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El GAM y el régimen de lo público Opinión

El GAM y el régimen de lo público

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Fernando Claro V.
Por : Fernando Claro V. Investigador Fundación Para el Progreso
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El directorio del GAM, en teoría, debería velar por el mejor desarrollo de éste. Debería entonces trabajar para que este gran polo cultural pueda entregar una oferta pública, diversa y de calidad. Financiado en gran medida (70%) por el Estado, el GAM tiene como misión formar audiencias y acercar la cultura a la gente. El directorio, por lo tanto, vela por el interés del pueblo, de lo público. Vela para que el GAM logre su objetivo, el formar y acercar la cultura a la gente. Vela, por lo tanto, por el famoso interés general.


La salida de la directora ejecutiva del Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) Alejandra Wood no ha estado exenta de polémicas. A pesar de que su renuncia ocurrió hace más de cuatro meses, los coletazos han seguido y se han profundizado.

Hace pocos días, y apenas unos días antes de que se nombrara al sucesor de Wood, renunció Javier Ibacache, el director de programación que había acompañado a la directora durante su gestión. Así, luego de cinco años de haber logrado posicionar al GAM como un referente nacional en cuanto gestión y producción de un centro cultural, la pareja Wood-Ibacache salen debido a que, según ellos, el directorio ya no les permitiría trabajar tranquilos.

El directorio del GAM, en teoría, debería velar por el mejor desarrollo de éste. Debería entonces trabajar para que este gran polo cultural pueda entregar una oferta pública, diversa y de calidad. Financiado en gran medida (70%) por el Estado, el GAM tiene como misión formar audiencias y acercar la cultura a la gente. El directorio, por lo tanto, vela por el interés del pueblo, de lo público. Vela para que el GAM logre su objetivo, el formar y acercar la cultura a la gente. Vela, por lo tanto, por el famoso interés general.

El GAM, construido en un lugar físico cargado de historia, podría considerarse un símbolo de algo que a la vez “sea fruto” y “promueva” el interés general. Además, gobernado y representado en su directorio por instituciones tan preocupadas por el interés general como el Consejo de la Cultura y las Artes, la Universidad de Chile, otros centros culturales como la Estación Mapocho y el Centro Cultural Palacio La Moneda, e incluso representantes de la sociedad civil, es difícil pensar un mejor reflejo del famoso “interés colectivo”.

El proveedor, el GAM, no provee de cultura porque está sirviendo su propio interés, sino que lo hace por el interés del ciudadano. ¿Qué mejor ejemplo entonces de un “régimen de lo público”? Sin embargo, la renunciada Alejandra Wood, refiriéndose a la razón por la cual dejó el centro cultural, dijo textualmente a la revista Qué Pasa que el “directorio no está mirando al GAM, se está mirando entre ellos y sus intereses”. ¿Cómo? ¿No es extraño? Un directorio que representa al pueblo, tal como su misión lo expresa, ¿no lo está representando? ¿No bastaba entonces con crear, por estatutos, una institución que vele por el interés general para que éste lo haga? ¿No bastaba con que se financie con fondos públicos? Quizás los directores eran poco virtuosos, y no supieron dejar sus intereses de lado para anteponer los del pueblo. Pero un directorio compuesto por personalidades de izquierda, ¿no serían las personas capaces – a diferencia de los de la derecha – de anteponer los intereses colectivos por sobre los propios? ¿No era ser socialista sinónimo de no defender intereses personales, y menos cuando una posición pública lo exigía?

A pesar de los que creen e insisten en diferenciar lo público de lo privado por estatutos escritos o por métodos de financiamiento, lo ocurrido en el GAM es el fiel reflejo de que esto es imposible y que, dada la naturaleza del ser humano, esa idealización está errada y es contraproducente. Por lo mismo, muchos creyeron en el conocido militante del Partido Socialista, Sebastián Dávalos.

* Fernando Claro V.

Investigador Fundación para el Progreso

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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