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Genocide Project: La dura exposición que reflexiona sobre el genocidio en el mundo La obra del español Eduardo Gómez se muestra en el Museo de la Memoria

Genocide Project: La dura exposición que reflexiona sobre el genocidio en el mundo

Consta de imágenes de víctimas del terrorismo de Estado en países tan diversos como la ex Unión Soviética, Japón, el Líbano, Siri Lanka y Camboya. El artista admite que las fotografías presentadas “tienen una carga terrorífica, te taladran, asquean y deprimen, y te afectan en lo personal, pero si no pasara eso, no podría trabajar con el material”.


Una exposición que reflexiona sobre el genocidio se encuentra abierta al público en el Museo de la Memoria (Matucana 501, Metro Quinta Normal) hasta el próximo 3 de mayo.

Se trata de “Genocide Project”, una obra del artista visual español Eduardo Gómez Ballesteros (Madrid, 1964).

Consta de una serie de piezas digitales que toman como base imágenes de archivo de víctimas de procesos violentos, con lo que el artista pretende acercar al espectador a la memoria colectiva a través de la experiencia individual y con ello indicar una especial forma de hacer un monumento: como íconos de la representación de la muerte en nuestro tiempo.

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El proyecto pretende mostrarse como work in progress en cualquier lugar que tenga o haya tenido relación con la violencia, o donde se desarrollen actividades relacionadas con la recuperación, transmisión y preservación de la memoria, por lo que en nuestro país estará presente en el Museo y el ex centro de tortura Villa Grimaldi.

Gómez es sicólogo de profesión, con un doctorado en Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid.

Busca impresionar

El trabajo específico que se mostrará en el Museo es un vídeo-instalación compuesta por una proyección continua de cinco series de piezas que conforman el proyecto, con una banda sonora creada específicamente para favorecer la contemplación pausada de las piezas y recrear un necesario ambiente de recogimiento.

Eduardo Gómez señala buscar “la impresión del espectador, ya que las imágenes expuestas destilan información  que te acercan a las víctimas y a los victimarios”. Es un video de 13 minutos sobre genocidios en la ex Unión Soviética, Japón, el Líbano y Siri Lanka y Camboya.

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“El espectador no requiere conocer información detallada del conflicto que está viendo, si sabes algo es mejor porque logra entender matices, pero si no, las imágenes te entregan la información necesaria, logrando algo importante que es la relación de tú a tú con la obra”, señala el artista.

El interés de Gómez por esta modalidad partió en los años 90, durante la guerra de Bosnia, cuando quiso que trabajar a partir de las imágenes brindadas por la cobertura mediática.

La mecánica del genocidio

Intencionalmente, el artista decidió instalar su obra en un pasillo cuya salida da a una explanada que contiene retratos de víctimas del terrorismo de Estado.

De hecho la elección del propio Museo tampoco fue casual. “En España no hay trabajo de la memoria. Es un tema que no se toca. Pasaron sesenta años de la Guerra Civil y aún hay muertos en las cunetas. Está muy mal visto que trabajes con el tema y no hay ningún museo de estas características”, señala.

En este caso son años de trabajo “para intentar comprender la mecánica del genocidio, ver cómo se construyen los acontecimientos desde los medios de comunicación, lo que hace el arte a veces para complementar o compensar, y llegar a cuestiones pedagógicas que pueden ser interesantes a la hora de aportar algo de forma de poder prevenir futuros conflictos para que haya un aprendizaje significativo”.

“El genocidio es un tema muy poco trabajado desde el arte”, señala.  “No me interesa mostrar la violencia explícita, el asco es un mal conductor. No es necesario mostrar destripamientos para que la cosa te afecte”.

Epicentro del discurso

Se trata de un trabajo sumamente personal, ya que Gómez no trabaja ni con instituciones ni con curadores y todos sus viajes –“llevo treinta años viajando”- se los autofinancia, lo que le da una “libertad personal para hacer lo que quiera”.

“La víctima siempre está en el epicentro del discurso, in extenso, atemporal, transnacional y transcultural también”, reflexiona sobre la muestra.

Gómez ha visitado numerosos países para realizar su obra. Usualmente su método consiste en tres pasos: obtener fotografías de las víctimas (ya sea de archivos oficiales, ONGs o de grupo de  familiares), tomar fotos de los lugares donde han ocurrido los hechos y luego crear obras de arte relacionadas con el conflicto.

Otra máxima es nunca exponer piezas del conflicto en el país donde sucedió. “Por eso aquí no hay nada relacionado con Chile ni con Cono Sur”, explica, aunque siempre intenta “exponer en lugares de memoria piezas de otros conflictos”.

La muestra

Esta muestra comienza con fotos de víctimas de Camboya del régimen de Pol Pot (1975-1979), que al momento de ser fotografiadas sabían que iban a morir, incluso niños, ya que muchas veces ocurrieron purgas de familias completas. A través de una serie de dibujos que acompañan las fotos, Gómez intenta contar historias personales para evitar que el genocidio se convierta en algo meramente numérico. En este conflicto en particular murieron más de un millón de personas.

A continuación vienen obras relacionadas a las purgas del dictador José Stalin, ocurridas en la ex Unión Soviética en 1937. Lo interesante es que hay imágenes de personas comunes y corrientes, sin que quede claro si se trata de víctimas o victimarios, una reflexión que le parece de suma importancia al artista.

La tercera parte está vinculada a la ciudad nipona de Hiroshima. Aunque el lanzamiento de la bomba atómica allí en 1945 por parte de Estados Unidos no fue un genocidio propiamente tal, sino un “acto de guerra justa, entre comillas”, Gómez destaca que se trató de un acto de eliminación masiva.

Luego la obra continúa con un relato sobre el Líbano, específicamente barrios del sur de Beirut que fueron bombardeados en 2006 por Israel, con imágenes de víctimas de distintas confesiones religiosas.

La exposición cierra con obra vinculada a Sri Lanka, un país que vivió una sangrienta guerra entre el Estado y la minoría étnica tamil que tras varias décadas culminó recién en 2009, con una ofensiva que en 40 días causó más de miles de víctimas.

“Eso no salió prácticamente en ningún sitio, en los diarios ocupó una línea, no tuvo mucho interés”, lamenta el artistas. Gómez incluye fotos de víctimas y lugares, además de nombres de localidades que fueron arrasadas, en lengua tamil.

Carga terrorífica

El artista admite que las imágenes presentadas “tienen una carga terrorífica, te taladran, asquean y deprimen, y te afectan en lo personal, pero si no pasara eso, no podría trabajar con el material”.

Acepta además que en el trabajo con las imágenes hay cuestiones éticas que él mismo se pregunta. “¿Hasta qué punto es lícito exhibir imágenes de personas sin su consentimiento? Evidentemente mi interés no es banalizar ni comercializar, pero aún así es un tema delicado”.

Agrega que, en algunas ocasiones, los familiares de las víctimas apoyan la difusión de las imágenes, “más que nada para recuperar, para que exista, para que se sepa que eso ha pasado”, especialmente en conflictos donde la cobertura mediática ha sido pobre o inexistente. A veces la fotografía “es un certificado de existencia. Si no tienes una imagen, es como si (la persona) no hubiera existido nunca”.

El artista obtuvo su doctorado con un trabajo sobre el genocidio camboyano, donde intentó comprender la mecánica del genocidio, ver cómo lo enfocaron los medios y si hubo alguna respuesta desde el arte.

A partir de allí concluye que esta acción suele tener características comunes en todo el mundo: “deshumanizar a las personas y quitarles derechos hasta que consigues eliminarlas casi sin problemas”.

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