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«Mala junta», el mal Estado

Elisa Loncon Antileo
Por : Elisa Loncon Antileo Linguista, Presidenta de la Convención Constitucional
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Este film se hace cargo de la complejidad de ser jóvenes en Chile, y aborda profundamente la vulneración de sus identidades por parte del Estado a través de sus instituciones represoras, el Sename y la escuela.


Este es un comentario al relato que Claudia Huaiquimilla nos invita como espectadores de la película por ella dirigida Mala junta.

Uno de los enganches de la película con el público es la amistad, la necesidad de que el espectador vea y sienta que los jóvenes no estén solos en medio la tanta soledad, propia del mundo conflictuado al que pertenecen.

Aunque los jóvenes Cheo y Tano vienen de historias distintas tienen un gran patriarca que los une, el Estado, un mal Estado. Éste no sólo es castigador y represivo, tampoco les da espacio para ser personas íntegras y felices.

Cheo es un adolescente mapuche reprimido por la escuela (el Estado), que en nada contribuye a su fortalecimiento identitario; allí sus compañeros aprenden a rechazarlo, le hacen bullying en forma permanente, sólo por ser mapuche.

Sorprendentemente, en ese espacio no hay nadie que empatice con su mundo y cultura, nadie lo defiende, hasta que se hace amigo del Tano. Tano viene del mundo urbano marginal y por sus conductas marginales está continuamente amenazado por el Sename, una amenaza naturalizada por la autoridad, representada por la funcionaria de la institución, y por el padre que, aunque trata de salvarlo, sabe que sus conductas lo llevaran hasta allá.

Los jóvenes también se enfrentan a la autoridad de sus padres-madres; ambos tienen una infancia de padres ausentes, por la que reclaman y piden una explicación. La ausencia del padre ha dejado huellas profundas en sus vidas.

En el viaje, los protagonistas también nos muestran un mundo de contención representado por la comunidad y la naturaleza. Hermosos paisajes se muestran amenazados por las forestales y por el verde monocromático del pino. Hay una familia mapuche preocupada de sí, una organización luchadora con discursos de esperanza. En la comunidad hay ternura, amor, calor, canto, baile y también dolor. En ella, ambos protagonistas encuentran su refugio y el valor de sí mismo, un sentido de estar en el mundo.

Cheo tiene roles importante en su comunidad. Tano, sin entender mucho a su amigo, a medida que avanza la película, poco a poco se entrega emocionalmente al ritmo de este mundo, hasta pensar en sí mismo y manifestar su deseo de cambiar. Su mayor ética es la fidelidad al amigo, a quien defiende como a su hermano, ética construida hechos tras hechos, tras la expresión “somos amigos o no somos amigos”.

La lengua mapuzugun por pocos segundos hace gala en la película, la pronunciación de las palabras forma un eco hermoso y se mezcla con la magia del acontecimiento, dejándonos la sensación de que esto sólo se puede escuchar en las películas.

Por cierto, como hablantes queremos más mapuzugun en las películas.

En buen momento Claudia nos regala esta película, como una lanza de oro, haciendo honor a su origen mapuche Waykimija o Waykimilla, que sin estar destinada a mapuchólogos o a militantes de la causa, de una historia cotidiana, una amistad entre dos jóvenes, se hace cargo de la complejidad de ser jóvenes en Chile, y aborda profundamente la vulneración de sus identidades por parte del Estado a través de sus instituciones represoras, el Sename y la escuela. Mala junta nos lleva a reflexionar sobre el Mal Estado.

Para terminar me pregunto cuántos mapuche asistieron y asisten todavía a la escuela del Cheo…

Elisa Loncon es académica del Departamento de Educación de la Universidad de Santiago y experta en interculturalidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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