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Roser Bru, Premio Nacional de Artes: «Vivir es cierto, morir también»

Roser Bru, Premio Nacional de Artes: «Vivir es cierto, morir también»

Esta entrevista a la reciente Premio Nacional de Arte 2015, fue realizada hace 8 años por Sergio Trabucco Zerán, a propósito de una gran exposición que montó la artista en el Mac, con el que el Museo que dirige Francisco Brugnoli celebró sus 60 años. En la conversación, Bru -que llegó a bordo del Winnipeg- en 1939, manifiesto su gozo por la vida y declaró: «Mientras se me ocurran cosas estoy viva».


Sobre la vida y obra de esta gran artista de origen catalán, quien llegó a Chile junto a su familia escapando de la guerra civil española, se ha escrito mucho.

Roser Bru es especial. Con más de 80 años y un acento español del cual no ha podido ni querido desprenderse, está más viva que nunca. Transcurre más de media hora de la entrevista, y luego de hablar largamente de su infancia, la artista reconoce que por primera vez, hace poco tiempo, se había preguntado sobre su muerte. Esta vez, fuera de sus cuadros.

En el ascensor del MAC Parque Forestal -camino desde el tercer al primer piso- en un acto casi automático, Bru presiona el botón al piso dos, el mismo que la artista ocupa en su totalidad con su exposición Trabajos de ida y vuelta, muestra que surgió de una invitación «del Brugnoli», como ella se refiere al director del MAC (Francisco Brugnoli), quien en febrero pasado le propuso a la artista «tomarse todo el segundo piso» y así celebrar los 60 años del museo.

Al llegar al segundo piso, Bru argumenta con un tono de complicidad obsesiva y poniendo cara de niña tímida: «es que vi a unos muchachos cuando venía entrando». A Bru le fascina acompañar a todo quien ingrese a ver su exposición. «Varios pintores que conozco han venido a ver mi exposición y pasan volando, sin que les importe tanto. A los que más les importa esta muestra ha sido a la gente joven».

Apresurada y como si se tratara de un amigo que ha estado largo tiempo esperando por ella,  Bru pasa sigilosa por detrás de aquella pareja de jóvenes que visitan una de las seis salas donde expone esta sobreviviente de guerras y dictaduras, y sin querer interrumpirlos en la contemplación de sus cuadros, les dice con afecto: «yo soy la artista por si me quieren hacer alguna pregunta».

Aferrada a los brazos de los visitantes, como si se anclara a éstos y en un gesto de complicidad, Bru les explica ante sus tímidas preguntas, porqué Velásquez, Goya, Kafka, Frida Kahlo, la sandía, el exilio, la guerra, la muerte y los detenidos desaparecidos, eran personajes y temas recurrentes en su obra.

La conversación continúa en una caminata por Calle Mosqueto. Al pasar por una panadería aledaña,  Bru se detiene bruscamente frente a ella, la apunta y dice: «aquí hacen la mejor marraqueta del barrio y fue en este lugar donde compré los doce panes que utilizo en mi instalación y que están junto a las fotos de los detenidos desaparecidos».

Restándole importancia y sin dejar de sonreír, agrega: «hace poco tuve que volver por una marraqueta, porque alguien se robó una de la obra». Al consultarle si ella creía que ese robo se podría interpretar como una reacción del espectador ante el mensaje de su trabajo, o como un anhelo del visitante por llevarse un pedazo de la obra de la artista, ella responde con un tono ingenuo, como si no hubiese entendido la pregunta: «¿pero para qué, si la marraqueta estaba dura?»

Dejando claro que por ningún motivo ella toma café con leche si no es al desayuno, Bru ordena un croissant y un jugo de frutas. En medio de la conversación y sin ella haber probado bocado, un fotógrafo entra al café donde transcurre la entrevista y para retratar el lugar. Inmediatamente la mirada de la artista se despega de la grabadora, la que al parecer la había mantenido incómoda hasta ese minuto, al mismo tiempo que, con una actitud coqueta y sin perder el hilo de la conversación, le empieza a posar al desconocido fotógrafo, quien le devuelve la mirada apuntándola con su lente en reiteradas ocasiones y desde la distancia.

Al realizar una forzada pausa para que la artista pudiese tomar un sorbo de lo que había ordenado, ella dice, casi atragantándose: «pero puedes seguir haciéndome preguntas». Tras esa pausa y al reanudar la entrevista, Bru mira el lugar como si recién se hubiese dado cuenta dónde estaba. Fija la mirada hacia un rincón donde había libros a la venta y dice: «yo he invitado al (Cristián) Warnken para que vaya a ver mi exposición, pero no ha ido, quizás porque como sabe mucho de literatura no se atreve a ir a ver mi trabajo». Vuelve la mirada a la grabadora y ofrece una punta de su croissant.

«El otro día se me ocurrió algo que nunca había pensado, me pregunté dónde iba a morir y dije: pues en Chile, porque es aquí donde han muerto mis padres. Quizás esta pregunta se me vino a la mente por la frase de Arturo Soria quien decía: `chicas, estoy en la pre muerte´», explica Bru, quien se define como una persona con dos vidas y no con dos corazones, en relación a que ha vivido entre España y Chile.

«Mientras se me ocurran cosas estoy viva», afirma mientras se pasea de ida y vuelta y en una hora de entrevista por su vida y obra. Cataluña, Santiago y nuevamente Cataluña era el recorrido de esta artista, a quien recibieron en el puerto de Valparaíso con una inyección por si ella, o cualquiera de los dos mil inmigrantes, portaban alguna enfermedad. Sin duda que ella sí portaba una, la que no podía ser aniquilada con una inyección, y que era el talento que la convertiría, unos años más tarde, en la gran artista que es hoy y que, con una lucidez impresionante, concluye: «vivir es cierto, morir también».

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