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Un tabú, la imagen del hambre CULTURA|OPINIÓN Imágenes del instagram @delight_lab_oficial

Un tabú, la imagen del hambre

Antonia Girardi
Por : Antonia Girardi Licenciada en Estética, Magíster en Estudios Latinoamericanos, Directora de FIDOCS
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El efecto de esta nueva intervención no sólo fue la viralización de la imagen proyectada, sino que una ola de violencia se volcó contra Delight Lab, por visibilizar en la superficie del espacio público una imagen latente. Censuraron con sendos focos de luz su última proyección HUMANIDAD; hackearon su cuenta de Instagram; los amenazaron de muerte, publicaron sus datos personales; e incluso el Diputado Diego Schalper instó a que fueran investigados y perseguidos por la justicia.


Cuando podíamos salir a la calle, cuando un millón y medio de personas desbordó la Alameda para rebelarse ante la represión, exigiendo dignidad, la conciencia de la imagen se volvió crucial. Mientras se multiplicaban las voces en la calle, pero también los ojos mutilados por la policía, miles de cámaras, colectivos y realizadores, se desplegaron por todo el país con el objetivo de registrar, documentar lo que estaba pasando.

En ese contexto, la dupla audiovisual Delight Lab, compuesta por Andrea Gana y Octavio Gana, especializados en mapping e intervenciones lumínicas, acompañaron durante meses con sus proyecciones en el edificio de la Telefónica las consignas de la multitud que diariamente se reunía en la Plaza de la Dignidad. Sus proyecciones, afirmaciones sintéticas y contundentes como NO ESTAMOS EN GUERRA!, ESTAMOS UNIDOS, o DIGNIDAD!!! se instalaron en el espacio de la plaza como una imagen más, dialogando con un mar colectivo de discursos. Sus intervenciones, silenciosas como la luz, se materializaban en forma de imágenes ubicuas, visibles desde distintos puntos de la ciudad, que a su vez se multiplicaban exponencialmente en las redes sociales.

En la noche del presente, cuando la radicalidad de la crisis sanitaria instala la distancia física como un imperativo vital, vaciando calles y plazas, cerrando museos y salas de teatro, apagando los proyectores de cine, Delight Lab vuelve a la Plaza de la Dignidad para proyectar la palabra HAMBRE en el costado poniente del edificio de la Telefónica.

Nos transformamos en espectadores virtuales de una nueva intervención luminosa. Pero esta vez, en la penumbra de un país golpeado por el virus, angustiado por su sistema de salud desigual, indignado por la precarización extrema de la vida que la pandemia revela como innegable.

El efecto de esta nueva intervención no sólo fue la viralización de la imagen proyectada, sino que una ola de violencia se volcó contra Delight Lab, por visibilizar en la superficie del espacio público una imagen latente. Censuraron con sendos focos de luz su última proyección HUMANIDAD; Hackearon su cuenta de Instagram; los amenazaron de muerte, publicaron sus datos personales; e incluso el Diputado Diego Schalper instó a que fueran investigados y perseguidos por la justicia.

Como si la imagen proyectada de la palabra HAMBRE fuese en realidad una suerte de conspiración, pareciera que el hambre misma, no es para quienes intentan criminalizar la intervención artística una palabra concreta, una condición que erradicar con urgencia, sino una aparición fantasmagórica.

¿Es acaso el hambre un concepto obsceno, tan de otro tiempo, tan de país pobre, tercermundista, que la palabra debiera ocultarse con pudor, en lo más profundo de la alacena? ¿Es el hambre un tabú que defender a ultranza, para conservar el último de sus privilegios, la facultad de no ver?

El temor de algunos, no a la pobreza sino a los pobres, su fe ciega en un sistema basado en el negacionismo, parece querer extinguir la proliferación de imágenes. Pero lo que quizás no advierten, es que en tiempos de crisis, los artistas actúan y la imágenes se multiplican, poniendo en acto su inagotable capacidad crítica.

Antonia Girardi. Licenciada en Estética, Magíster en Estudios Latinoamericanos, Directora de FIDOCS.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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