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Crítica a libro “Trayecto hacia algunos días” de Hernán Contreras: la ciudad gris y nostálgica CULTURA

Crítica a libro “Trayecto hacia algunos días” de Hernán Contreras: la ciudad gris y nostálgica


“Me parece llegar a la edad más ingrata, /
me parece recordar el momento presente”,
Enrique Lihn.

Ropa colgada en un tendedero. Al fondo, las torres de San Borja, al más puro estilo del Neorrealismo italiano. Esta es la imagen de portada del libro “Trayecto hacia algunos días” de Hernán Contreras (Santiago, 1990).

Hay algo en este poemario (Ediciones Filacteria, 2018), una pulsión, la ciudad gris, sucia, entre encuadres para nada halagüeños. Santiago, transeúntes, indigentes, palomas, muchas palomas, basura, bártulos del homo citadino arrojados sin más, abandonados a la suerte del tiempo y su descomposición.

“El imposible si no vemos ni con los ojos abiertos, / si en el metro en horario punta sentimos privacidad, / privados de las manos con las que hacíamos las rondas” (poema “La costumbre es esperar”, pág. 15).

“Se despierta el gesto en los zapatos / donde quedan los días pisados, / no tienes que dar un solo paso más / para saber que tu huella es siempre la misma, / como ese poste que alumbra sin pestañeos / el mismo basurero desbordado” (poema “Abrir la puerta”, pág. 22).

“Ya están obsoletos, ¿para qué fabricar entonces? / No hay estética en el reciclaje, se ensucian, se rompen / como zapatos que no cambiamos en invierno. / La fractura ensordece al silencio / y transforma todo el tacto en fotos y libros / que a veces andan por el suelo y solo así lo vemos. / Tal vez porque nunca quisimos mirar antes del tropiezo” (poema “Siempre lo vieron como basura”, pág. 34).

Casi en transparencia, los autómatas recorren las calles, moribundos, monótonos, sin posibilidad alguna de resistencia, donde la individualidad y las perspectivas se cancelan en pos de la circulación infinita, el tráfico de vehículos, consumos y pérdidas. El ahogo. La repetición. “La costumbre es esperar”. Así se titula el poema que da inicio al libro. La pregunta que viene es, desde luego, ominosa. ¿Qué se espera? ¿Cómo se espera? ¿Qué es posible hacer? El aburrimiento hace mella, impide el resentimiento, la claridad, otras formas de vivir.

“Los ojos se mueven en círculos, / creen estar atrapados, / es el intento de seguir mirando (…). Los ojos dejan de moverse, / se aburren, / entran los rayos como mercurio, / sales a fumar y la noche parece siempre la misma” (poema “Un movimiento de ciudad por la noche”, pág. 17-18).

“Giro el cuello y veo las luces una última vez, / luces estáticas y frías en los edificios, / luces como hormigas en las avenidas, / y pienso que nadie irá por mi cadáver, / fue el último movimiento de ciudad visto antes de atacarla” (poema “También quise desaparecer entre las palomas”, pág. 45).

Zapatos, espejos, postes, luces intermitentes y estacionamientos subterráneos. Hay en estos poemas toda una latencia de artefactos y sensaciones. Balcones, edificios, avenidas. Miedo, soledad, angustia. De hecho, en el poema “La explosión de los aparatos electrónicos”, casi en un guiño surrealista, Hernán Contreras nos sumerge en los pequeños detalles de la modernidad en la urbe, develando la mecánica naturaleza que suplanta a  esa otra naturaleza.

“Revientan los aparatos electrónicos, / la luz chorrea del balcón, / sale desde los televisores y de ampolletas / que incineran sus venas (…). Tenemos luz de sobra, / si se nos pierde el sol / tenemos luz de sobra. / No debería pasar / que nos quedáramos/ a oscuras”  (poema “La explosión de los aparatos electrónicos”, pág. 20-21).

“No hay brazos en el amanecer / capaces de arrancar ese muro que nos divide / ni golpes sísmicos que rompan esta puerta” (poema “Abrid la puerta”, pág. 22).

“En un parque seco y lleno de maleza, / abandonado hasta por los gusanos, / se esparce una alfombra de pasto sintético / y entonces todo está bien, / se ve lindo como las praderas de las películas / y al final las familias pueden hacer un picnic / un domingo cualquiera” (poema “Vuelven las pastillas”, pág. 41).

“Rimas de mierda / no van con el ritmo de las cabezas / cuando el metro frena de golpe” (poema “Nos refugiamos bajo tierra”, pág. 25).

Hay también, como escribe Rodrigo Torres Quezada en la contraportada, “una ternura nostálgica sobre el territorio hecho propio”. Porque, sea como sea, es en la urbe donde se afinca el recuerdo de la infancia o la adolescencia. En la apelación al no hay sino, una vuelta al yo, la memoria personal, la introspección en forma de ventanas, intersticios donde se cuela el pasado y las destrucciones. No sin fantasmas, claro está. El desdoblamiento ocurre tras ese develamiento: lo que fue, desaparecido ya frente a lo erigido, la actualidad, el presente líquido y evanescente que no asegura socorro y protección. Pues en la ciudad, no existe lo perenne.

 “Una canción en formato CD, / un auto que escapa, / un disparo, /una cara que hace años no ves, / y la pieza cuando tenías cinco años” (poema “Un movimiento de ciudad por la noche”, pág. 17).

“No viviré para ver el paso de las jirafas / en la calle del barrio donde apenas cabía una bicicleta” (poema
“Desaparecen las veredas”, pág. 51).

“Volveré al barrio donde crecí / y así podré escribir sobre él. / Entonces no será recordarlo con la típica nostalgia, / será revivirlo, será vivir el recuerdo en el presente. / Solo así aceptaré las diferencias y el tiempo: / aceptaré que muchos se han ido” (poema “Fue sepultado en el pavimento”, pág. 56).

 “El puente lleva a la calle donde vivía, / y con frazadas, seda de oruga, espera que alguien pase / y recuerde que alguna vez los edificios fueron casa” (poema “Llegan recuerdos de cuando miraba por la ventana”, pág. 27).

“A veces ve su casa cuando el sol quema la lengua” (poema “Llegan recuerdos de cuando miraba por la ventana”, pág. 28).

Saludable es escribir desde nuestros entornos y territorios. Pero también, desmitificarlos.  Desde una mirada íntima, pero no por ello menos política. Algo así como una mirada situada que devela esa ciudad “empeñada de frío”, ciudad de la furia bajo el cielo como un “algodón sucio”. Imágenes, imaginarios, que se entrelazan en una experiencia del todo reconocible en este opaco Santiago de Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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