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Tres chicos y un sueño colectivo: Convivir en el lenguaje universal de la música Una mirada al interior de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil

Tres chicos y un sueño colectivo: Convivir en el lenguaje universal de la música

Un trío de jóvenes talentos de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil saben que pensar quedarse en Chile y llegar a ser parte de una de las siete orquestas profesionales es casi imposible, ya que hay pocos cupos y se debe abrir concurso. La realidad hace que estén alertas a estas vacantes mientras hacen reemplazos, en grupos de cámara y clases. Pero también saben que tienen una pasión y hacer las maletas para radicarse fuera de Chile es una alternativa real para seguir sus sueños.


Miguel Millanao nunca imaginó que sería músico. La vida común y corriente en Chonchi invita a los niños a jugar a la pelota o mirar TV. Pero Miguel no resistió el llamado a formar parte de una orquesta estudiantil de cuerdas municipal. Quería ser violinista. Ese verano, en que la orquesta se inició, debió salir de la isla de Chiloé para cuidar a su abuelo, por eso cuando se presentó en marzo ya no quedaban vacantes para violín; tuvo que aceptar el cello. Sus tíos lo llamaban y le preguntaban por qué un cello. ¿Qué es?, le preguntaban. Él les decía que era algo parecido a un violín, pero más grande.

A los doce años partía feliz a los ensayos y de pronto al escuchar las Suites de Bach, supo que esto era lo suyo. Se vino a Santiago a los quince años y desde los dieciséis que vive solo. En algunos duros momentos y sabiendo que hay más de veinte horas que lo separan de su casa natal, nunca dudó de seguir este camino. Formó parte de la OSEM (Orquesta Sinfónica Estudiantil Metropolitana) por varios años mientras continuaba estudiando. Hoy es jefe de fila o primer cello de la OSNJ ( para jóvenes entre 18 y 23 años) y sueña con seguir avanzando en su carrera y poder algún día armar una escuela de música en Chonchi.

concierto 4

Algo parecido vivió Bastián Jiménez que viene de Valdivia y soñaba con tocar el clarinete. Lo invitaron a formar parte de una banda en su colegio y el cupo libre era el del trombón, que aceptó pensando que lo iban a cambiar. Esto no sucedió y de a poco se fue encantando con su instrumento. En su casa miraba los videos de André Rieu y soñaba con ser parte de una orquesta. Estudió en un colegio especial para músicos en Valdivia. Gracias a la red de orquestas juveniles fue haciendo carrera primero en su ciudad y ya instalado en Santiago, hace cuatro años, participó en la OSEM y de ahí pasó a la OSNJ.

De igual modo, Guillermo Vicencio también partió a los diez años en una familia de no músicos. Soñaba con tocar la flauta traversa pero en la Orquesta de Padre Hurtado, el director le pasó un violín. También pensaba que lo iban a cambiar pero de a poco se hizo la idea que este sería su instrumento. Viene de una comuna en que la orquesta no es prioridad y funciona con muchas dificultades. Entró a los doce años al Conservatorio a estudiar y paralelamente a la OSEM para tocar en la fila de los violines. Hoy es el concertino de la OSNJ y está convencido que el gran bienestar de ser parte de una orquesta es que permite el desarrollo de los talentos. Compartir con otras personas hace que el universo se expanda ya que están constantemente trabajando con las emociones.

 

Los tres saben que el tiraje es difícil y pensar quedarse en Chile y llegar a ser parte de una de las siete orquestas profesionales es casi imposible, ya que hay pocos cupos y se debe abrir concurso. La realidad hace que estén alertas a estas vacantes mientras hacen reemplazos, grupos de cámara y clases. Pero también saben que tienen una pasión y hacer las maletas para radicarse fuera de Chile es una alternativa real para seguir sus sueños.

El Teatro Municipal de Ñuñoa es la sede de la orquesta y el público está formado principalmente por jóvenes estudiantes de música e integrantes de diferentes orquestas. Llegan en grupos y todos se saludan, creando un ambiente familiar.

concierto 2

Las luces se apagan y entra Guillermo para dirigir el solemne momento de la afinación de toda la orquesta. Un gran La suena en el escenario. De ahí entra el director Rodolfo Fischer quien saluda y espera que todos estén cómodos.

Con un preciso acento en la dirección barroca, Fischer abordó la primera obra del programa la Sinfonía 25 de Mozart. Compuesta en solo dos días por el genial compositor austriaco cuando tenía solo 17 años de edad, las melodías fluyen en los cuatro movimientos. Los jóvenes músicos saben que Mozart es formativo y atentamente siguen al director tanto los que tocan como los que escuchan.

Sin duda, el plato fuerte del concierto fue la segunda obra: el Poema Sinfónico, La Isla de los Muertos escrita por Sergei Rachmaninov, inspirada en el cuadro del artista suizo Arnold Bocklin.

La escena muestra a Caronte, el barquero del Hades quien conduce a los muertos a través del río en su viaje al inframundo y en cuyo camino encuentran los riscos y acantilados en cuyo centro se encuentran los oscuros cipreses. Una atmósfera tenebrosa y espectral es la visión que tiene este famoso compositor postromántico ruso. Fischer logró matizar y darle colores oscuros y profundos a esta juvenil orquesta que daba la impresión de gozar de una asombrosa madurez. Sobresaliendo la columna de cellos que imitaban el oleaje, los temblorosos timbales son aliviados por las arpas. Entrelazando el popular tema del Dies Irae propio de los Requiem, la obra es rica en símbolos y deambula entra la vida y la muerte, la luz y la sombra para finalizar en sombríos tonos graves.

concierto 3

El programa continúa con la Octava Sinfonía de Dvorak considerada como la obra plácida del período feliz del compositor en que logra explayar su profundo sentimiento nacionalista checo. Dentro de las más de cincuenta cuerdas, la disciplina de la fila de los cellos es sobresaliente. En el tercer movimiento, el brillante solo del concertino crea una atmósfera especial. Las maderas forman un sólido conjunto destacando la flauta. Por su parte, los bronces denotan seguridad y presencia así como la talentosa percusionista que apoya desde los timbales.

La mayor parte del público eran estudiantes de música y jóvenes músicos de otras orquestas juveniles por lo tanto muy críticos a la hora de entender que significa la experiencia de estar arriba en el escenario. Fischer supo darle un tono sólido y maduro a la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil y esto lo agradecieron tanto los intérpretes como los auditores.

A la salida, vi a los tres jóvenes músicos contentos. Guillermo se abrazaba con sus amigos mientras Bastián se sacaba selfies. Miguel señaló: “Ser parte de una orquesta es ser parte de una experiencia colectiva y todos crecemos. Convivimos en este lenguaje universal y nos sentimos privilegiados”, comentó con una gran sonrisa.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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