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Séptima Sinfonía Leningrado: Un retrato musical de los horrores de la guerra Crítica especializada

Séptima Sinfonía Leningrado: Un retrato musical de los horrores de la guerra

La Orquesta Filarmónica de Santiago enfrentó este gran desafío bajo la batuta de su director titular, el músico ruso Konstantin Chudovsky. Si bien cumplió el gigantesco cometido, asistimos a una función que tambalea por la vanidad de este director que todo lo dirige de memoria. ¿Quién se lo pide? Al revés de los que muchos en el público creen que es admirable, le hace un flaco favor a la orquesta. Nadie es infalible y por supuesto que hay momentos complejos en los que la mirada del director no llega y hay enredos.


Una de las obras más emblemáticas escritas durante las grandes guerras, nos pinta un paisaje desgarrador y sin esperanza. Shostakovich, en su Séptima sinfonía Leningrado, tal como Olivier Messian en su Cuarteto para el fin de los tiempos, escrito en el campo de concentración y Benjamin Britten con su Réquiem de Guerra de post guerra al inaugurar la reconstrucción de la catedral de Canterbury en 1962, son algunos ejemplos. Sus creadores fueron testigos de esa barbarie plasmando en estas magnas partituras las imágenes de sus propias vivencias.

En Leningrado, el clima que describe la ocupación alemana a la ciudad de los zares -duró mas de dos años cobrando mas 750 mil vidas de ciudadanos rusos- inspiró a Dimitri Shostakovich a dejar un testimonio. Escrita durante el asedio, se estrenó en 1943 con músicos hambrientos, en una sala que soportó los bombardeos y que demostraba una vez mas el poder catárquico de la música. De ello Stalin aprovechó esta situación como propaganda soviética y la gran orquesta fue reclutada entre los músicos de varias orquestas diseminadas.

Se destaca que en ella hay unas 60 cuerdas, dos arpas, 7 percusionistas y trios de maderas y bronces, sin duda una gran orquesta.

El primer movimiento un Allegretto, nos enfrenta de lleno con el famoso tema de la invasión. Ell ostinato que se repite con diferentes instrumentaciones sabemos que estamos frente a una marcha militar. Es amenazante, es terror puro, como lo señaló su autor mas tarde. Parten las maderas pero sin duda con la entrada de los tambores y después los trombones apoyando, el clima es de miedo. Tras este largo momento, solo queda un desierto desolado. El fagot nos ayuda a llevar el luto y su voz nos conmueve. Una caja a lo lejos señala el fin de esta invasión o primer movimiento.

En el Moderato del segundo movimiento estamos frente a los recuerdos en un scherzo. En él, las cuerdas nos traen memorias alegres en las que las maderas van de poco a poco llevando melodías. Primero el oboe, fagot, el contrafagot, el corno ingles, clarinete y flauta…….cada uno en momentos precisos.

En el tercer movimiento, el Adagio, Shostakovich quizo traer a la memoria las amplias extensiones de nuestra tierra. En él, maderas y metales delinean el paisaje apoyados por las cuerdas , los que tras unas pinceladas amables se rompen, y las cajas nos recuerdan que vivimos la guerra en la ciudad. Nada es como antes……..ni siquiera el adagio.

Finalmente el cuarto movimiento, Allegro non troppo, con contrapuntos y disonancias, representa el caos total. Con reiteración de temas anteriores, el clima y sonido van aumentando, incluyendo unos curiosos latigazos de los contrabajos, todo es estremecedor. El gran final estremece, desgarra, desola a los auditores.

La Orquesta Filarmónica de Santiago enfrentó este gran desafío bajo la batuta de su director titular, el músico ruso Konstantin Chudovsky. Si bien cumplió el gigantesco cometido, asistimos a una función que tambalea por la vanidad de este director que todo lo dirige de memoria. Quien se lo pide? Al revés de los que muchos en el público creen que es admirable, le hace un flaco favor a la orquesta. Nadie es infalible y por supuesto que hay momentos complejos en los que la mirada del director no llega y hay enredos.

Una sinfonía como esta, gigante y potente, llena de frases disonantes, de melodías y contrapuntos, el caos descrito debe ser ordenado con exactitud en su ejecución. Chudovsky cumple pero deja mucho que desear ya que un director debe ayudar a sus músicos y no solo buscar su propio lucimiento personal.

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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