“Sofía no está bien” es un libro rápido, ameno, con un particular humor, con referencias a la cultura pop, cinematográficas, literarias y musicales, y que se lee sin mayor dificultad. Pese a esto, lo que podría constituirse en un abanico más o menos fidedigno del mundo contemporáneo y sus tensiones, solo se queda en un hálito, un esbozo, devenido en sentido común.
“La vida social ya se ha transformado en una vida electrónica o cibervida”, Zygmunt Bauman.
Sí, en la terminología de Umberto Eco, podemos situar la primera novela de Macarena Atria (Santiago, 1983), “Sofía no está bien. Una historia de amor y otras apps” (editorial Suma, 2017), impregnados, colmados de WhatsApp, Instagram, Tinder, Waze, emoticones, una cultura de masas pletórica de redes sociales y tecnología, en donde se desenvuelve Sofía, periodista de medios, que desea huir, desconectarse de la contingencia de la política y el trabajo, encontrar un futuro, una pasión.
Temática no del todo novedosa, porque es recurrente en este tipo de historias la oposición binaria entre ciudad y naturaleza, entre lo viejo y lo nuevo, entre lo verdadero y lo falso, inherente contradicción del hombre moderno. Sofía, tal como el Fausto, se ve seducida y al mismo tiempo, desapegada, entre los engranajes de una sociedad de consumo, superficial e hipócrita. Pero no tiene muchas opciones, al fin y al cabo, puesto que se cansó de “nadar contra la corriente” y no tiene energía “para reeducar animales”. O bien porque tiene que cuidar lo que tiene.
“La falta de gesticulación animada y la cara de algunas personas que ven mi atraso tecnológico como una desadaptación social, es lo peor de vivir en la barbarie tecno-social. Una vez superado eso, nada importa demasiado, especialmente si el plan oficial es empezar a desconectarse” (pág.10).
“Manejar escuchando Got my mojo working con la ventana abajo, sintiendo el aire fresco y los rayos del sol de un invierno que no acaba de llegar, es la receta de la felicidad. A veces mi mamá me incita a que vaya a un psiquiatra, que quizás eso es lo que necesito, un profesional. Yo digo que no, que los psiquiatras lo único que hacen es drogarte y dejarte como zombi sin conciencia ni capacidad de análisis. Todo termina demasiado parecido a The Walking Dead. Al menos en mí, el sol, la música y el viento funcionan mejor que la dopamina, la fluoxetina, la sertralina (…). Hoy, la clave es música y naturaleza” (pág. 79).
“No lo puedo creer. Por dármelas de mística desconectada y disfrutar del aire, el sol y la Etta James, no hice lo único que tenía que hacer: ¡Mirar el puto Facebook!” (pág. 84).
Porque Sofía no solo se enfrenta a una crisis existencial y amorosa, también laboral. Trabaja en un diario de tendencia conservadora, haciendo programas de tecnología, “cubriendo eventos irrelevantes”, pero odia las noticias y desea realizar un documental orgánico, que le dé un sentido a su vida profesional. Al respecto, se refleja con ironía y algo de caricatura la profesión periodística, los tira y afloja de las reuniones de pauta, casi como si se tratara de una comedia del absurdo.
“Es que ya no entiendo la misión que tienen los medios. Están todos muy locos y yo ando con ganas de salir de esa cuestión. Esa es mi onda…Sorry, estoy media confundida. Bueno, por eso llegué donde tu mamá. Estoy en un punto de inflexión” (pág. 57).
“El otro freak es el programador web: Igor. Rarísimo, y quizás no tan ofensivo. Aparte de leer códigos binarios, practica ninjutsu. Un arte marcial diseñado para matar y dejar fuera de combate rápidamente a otra persona (…) Estoy segura de que su único gran pensamiento es el de encontrar el momento exacto para sacar su metralleta y mandarse un gran Bowling for Colombine. Será una tragedia y transformarán su historia en un spin off de mi serie en Netflix” (pág. 15).
Hay en ella un malestar, un hastío, un desajuste, pero no alcanza a construir un relato crítico ni a constituirse en un sujeto social activo, consciente de su contexto histórico, político, cultural. Sofía está “chata”, que prefiere “cambiar la realidad por la ficción”, que busca una fuga personal, alejada de aquella interconexión permanente, donde la tecnología y sus artefactos (como, por ejemplo, un teléfono celular de última generación) asfixian y delimitan las identidades e impregnan todos los aspectos de la vida. Casi como un modo de presentación en el juego siempre sinuoso de las interacciones y reconocimientos sociales.
En este entorno hiperconectado donde las relaciones humanas constantemente se ven expuestas, normadas, filtradas, ya no es posible la comunicación. Todos, hombres y mujeres, se debaten bajo los escombros de la fantasmagoría comunitaria, anhelando un pasado ya prehistórico e idealizado.
“Las mujeres un poco brutales y sicóticos, pero los hombres están más raros que nunca. Por eso ya no hay romance. Los hombres ahora les tienen susto a las mujeres porque ya no saben lo que somos ni qué es lo que queremos de ellos. Si abrirnos o no la puerta, si pagar o no la cuenta, si decirnos que estamos lindas, si invitarnos, si llamarnos, si abrazarnos, si regalarnos algo…ese tipo de cosas. Pequeños detalles de un universo paradigmático que está cambiando y que a nosotros nos tocó vivir en pleno, quedando en la mitad. La generación bisagra entre el romance y el match” (pág. 21-22).
En el mundo de Sofía abundan los freak, los desconectados, los winner, los zorrones. Personajes unidimensionales que van a fiestas recomendadas por una app. Que revisan Wikipedia y todos los foros de Yahoo. Que buscan imágenes por Youtube. Que toman Uber. Que escuchan listas de Spotify. Que ven series y documentales en Netflix. Que hablan por Skype o por WhatsApp, comunicación cibernética, a distancia. Incluso, Sofía tiene una pareja (que luego será un ex) al que no ama (Francisco, alias Modernot) y un amor platónico… que está casado. En esas relaciones cuesta la empatía, la solidaridad. Por el contrario, abunda lo que Zygmunt Bauman reconocerá como amor líquido, o sea, relaciones interpersonales individualistas, efímeras, etéreas, desechables, carentes de compromiso o proyección.
“Dejé Tinder en pausa, no me convence ese estilo de conocer gente. Me gusta la casualidad y no quiero aceptar que se acabó el romance, el nervio, la química de ver, escuchar y sentir a alguien por primera vez. ¿No puedo acaso creer realmente que me vaya a topar cara a cara con el amor? (pág. 163).
En definitiva, “Sofía no está bien” es un libro rápido, ameno, con un particular humor, con referencias a la cultura pop, cinematográficas, literarias y musicales, y que se lee sin mayor dificultad. Pese a esto, lo que podría constituirse en un abanico más o menos fidedigno del mundo contemporáneo y sus tensiones, a veces se queda en un hálito, un esbozo, devenido en sentido común.