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Profecías de Eco y respuestas Orwellianas a la pandemia CULTURA|OPINIÓN «El triunfo de la muerte» de Pieter Brueghel el Viejo

Profecías de Eco y respuestas Orwellianas a la pandemia

Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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La respuesta local ante crisis globales fue desarrollada por el internacionalista inglés Hedley Bull cuando explicó que el neomedievalismo (“La Sociedad Anárquica”, 1977) estaría signado por los desafíos al Estado “desde abajo”: organizaciones subestatales o subnacionales. Nada más cierto: los gobernadores de California y Nueva York, los demócratas Newsom y Cuomo -sin olvidar al también alcalde demócrata de la Gran Manzana-, se anticiparon en salud pública al gobierno federal en Washington, debilitando el liderato doméstico hasta hace poco incontestado de Trump.


En estos días –en que el tiempo parece pasar más lento- me he re-encontrado la lectura del eminente semiólogo Umberto Eco. Para nadie es un secreto que el autor de la afamada obra “El Nombre de la Rosa”, tenía más que una predilección por los temas medievales, fascinación que le llevó a prospectar un camino “A la Nueva Edad Media”,  ensayo de 1972 que en las actuales circunstancias cobra pertinencia. También es cierto que la idea no es completamente original, el filósofo ruso Nikolái Berdiáyev ya en 1924 había planteado “Una Nueva Edad Media” para referirse al regreso a las formas espirituales, interpretando la fascinación con el esoterismo, el culto a las ciencias ocultas y el éxito de diversas denominaciones religiosas como signos del advenimiento de una época más espiritual, menos entregada al materialismo o al placer de los sentidos.

En cambio, el escrito del novelista italiano aborda en pocas líneas una gran cantidad de aristas que aproximarían nuestro tiempo a esa larga duración transicional de Occidente. Su hilo argumental reposa sobre la degradación del poder universal  –con la imagen que evoca para algunos la “Pax Americana”– o incluso la propia globalización uniformadora, que “a causa de la propia ingobernable complejidad, se derrumba”. Para Eco no es otra cosa que el advenimiento de la periferia, denominada en distintos períodos como “los bárbaros”, pero que alude a otra parte de la humanidad, portadora de nuevas costumbres y visiones. Sin embargo, es la sección dedicada a la propagación de epidemias -con el prototipo de la peste negra del siglo XIV, que diezmó a un tercio de la población europea- y sus contornos apocalípticos, la que más me despierta hoy la atención. Eco remite a una “psicosis del contagio”, ante lo cual se afirmaría un nuevo macartismo, aún más duro que el primero.

[cita tipo=»destaque»]La pesadilla orwelliana del Gran Hermano (1984), que todo lo ve y todo lo sabe, se troca en ventajas comparativas en situaciones de crisis como las que representa esta pandemia: la esfera privada se contrae a favor del bien mayor comunitario. Desde luego, hacer esto en Occidente es mucho más difícil, reconociendo incluso algunas respuestas como la del Presidente francés, Emannuel Macron, quien en línea con el viejo “Estado de Bienestar” anunció extender seguro de cesantía para trabajadores independientes así como un fondo de solidaridad para impedir el quiebre de pequeñas y medianas empresas, cuyo pago de alquileres y servicios básicos serían suspendidos.[/cita]

Confieso que cuando sopesé la magnitud y alcance de la pandemia del COVID-19 o coronavirus, lo primero que pensé fue en la erosión de la globalización en sus facetas de movilidad humana y transporte de mercancías: así como en las consecuencias sobre mercados financieros y bursátiles que ya venían con alta volatilidad, sin olvidar que la visibilidad de organismos supraestatales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial –que pueden ser clave en la post crisis-, se desdibujarían, perdiendo protagonismo mediático (que a su vez asume la Organización Mundial de la Salud). Efectivamente, el derrumbe de las principales bolsas del mundo y sus recuperaciones parciales van en esa línea. En medio de toda esta incertidumbre advertí que podía ser una nueva oportunidad para los Estados contemporáneos y los liderazgos nacionales. El cierre de fronteras preventivo, la elevación de los estándares de vigilancia sobre los ciudadanos -para cotejar el cumplimiento de instrucciones de la autoridad sanitaria-, y sobretodo los discursos securitarios apelando a la prioridad nacional; remiten al fortalecimiento de las unidades estatal-nacionales sobre una globalidad que cruje, ante la proliferación de un virus que aprovechando las ventajas de los circuitos humanos de interconexión global se expandió a todo el orbe.

