base a primeros planos, y de un lente que apuesta por escudriñar obsesivamente -encima de los cambios psicológicos de sus caracteres-, el abecedario de un lenguaje fílmico que apela constantemente a los códigos de lo inaudito, lo imposible y lo maravilloso. Igualmente, y valiéndose de un libreto redactado por su genio –pero que enhebró apoyado sobre los hombros de un especialista del género literario-, acá, Subiela, resume sus reflexiones en torno a la vida, y por supuesto, alrededor del sentimiento que en exclusiva nos arrebata las ilusiones en gran parte de ella: el amor erótico y sus vueltas de páginas.

En el tratamiento de estos paradigmas temáticos, no podemos dejar de mencionar a un cuarteto de pensadores occidentales que indagan por similares caminos intelectuales que el director argentino, pero mediante las palabras y las ideas escritas: nos referimos a Sigmund Freud y sus Tres ensayos sobre teoría sexual (1905), y a la generalidad de su bibliografía respectiva; al humanista francés Georges Bataille (y a sus ensayos El erotismo y Las lágrimas de Eros), al filósofo italiano Julius Evola y su Metafísica del sexo, y desde luego, al pensador austriaco Otto Weininger y su Sexo y carácter (1903).

Por No mires para abajo, Eliseo Subiela ganó el premio a mejor director, que le otorgó el jurado del Festival de Cine de Guadalajara, en su versión de 2008. La música original, en tanto, pertenece al compositor trasandino Pedro Aznar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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