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Base militar norteamericana en Isla de Pascua cambió para siempre costumbres de los rapa nui La base fue abandonada cuando Salvador Allende llegó al poder en 1970

Base militar norteamericana en Isla de Pascua cambió para siempre costumbres de los rapa nui

«Iorana & Goodbye» (Editorial Pehuén), de Patricia Stambuk, cuenta cómo entre 1965 y 1970 la Fuerza Aérea estadounidense (USAF) se instaló en la Isla de Pascua, cambiando de manera radical el modo de vida de los rapa nui, al conocer las costumbres de las sociedades de consumo del mundo desarrollado.


Un completo libro, con abundantes testimonios y fotografías, sobre la desconocida historia de una base de Estados Unidos en la Isla de Pascua, acaba de publicar la periodista Patricia Stambuk (Punta Arenas, 1951).

Iorana & Goodbye (Editorial Pehuén) cuenta cómo entre 1965 y 1970 la Fuerza Aérea estadounidense (USAF) se instaló en la Isla de Pascua, cambiando de manera radical el modo de vida de los rapa nui, al conocer las costumbres de las sociedades de consumo del mundo desarrollado.

En este periodo, además, el gobierno de Eduardo Frei Montalva promulgó la Ley Pascua, que significó una nivelación básica entre los derechos de los isleños y los continentales.

En este libro, Stambuk reúne los testimonios de quienes fueron protagonistas de esta historia y relata los efectos positivos y negativos de la mayor inmigración vivida por la ínsula más aislada de la tierra. Una base que los estadounidenses debieron abandonar con la llegada al poder del socialista Salvador Allende, en 1970.

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Alcohol y mestizaje

Stamkuk se enteró de la historia durante la escritura de un libro anterior sobre la isla, Rongo (también Pehuén), que relata la vida de los rapa nui a mediados del siglo XX.

Le llamó la atención el desconocimiento que había en Chile sobre esos hechos y la escasa información que se podía obtener en fuentes documentales. «Era un tema lleno de misterios y reservas. No había ni una foto publicada de la base. Ni un documento sobre la forma en que se llegó a permitir su instalación en la isla», dice.

Relata que la llegada de los estadounidenses y de los funcionarios chilenos enviados por el gobierno de Frei Montalva dieron un giro radical a la vida de los isleños.

«Sumaban un poco menos que la totalidad de la población nativa, unos 900 rapa nui. Fueron cambiando las costumbres locales, se introdujo con fuerza el alcohol, hubo mestizaje, se modificó la estructura de las familias, que giraban en torno a un padre organizador, desplazado ahora por la independencia de sus hijos, que tenían otros trabajos y además un sueldo», explica.

Eso no fue todo. También cambió la economía local, con isleños asalariados. Además «había una atractiva oferta de productos importados, mucha ropa usada y la nueva realidad de los desechos. Porque, hasta entonces, nada sobraba en la isla, ni siquiera un tarro vacío de pintura. Había real austeridad de recursos».

Stambuk comenta que, una vez inaugurada la pista aérea en 1967, el turismo fue el «broche de oro». «Había que satisfacer las expectativas del visitante, y eso generó emprendimientos que los fueron sacando de la pobreza», señala.

Buena relación con los gringos

¿Cómo fue la relación de los isleños con los estadounidenses y cómo reaccionaron los «chilenos»? «Fue una relación grata, bastante directa en lo social, al menos con la suboficialidad de la USAF», responde. «Esa actitud le gustó mucho al isleño, que siempre se había sentido menoscabado y hasta maltratado por los chilenos del ‘conti’”, agrega.

Los chilenos pasaron a ser los «tire veve», «chilenos pobres», agrega. «Los funcionarios estatales no se relacionaban con los gringos, excepto los de la Fuerza Aérea de Chile, que incluso comían en el casino de la USAF y tenían con ellos una relación también muy amistosa, muy fluida», detalla.

Si hubo alguna pelea, siempre fue por las mujeres: «Peleas de los obreros de la empresa Longhi que trabajaban en la construcción de la pista aérea, reclamos del alcalde Rapu al comandante gringo por la arremetida de estos agraciados e impecables norteamericanos con las jóvenes del pueblo, en fin».

La visita de Allende

Como en todo libro, no faltan los personajes y las anécdotas destacados. Entre estos, la visita de Allende, en 1967, como presidente del Senado, en respaldo a un grupo de guerrilleros cubanos que habían escapado de Bolivia tras la muerte de Ernesto «Che» Guevara y buscado en vano asilo en Chile. El gobierno de Frei los expulsó a Tahiti vía Isla de Pascua. Allí el futuro Presidente se reunió con ellos.

«El viaje de Allende tiene lecturas de todo orden: políticas, sentimentales, sociales, comunicacionales», comenta Stambuk, sobre todo tomando en cuenta su rechazo a la base de Estados Unidos en la isla.

«Todos mis entrevistados hacían referencia, con distintas versiones, al presunto rechazo de los norteamericanos para que Allende visitara el laboratorio de los norteamericanos en Mataveri y a su también presunta amenaza de expulsarlos del país si él era elegido Presidente de la República. Y fue elegido. Y se fueron, pero antes que los echaran», apunta.

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En Isla de Pascua, Allende con algunos de los guerrilleros cubanos.

Los hijos mestizos

También hay otras vida notables, como la de James Price, hijo de un contrabandista estadounidense y una rapa nui.

«A los doce años lo mandaron a un hogar de menores en Valparaíso por robar corderos, y allí empezó una carrera delictual que lo llevó a ser uno de los capos de cada cárcel en que estuvo. Es un hombre muy agradable, muy solitario, que regresó a la isla después de su última condena. Su relato es escalofriante», sostiene.

Price fue sólo uno de los muchos niños que crecieron de relaciones entre estadounidenses e isleñas, la mayoría de los cuales nunca conocieron a sus progenitores ni fueron reconocidos.

James Price.

James Price.

«Fueron los pocos casos ‘felices’, en que sus padres se casaron o hicieron vida familiar, como Clarence Price Atán, que nació en Estados Unidos y pudo probarlo, y los hermanos Crossan Araki», dice Stambuk. «Pero en los demás casos no obtuvieron nada, a pesar de hacer algunos esfuerzos. Sus madres tampoco les cooperaron mucho para que lo consiguieran. Y, al final, después de la desilusión, prefieren su vida en la isla y su nacionalidad rapa nui. Pero a varios todavía les duele», puntualiza.

Para su autora, el libro está lleno de mensajes específicos, pero hay uno general: toda cultura en la Tierra está expuesta a sufrir ganancias y pérdidas en su inevitable encuentro con la modernidad, con el desarrollo, «pero en el caso de los pueblos antiguos el precio suele ser muy alto».

«Porque se pierde una forma de interpretar el cosmos, se pierde el idioma, que es la base de su identidad, y se asimilan costumbres que terminan por apagar las propias, que siempre son más originales», explica. «Para los que somos muy parecidos a otros, la transculturación no importa tanto. Ellos son todavía únicos. Y la diversidad es la riqueza más interesante de la humanidad. O no estaríamos viajando por el mundo para conocer a otros que no son como nosotros, ¿verdad?».

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