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Pablo Padilla y su novela sobre la lucha armada contra Pinochet en los 80: «Quise rescatar la vida cotidiana de los combatientes» CULTURA

Pablo Padilla y su novela sobre la lucha armada contra Pinochet en los 80: «Quise rescatar la vida cotidiana de los combatientes»

Marco Fajardo
Por : Marco Fajardo Periodista de ciencia, cultura y medio ambiente de El Mostrador
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Lejos de los relatos sobre héroes o las visiones de buenos y malos, en su nuevo libro, «Gente encerrada» –editorial Hueders–, incluye numerosas anécdotas e historias con personajes de entonces y su reinvención en el Chile de la transición. El escritor además cree que el estallido social obliga a replantear el discurso sobre el uso de la violencia política.


¿Cómo era el día a día de los jóvenes que realizaban la lucha armada en los años 80 contra la dictadura de Augusto Pinochet? ¿Cuál era su jerga y sus rutinas? ¿Qué pensaban, qué sentían esos «cabros chicos que enfrentaban una dictadura cruel»?, en palabras del escritor Pablo Padilla.

Estas son algunas de las cuestiones que aborda este autor, columnista de varios medios y licenciado en literatura de la Universidad Diego Portales, en su último libro: Gente encerrada (Editorial Hueders).

Lejos de las epopeyas, los grandes nombres y sus principales acciones, Padilla (Santiago, 1965) plantea un mundo sin buenos ni malos, donde a lo más hay conversos, como el luchador reconvertido en subsecretario en democracia, en escenarios como Playa Ancha y Santiago Centro.

«Yo no había abordado este tema y era un desafío», cuenta, con plena conciencia de que el libro se inscribe en un canon literario que incluye crónicas como Los fusileros, de Juan Cristóbal Peña.

Para Padilla, la literatura está «al debe» en este tema, eventualmente por la lentitud de Chile en procesar sus traumas históricos. «Aún estamos digiriendo el asunto y se está a la gran espera de la novela sobre la dictadura», más allá de escritores emblemáticos como Pedro Lemebel.

«Mi intención era un poco más modesta. Quería cuestionar cierto relato que tiende a la épica, a lo epopéyico, y llevarlo a un registro más descomprimido, ir a la cosa más cotidiana, coloquial, de las vivencias del combatiente pero sin esa pátina de heroicidad que convierte esto en una película de aventuras», expresa.

Para Padilla, es evidente que hay un cierto desencanto en la obra, relacionada con cómo terminó la épica de la lucha armada en manos de la transición, con gente que comenzó luchando y se terminó acomodando, hallando un lugar en el sistema, mientras otros, «que no nos acomodamos, terminamos siendo diluidos en un río de la historia que tomó otro curso. También intento abordar eso».

Por eso escribe que «la gente preparada para la guerra se quedó sin frente, pólvora y sin libreto».

Literatura y recuerdos

Aunque la escritura lo obligó a confrontarse con su propia biografía, Padilla aclara que no se trata de un texto de confesiones íntimas.

«Esto es literatura, no es testimonial. Hay hechos que son reales, otros que no, otros son exagerados o modificados. La realidad es una materia prima sobre la cual se trabaja con el lenguaje», dice.

«Obviamente hay muchos recuerdos, recuerdos míos, de gente que entrevisté, hay mucho –por decirle de alguna forma– de cahuín, de historias que circulaban, que uno no sabe si son ciertas o no».

«Leí muchas tesis, la gente de los 80 nos transformamos en tesis. Me da risa, porque uno se encuentra con cosas que uno vivió, como proceso histórico o de forma más cercana. Y yo quise unirme a ese proceso de revisionismo, no desde la historia, sino desde la literatura», dice.

Padilla quisiera que este libro lo leyeran de forma transversal, tanto sus coetáneos –»para ver cómo nos reconocemos»– como las nuevas generaciones, «especialmente las que se han movilizado desde 2006 en adelante, porque han crecido con una imagen de una especie de heroísmo que hay que poner en su justa perspectiva, creo», y ojalá conversar al respecto.

Estallido y violencia

De hecho, el autor cree que a partir del estallido hay que replantear la discusión en torno al uso de la violencia con objetivos políticos, como fue la de los años 80, «una experiencia que no debiera repetirse, en mi opinión personal», pero sí su importancia en los procesos históricos, en el marco, por ejemplo, de la amnistía que actualmente se discute para los presos de la revuelta.

El autor menciona que en un conversatorio antes del estallido, en septiembre, con estudiantes del Instituto Nacional, escuchó a un dirigente secundario, Rodrigo Pérez, mencionar que en los años más violentos el colegio emblemático había recibido más recursos, y decir la frase «debemos repensar el papel de la violencia en la historia».

«A pesar de que además dijo que se oponía a la violencia, deslizó que, aun así, al parecer con la violencia efectivamente se lograban cosas», algo que –señala– tiene su relato en el estallido y el proceso constituyente en marcha.

«Parece que la violencia sí juega un papel en la historia, más allá de que los buenudos y pensantes se quieran hacer los locos, en un país fundado sobre el bombardeo del Palacio presidencial y un genocidio. El 18 de octubre nos muestra que la violencia ejercida, incluso de manera no liderada, no estructurada, por las masas, sí tiene un papel. Porque la violencia también está del otro lado: dos millones de perdigones disparados por las fuerzas policiales, ¡dos millones! Dicen que el deporte nacional es el rodeo, y yo creo que sí: es darle el rodeo al asunto, es andarse con rodeos… pero la violencia sí juega un papel, y debemos dejar de mentirnos».

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