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Las cuerdas de La Legua las tocan los niños Orquesta Infantil y Juvenil de Cuerdas de La Legua

Las cuerdas de La Legua las tocan los niños

La agrupación musical formada por 17 niñas y niños de la población La Legua tiene 5 años de existencia. Violines, violonchelos, violas y un contrabajo ensayan dos veces a la semana en el centro comunitario de la Población. Casamiento de Negros, Fray Jacobo y canciones infantiles son parte del repertorio de éstos niños que tienen entre 8 y 15 años.


Camino desde Gran Avenida por la calle Pedro Alarcón. Es la segunda vez que voy a la Población La Legua. Me comprometí a asistir al ensayo de la Orquesta infantil y juvenil de cuerdas que coordina la corporación Codeinfa. Paso avenida Santa Rosa, límite entre las comunas de San Joaquín y San Miguel, y el paisaje cambia drásticamente. Contrastan las casas de un piso con los edificios gigantes que hay del otro lado. Ahí comienza la emblemática población.

El director de gestión social de Codeinfa, Daniel Carvajal, me dijo que camine derecho hasta la calle San Gregorio, después doble a la izquierda y ahí está el Centro Comunitario, un ex liceo refaccionado. En el segundo piso ensayan las niñas y los niños. Siento el sonido desde abajo y me apuro en subir las escaleras.

Es jueves, hay un exquisito sol de invierno que nos alivia a todos, especialmente a los feriantes que están en la calle. El ambiente está tranquilo, menos lúgubre que la primera vez que los visité, hacía mucho frío y oscurecía. Ése día íbamos en auto con Daniel, que me contaba que en Dictadura le cambiaron los nombres a las calles y que la presencia de los Carabineros es permanente. Ellos siempre están y todos parecen acostumbrados.

Por la calle Pedro Alarcón, ahora que camino sola, me encuentro con 3. Uno con casco antibalas, muy erguido y parado frente a una patrulla donde está uno de sus compañeros. En la esquina de San Gregorio hay dos más. Es extraño, ya que por la calle caminamos mujeres, niños, ancianos, pero ahí están, siempre.

Subo al segundo piso, saludo al director de la orquesta y me acomodo en una esquina, al lado de la ventana por la que entra un sol reconfortante. Interrumpí su ensayo, pero al poco rato se olvidan de mi presencia. Después de mi llegarán 3 niños violinistas, los más pequeños de toda la sala. Laura, una niña delgadísima, muy seria y concentrada, se ubica en su lugar, saca del bolso su instrumento y una carpeta llena de partituras. Lo mismo Benjamín, el segundo más pequeño. Arman sus atriles, el profesor afina los instrumentos y retoman la práctica.

La agrupación se creó en 2012, con el apoyo de la Fundación de Orquestas Juveniles e Infantiles de Chile (FOJI), para niñas y niños del programa Abriendo Caminos, cuyos padres se encontraban privados de libertad, pero en 2014 se abrió a todos los interesados. Cuenta con dos profesores de violín, uno de violonchelo y uno de contrabajo, Lautaro, quien también es el director. Actualmente tienen la participación activa de 17 instrumentistas.

Conocí a Lautaro Miranda una semana antes, conversamos después de haber saludado a los profesionales de Codeinfa que trabajan en el centro comunitario. Frente a sus oficinas hay un patio en el que en algún momento hicieron un huerto. Con Daniel nos sentamos en una especie de sala de reunión y comedor improvisado, me cuenta un poco de la historia de La Legua, de los planes de intervención y de su trabajo. A lo lejos veo a un hombre ir y venir, es el profe.

Un contrabajista profesional, licenciado en música de la Universidad Católica, actual profesor en la Universidad de Chile, en la orquesta juvenil de Huechuraba y en La Legua. Su postura formal, contrasta con piercing de su oreja y la energía que le pone a la conversación. Hace frío, ya oscureció, pero es el primero en llegar y preparar el ensayo.

