Publicidad
Un viaje, una historia: Eugenio y su diálogo musical en el oasis de Chulluncane En la región de Tarapacá

Un viaje, una historia: Eugenio y su diálogo musical en el oasis de Chulluncane

Eugenio Challapa es un músico aymara excepcional que no conoce las notas musicales. Solo sabe del tono del arroyo en el amanecer, su variación cuando sale el sol y de las composiciones que arma el viento, mientras descansa en unas quebradas que parecen estar a un metro de la luna. Conoce más de 120 canciones, una para cada cosa, que aprendió de la herencia familiar de generación en generación. Hoy, vive con no más de 10 personas en Chulluncane, un olvidado pueblo en la región de Tarapacá, pero cuya música libera hasta las más sorda de las almas.


Aún no amanece, el frío cala profundo y la penumbra se aprecia distinta a la que estoy acostumbrado. Eugenio Challapa (un abuelo, que debe andar por los 90 años) ya se levantó y toma su instrumento, una tarka hecha de caña. Caminamos entre quebradas que parecen estar a un metro de la luna (sentí que nunca más volvería a estar tan cerca de ella). Así es Chulluncane, pueblo de unos 15 habitantes en la Región de Tarapacá.

Aquí el desierto es una ilusión, el agua corre como manantiales y el verde predomina por doquier. Entre algunos matorrales, Eugenio toma asiento junto a un arroyo, y espera la salida de los primeros rayos del Sol, preparándose para entonar la primera canción del día.

eugenio 4

Una vez un profesor de música me enseñó que hace 3 mil años, más o menos, los chinos crearon una escala musical compuesta con cinco sonidos básicos, solo cinco notas en el pentagrama, a las que, con el pasar del tiempo y las civilizaciones, fueron incorporándose nuevas notas hasta llegar a las 12 que conocemos hoy. Pero eso es lo que enseñan los libros. Aquí, en la cordillera, los 12 tonos estuvieron siempre.

Eugenio escucha el agua al pasar y de acuerdo al sonido que recibe con el amanecer es como tendrá que tocar durante el día. Es la naturaleza su director de orquesta, el mismo director de su padre y de su abuelo. El tono del arroyo cambia luego con la salida del sol, o por lo menos eso es lo que me explica.

Beethoven decía que el mundo se vuelve absurdo cuando nada se escucha. Leí esa frase y busqué el significado de la palabra “absurdo”. Resulta que proviene del latín “surdus” que quiere decir “sordo”. Mientras, con mi inútil oído, intentaba descifrar cuál era el tono que entregaba el arroyo y que percibía tan claramente Eugenio, pero para ser honesto solo escuché el agua y un silencio sepulcral. Ahí se me reveló todo, me sentí totalmente absurdo.

chulluncane

Eugenio, toma su instrumento y comienza a tocar; un momento después ya tenía la nota con la que debía dibujar la música. Se preparaba para realizar el floreo, que es el proceso de marcar con pompones de colores a sus llamas. Esta ceremonia es muy íntima, debido a que cada día menos personas lo llevan a cabo. Él aprendió de sus abuelos, mirando, como se aprendía antiguamente. Lo más increíble es que asimiló de oído alrededor de 120 canciones distintas para cada elemento y personaje que participa del floreo. Imaginen que desde el llamito bebé, hasta el pompón de lana, tienen su propia canción.

Eugenio se sienta en unas de esas casas casi abandonadas de Chulluncane, toma su bandola y comienza a enseñarme extractos de cada canción a partir de la tonalidad que escuchó en la mañana. Y de verdad es una canción para cada cosa, no las tiene anotadas, no tiene partituras, todas se guardan en su memoria. Basta con darle el pie al decir “la llama madre” o “el macho” y comienza un nuevo sonido. Cada nota fue enseñada por los abuelos, nadie conocía el Do-Re-Mi o si se comenzaba con un Sol mayor o un Fa sostenido, es la naturaleza la que entregaba un sonido que no está escrito, que no necesita esquemas. Este acto de la familia Challapa de salir cada mañana durante generaciones, ha creado un infinito musical indescriptible.

eugenio quebrada

Como si esto fuera poco, al atardecer Eugenio me lleva otra vez a las quebradas. “Allá se puede conversar a través de la música”, dice él.

En silencio, el músico aguarda que el viento se levante y con su tarka comienza un ir y venir de sonidos, en un diálogo que al parecer la brisa responde como eco. Fue como estar sentado con los pies colgando sobre la cima del mundo. Media hora de deleite sensorial apta para todo el mundo, liberando paisajes desconocidos para un alma sorda como la mía.

 

 

Publicidad

Tendencias