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Obra «Los arrepentidos» y la teoría sueca del amor CULTURA

Obra «Los arrepentidos» y la teoría sueca del amor


Desde nuestra ventana de moral católica es muy difícil entender ciertas políticas públicas de los países nórdicos, donde Suecia destaca. Para nuestra cosmovisión trunca, entender el bien común es algo muy difícil.

El amor, la identidad sexual, la soledad, la convivencia social son muy opuestos entre ambos planetas y la obra Los Arrepentidos, exhibida Centro GAM, sirve mucho para observar los caminos recorridos por esas sociedades respecto a los asuntos que en Chile, recién se están conversando y no de la mejor manera precisamente.

Es un lujo que se hayan reunidos dos enormes actores luego de 15 años como Rodrigo Pérez y Alfredo Castro, no sólo por su enorme trayectoria y calidad, sino además porque han sido personas presentes en los grandes debates chilenos sobre la dignidad e igualdad.

La obra llega en gran momento y sin haberlo calculado, pues vivimos una sana ola de manifestaciones feministas y femeninas. La obra del sueco Marcus Lindeen, dirigida por Victor Carrasco, nos proyecta a la realidad de dos personas enfrentadas al desafío de revertir la identidad femenina a la que optaron en su juventud.

Así Orlando y Mikael, dos transexuales suecos, luego de muchos años deciden revertir tal situación y están en un locutorio grabando una conversación sin conocerse, pero pronto van viviendo una cercanía, con la cual comparten todas su aventuras y desventuras al respecto.  Ambos lograron ser Isadora y Mikaela, cuando el mundo entendía inamovibles las imposiciones de género.

Orlando y Mikael desean dejar en claro cómo la búsqueda de la identidad es un proceso nunca terminado, aunque se hayan tomado decisiones consideradas irreversibles. Se atreven de nuevo no como transgresores, sino sólo como personas comunes.

¿Puede la sociedad estar inmiscuida en sentimientos tan íntimos como el amor, la soledad, o en la aventura de un cuerpo que transita por el sendero de las identidades de género? ¿Son el Estado, el mercado, la opinión pública, el marketing, las iglesias, la escuela, las instituciones de salud, o la comunidad toda, actores legítimos para intervenir en esos sentires?

En la obra y en la vida real Orlando recibió en 1967 del Estado sueco la posibilidad para elegir, con todas las normas y formalidades estipuladas. Esa sociedad, se ha caracterizado por resolver desde 1938 la cuestión social, sin revoluciones stalinistas ni golpes neoliberales, para luego incluso plantearse hasta dónde el Estado debe ayudar en la felicidad de las personas.

Criticar al que va delante siempre es más fácil para los flojos del curso, éstos se solazan en su mediocridad. Se podrán hacer mil críticas, pero las nórdicas son sociedades con un desarrollo humano loable y no temen enfrentar siempre los problemas propios del factor humano.

Por ejemplo, en el documental “La teoría sueca del amor” se narra cómo el Estado de ese país intentó abordar el extraño tema de la honestidad de los sentimientos. Se preguntaron, luego de lograr el desarrollo, si las personas vivían juntas por amor o por dependencia económica. ¿El abuelo vive con nosotros porque no le alcanza la jubilación? ¿Mi esposa me elegiría si pudiera ser solvente?

Desde esas preguntas surgió una política pública a inicios de los años 70 para que ninguna persona, fuera ésta mayor, joven o enferma, dependiera de otra para subsistir. De esta manera se legisló y edificó una red de protección con todo tipo de ayudas para lograr una alternativa a la familia y los amigos. Se buscaba no sólo igualdad, también la independencia personal, desde ésta y en adelante, pensaron ellos,  los afectos serían más honestos.

El documental critica fuertemente esa política, pues cuatro décadas después se generó una supuesta epidemia de soledad, algo que a los latinos con sociedad plagadas de miserias y mezquindades les encanta enrostrar, como alumno porro al proactivo.

Nuestras sociedades católicas no reconocen el mérito ajeno y no creen en el bien común. Eluden impuestos y concentran la riqueza. Si bien los nórdicos no son perfectos, sí han logrado que una persona decida sobre su identidad sexual y que nadie deba rogar por un techo cuando se vuelve viejo o lo dejan de amar.

El desafío es otro, no implica criticar estos intentos de esas política públicas, creo que va por el lado de reflexionar si el Estado, el marketing, el mercado, la escuela, las revistas, el cine, la economía están para resolver el asunto de la felicidad humana. Claro que no.

Si hay independencia y fruto de ello un grado de soledad, no es culpa del Estado, la traba es de la sociedad. El Estado no puede resolver la felicidad, pero si tiene la obligación de que sus ciudadanos tengan todas las herramientas para que en libertad y equidad,  intenten construir un alma desde su barro.

¿Se puede demoler el modelo sueco porque dos personas desean retornar a su identidad primera, o si por intentar mayor equidad el resultado fue cierta plaga de soledad? En el documental se ve como las nuevas generaciones suecas ya han tomado acciones humanas para construir vidas más sociables y afectuosas, mientras en la obra Los Arrepentidos, esa sociedad permite a dos hombres probar otra vez, sin condenarlos ni juzgarlos.

¿Con qué moral nuestras sociedades católicas, plenas de vicios medievales y con su probidad del tercer mundo, más ese corazón miserable en DDHH, podría venir a lanzar la primera piedra?

No es verdad que los Estados más solidarios generen ciudadanos más individualistas. Esa es una falacia que les encanta enarbolar a los defensores de nuestras sociedades católicas miserables, donde la consigna no es “tú y yo”, sino siempre “tú o yo”.

«Los arrepentidos»

Hasta el 8 de julio, Mi a Do – 20.30 h

Centro GAM Sala A2 (edificio A, piso 1)

Entrada $ 8.000 Gral., $ 4.000 Est. y 3ed.

Para mayores de 16 años

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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