Nos sentamos un rato antes, en una sala con sillas de liceo público apiladas al fondo y un horno. El horno es de Codeinfa, ya que están haciendo un taller de cocina saludable. Me cuenta que llegó hace seis años a la orquesta, como profesor y que posteriormente se convirtió en director. “Una colega con la que compartíamos un trabajo en La Pintana me habló de éste proyecto y le dije inmediatamente yo quiero participar. Me dijo que ya tenían un profesor, pasaron como dos o tres meses, y él no volvió de vacaciones de invierno. Entonces, me instalé acá y a los cinco meses nos preguntaron si nos interesaba dirigir el proyecto en la parte musical, nos citaron a entrevistas y me seleccionaron”.

Ése ímpetu inicial por participar es parte de un trabajo histórico de Lautaro. Me cuenta que junto a sus padres, en Puerto Montt, donde nació y creció, iban a las poblaciones a tocar y armar grupos de música. Esto acompañado de su inquietud social y política. “Soy ochentero de formación y venía para acá en ese tiempo a hacer cosas. Conocía las poblaciones. Acá vine a tocar algunas veces a la Iglesia con el cura Puga y también a otras cosas un poco más políticas, protestas, cuando hacían las protestas nacionales”, recuerda.

Por ése tiempo ni se imaginó que volvería a La Legua a trabajar con niños y a enseñar música, su gran pasión. A pesar de todo, Lautaro es un entusiasta de su trabajo y esa energía se trasmite. “El profe nos entiende, sabe qué tipo de problema tenemos y trata de arreglarlo, entonces eso es igual es bakán porque no siempre se resuelve con un profesor, generalmente te dicen estudia no más y ahí te va a salir”, cuenta Javiera, que toca viola hace casi un año en la orquesta.

El día del ensayo lo veo paciente, atento a que los instrumentos suenen bien, pero a la vez apasionado, mueve las manos, habla con propiedad y es categórico, no esconde los errores, pero los felicita cuando después de 3 o 4 intentos llegan a una hermosa melodía. Ése día fueron 5 niños, 2 violonchelos, 1 contrabajo y 2 violines; más 5 niñas, 2 violistas y 3 violinistas.
Separados por instrumentos, Lautaro al medio está sentado en un taburete que a ratos parece que se va a desmoronar ya que una de las patas está pegada con cinta adhesiva, frente él hay un atril lleno de partituras. Mira a los ojos a los instrumentistas, que sostienen la mirada, pero a veces les es inevitable quedarse pegados en una partitura poco estudiada. Los veo disciplinados y concentrados, a pesar de que reclaman tener sueño, son las 11.30 de la mañana y están de vacaciones de invierno.

Benjamín, el niño más pequeño de los violinistas se agacha y rebuscar en una carpeta con muchas partituras, unas más usadas que otras, “Leyend of the dark mountain”, que sonará perfectamente después de 4 intentos. El profesor los felicita y bromea con que se retiren del colegio y ensayen todo el día. Ninguno se niega. Algo que reforzarán posteriormente Javiera y Bastián, quienes hacen malabares para asistir 2 veces a la semana a los ensayos cuando están en el colegio.

El ensayo continuará con la música de “Medieval Kings”, la favorita de Javiera. “Apenas entré a la orquesta dije pásenme Medieval Kings que quiero aprenderla luego”, me cuenta entusiasta. Le pedí al profesor que eligiera a dos integrantes para que me contaran de su experiencia, una de ellas es Javiera, una niña de 13 años que cursa octavo básico. Nunca se ha presentado en público y reconoce que está nerviosa porque tienen una presentación actuación en agosto y no sabe cómo será.
Una compañera la invitó, la entrevistaron y quedó. Aunque no conocía la viola, es su instrumento favorito, ya que no es tan grande como el violonchelo, ni tan agudo como el violín. Antes había intentado aprender guitarra y piano, pero la viola le dio el gran empujón a practicar y aprender. Le pregunto por lo mejor de estar en la orquesta y sin dudar me responde, “además de aprender, yo diría que tocar con mis amigos porque es divertido, estamos todos juntos y conectamos en el momento en que hacemos la primera nota”.