Después de unas semanas de las primeras alertas, pareciera que las respuestas de las autoridades de los estados han sido diversas. Desde un Oriente lejano, la aparente cuna de esta enfermedad, las medidas adoptadas por líderes de diverso signo político comienzan a exhibir los primeros resultados positivos respecto de declinación en la cifra de contagiados. En cambio, Europa Occidental y Estados Unidos parecen zozobrar ante la tormenta desatada por el coronavirus. La actualización de número de infectados y decesos en Italia y España produce espanto no sólo en Occidente mismo, sino que en su periferia, como es el caso de América Latina que comenzó a tomar medidas hace algunos días como el cierre de fronteras y con seis estados en cuarentena obligatoria (Argentina, Bolivia, Colombia, El Salvador, Perú y Venezuela). Mientras tanto, Estados Unidos se acerca a pasos agigantados a sus socios nor-atlánticos en enfermos. Haber desacreditado al virus como otro “fake news”, al estilo del cambio climático o el calentamiento global, no ayudó mucho en la  respuesta inicial del gigante global que además ahora observa como China hace exhibición de su poder blando indirecto por medio de misiones sanitarias a Italia para compartir su experiencia. Dicha política fue replicada por sendos grupos oficiales de Cuba y Rusia (en política internacional el vacío de poder es llenado por otros actores). Tanto que ya ni siquiera se puede asegurar, lo que hace meses parecía carrera ganada: la reelección del mandatario norteamericano en su país. La insatisfacción de los ciudadanos norteamericanos con el modo de enfrentar la crisis de salud, así como los vaivenes de los índices de Wall Street y el fantasma de una potencial recesión -que recuerda la depresión del 29-, puede cambiar las escasas certezas políticas recientes. Lo mismo puede decirse de los gobiernos en Roma y Madrid. Serán severamente evaluados y no se puede descartar que, tal como permite su sistema parlamentario, se adelanten elecciones una vez concluya lo peor de la crisis. 

Desde Occidente y su periferia, las autoridades nacionales a veces erráticas -cuando no atrasadas-, han favorecido la emergencia de multiplicidad de voces, nuevos líderes y actores. Por lo pronto toman la delantera los actores gubernamentales no centrales: los gobiernos locales y regionales. Precisamente, Eco aventura que la vida política entraría en crisis después de una epidemia, dividiéndose los estados en subsistemas autónomos e independientes del poder central. En su modelo, las pestes medievales fueron solucionadas con medidas “herméticas” dispuestas por lo señores feudales, más cercanos a los habitantes de villas y poblados que otros poderes lejanos. Los pobladores se refugiaban de la enfermedad detrás de los muros, evitando el contacto con el exterior. La otra respuesta era escapar a los campos o bosques (cualquier semejanza con la realidad no es ficción). 

En cualquier caso la respuesta local ante crisis globales fue desarrollada por el internacionalista inglés Hedley Bull cuando explicó que el neomedievalismo (“La Sociedad Anárquica”, 1977) estaría signado por los desafíos al Estado “desde abajo”: organizaciones subestatales o subnacionales. Nada más cierto: los gobernadores de California y Nueva York, los demócratas Newsom y Cuomo -sin olvidar al también alcalde demócrata de la Gran Manzana-, se anticiparon en salud pública al gobierno federal en Washington, debilitando el liderato doméstico hasta hace poco incontestado de Trump. Pero más al sur no es muy distinto. Desde Jalisco y el Norte mexicano las autoridades de la oposición (PRI y PAN) al Presidente López Obrador critican sus medidas, mientras en la capital federal mexicana parece no haber completa convergencia de políticas de salud entre los gobiernos de la Ciudad y el Estado, a pesar de pertenecer al mismo partido, MORENA. En Brasil el Presidente Bolsonaro, aficionados a los exabruptos, tachó de “lunático” al gobernador de São Paulo, João Doria, por decretar no solo el cierre del comercio sino la cuarentena. Incluso en Argentina donde parece haber un consenso social en qué hacer, no hay acuerdo completo en las velocidades. El Municipio de Ezeiza ha evaluado el cierre de la localidad que alberga el aeropuerto. Lo mismo en San Rafael de nuestra vecina Mendoza. Todos son casos de estados federales, con rasgos de “feudalarización”, según el neologismo de Castañeda y Aguilar Camín (2010). Pero incluso en una República unitaria e hipercentralista como Chile, alcaldes de la Zona Oriente de Santiago y del Litoral Central han ido tomando la iniciativa.

Paradójicamente los Estados naciones y la autoridad central se afirma en Oriente Lejano. Aun cuando se asumieron aspectos del american way of life, el uso del inglés en las transacciones comerciales, etcétera, el capitalismo –como antes el comunismo en China-, no borró el confucianismo cultural y sobretodo la verticalidad socio-política. 

Aunque el virus se haya originado en China, y que su gobierno no haya realizado una alerta temprana acerca de la gravedad del primer brote, no quita que las decisiones de la autoridad china fueran asumidas por una población acostumbradas por siglos a no discutir cuestiones que atañen al bien común. Lo mismo vale para Corea del Sur y Taiwán, que sin renunciar a sus credos liberales político-económicos, no titubean en sobrepasar los límites de la privacidad, apuntalados por tecnología de testeos rápidos de temperatura corporal y drones para vigilar movimientos y así aislar a potenciales contagiados, cortando la cadena de contagios. Nadie osaría quejarse en esta disyuntiva por uso de datos privados con propósitos de conocer la trazabilidad de un virus y así contribuir a la salud pública. 

De esta manera la pesadilla orwelliana del Gran Hermano (1984), que todo lo ve y todo lo sabe, se troca en ventajas comparativas en situaciones de crisis como las que representa esta pandemia: la esfera privada se contrae a favor del bien mayor comunitario. Desde luego, hacer esto en Occidente es mucho más difícil, reconociendo incluso algunas respuestas como la del Presidente francés, Emannuel Macron, quien en línea con el viejo “Estado de Bienestar” anunció extender seguro de cesantía para trabajadores independientes así como un fondo de solidaridad para impedir el quiebre de pequeñas y medianas empresas, cuyo pago de alquileres y servicios básicos serían suspendidos.

Tendremos que esperar para ver cómo termina este capítulo de la historia. Todo hace indicar que muchas cosas cambiarán, incluso en la lógica misma de la globalización y en el sistema de estados naciones.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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