Javiera me deja claro que odia el reggaetón, pero sabe combinar su gusto por el rock y la música alternativa -su grupo favorito es Black Veil Brides, desconocido para mí-, con el instrumento clásico que toca. “Después te das cuenta de todas las posibilidades de canciones que uno puede hacer o puede sacar y es impresionante, incluso suena mejor todavía que con una guitarra”. Hoy no imagina su vida sin la música, quiere dedicarse profesionalmente a ella, “me gustaría trabajar de la música, vivir de ella. Quiero entrar a una escuela de música o de jazz o cualquiera de ése tipo”.

Bastián, el otro elegido, quiere ser mecánico automotriz, pero no vacila en decirme que estará en la orquesta hasta que se acabe. Toca el único contrabajo del grupo, los ojos están puestos sobre él, sobre su técnica y escénicamente es imposible obviarlo. Lo que empezó con una escapada de la sala, es hoy una de las cosas que más le gusta hacer.

“Fue un día en la tarde, como a las 2, llegó a la sala mi profe de música diciendo que vienen a buscar a niños que les gustaría inscribirse para una orquesta y fui porque quería salir de la sala, el profe me tenía aburrido. Nos entrevistaron y me quedó gustando, aunque salí por una tontería. El profe me llamó, llamó a mi abuela, vine a unos ensayos con otro niño y quedé en la orquesta tocando contrabajo”. Aunque no quedó conforme con el instrumento, de ése momento ya han pasado 3 años.
Hoy tiene 14 años, va en octavo básico, su asignatura favorita es historia y tuvo promedio 6.1 el primer semestre. Además toca bajo, flauta y guitarra. Lamenta que los días de ensayo sean tan pocos y yo me alegro cuando me dice “aquí yo me libero y me divierto”. Durante el ensayo se sienta de vez en cuando, pero siempre está concentrado y pocas veces Lautaro le llama la atención.

Su música favorita es el rap, es fan del rapero español Porta y de Mago de Oz, su canción favorita para tocar es Leyend of the dark mountain, “tiene un bonito sonido y un bonito ritmo, es muy pegajosa”. Ésta es una de las canciones del repertorio, que se elige pensando en los ellos, niños instrumentistas, con poco tiempo de ensayo y cuya prioridad es buscar un sonido bello más allá de las complejidades técnicas.

La participación en la orquesta de La Legua los ha llevado a conocer el Teatro Municipal de Santiago, un hito para muchos de los niños y sus familias, junto con visitar universidades, como la de Santiago y la Diego Portales, en la que se presentaron. Su primera actuación fue en 2013 para el día de la madre en el Centro de Reclusión Femenina de San Miguel.

Para todo esto el trabajo de la Corporación ha sido fundamental. Ése día del ensayo me encuentro con el coordinador, Francisco, estaba feliz porque consiguió llevarlos de gira a Rancagua y le habían confirmado la donación del almuerzo en un restaurante. “Estos chicos de Codeinfa son increíbles, vieron lo beneficios, es tan obvio, pero hay gente a la que aún no les cae la teja”, dice Lautaro.

El mayor problema para continuar el trabajo de la orquesta es que no hay generación de recambio. “Nos gustaría tener a 30 niños más, porque cuando llegan a 4to medio se van. Ése es el gran drama de todos estos proyectos, hay que empezar de cero, entonces no podemos tener una base grande en que tú estés tranquilo y sólo supervises. Si empiezan a los 8 o 9 años, a los 14 ya están listos para entrar a la orquesta. No pasa eso y es súper frustrante”, lamenta su director.

Durante la pausa, Laura, la más pequeña del grupo se queda ensayando y una de sus compañeras la asesora. Finalmente el ensayo termina con muchos intentos del “Vals del Emperador”, una partitura reciente, ya que les cuesta entrar a tiempo y se miran buscando aprobación. El violinista más aplicado, Esteban, practica personalmente con el profesor, mientras toca mueve el pie derecho y la piel de su mandíbula ya está enrojecida por tanto de ensayo.

La práctica es interrumpida por otro músico que anda perdido en el centro comunitario. Dice que anda buscando al encargado porque mañana se presenta el maestro Valentín Trujillo. Afuera queda menos de la feria de temprano, pero los Carabineros siguen firmes y vigilantes en las veredas de la Población

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