
Noche en la ciudad: prohibido bailar
El panorama nocturno ha cambiado, no solo como consecuencia de la pandemia, por la actual situación económica o el aumento de la delincuencia, pero rendirnos ante estas circunstancias y “soltar” la noche y las calles tampoco debería ser una opción.
Desde el estallido y la pandemia, Santiago y las ciudades más importantes de Chile experimentaron un retroceso: la vida nocturna se redujo a tal punto que hoy es difícil encontrar un restorán con cocina abierta pasada las once de la noche. Aquello que había costado tanto recuperar durante los años noventa y las primeras décadas del dos mil, comenzó a perderse.
Este fenómeno tiene dos caras: una cultural y social, en la que disminuyen los puntos de encuentros, y la otra es económica, en la que todo el flujo de dinero en torno al ocio nocturno, se desploma. La rama de la economía que estudia estas variables se le llama Economía Nocturna (Night Economy), una materia que ha llevado a que ciudades como Nueva York, Londres, Amsterdam, Berlín, y nuestra vecina Buenos Aires hayan puesto en práctica políticas para proteger las actividades que mantienen con vida a las ciudades después que se pone el sol.
La Economía Nocturna (y/o del Ocio) estudia los flujos y actividades que se llevan a cabo después del trabajo diurno, o las jornadas universitarias, con el objetivo de regularizar, mitigar y crear estructuras para el desarrollo de las ciudades en la noche. Este campo, que cubre desde restaurantes, hasta cines y discotecas, busca un beneficio económico tanto para las ciudades y países, como para las personas, contribuyendo a crear y formalizar empleo, abrir espacios de recreación, revitalizar barrios, y buscar soluciones en convivencia, seguridad y transporte para que trabajadores y quienes deban circular de noche lleguen bien a sus casas.
Un ejemplo en la región: los fans de Madonna miramos con envidia cuando supimos que el cierre del tour “Celebration” sería con un concierto gratuito en Río de Janeiro, para la celebración de los 100 años del Banco Itaú, en una alianza público-privada. 1.6 millones de personas, 150.000 de ellos turistas, repletaron Copacabana en un momento histórico, con un importante despliegue de seguridad y que resultó ser económicamente muy rentable. La inversión fue de 11,9 millones de dólares, y se logró recaudar 57, en hoteles, comida, y servicios. El próximo 3 de mayo le tocará presentarse en el mismo lugar a Lady Gaga.
Quienes trabajamos en áreas de cultura y entretenimiento nos preguntamos qué tan factible sería hacer algo de esta magnitud en el espacio público de Chile. Difícil. A principios del milenio, el panorama se veía auspicioso tras tres ediciones de la rave alemana Love Parade, que se realizó en la Plaza de la Constitución, Parque Forestal, y que en su última versión de 2005 llegaron 200.000 personas a bailar a la Alameda. Hoy, salvo fiestas patrias, conciertos de música clásica en Plaza Italia y, el festival Womad en Recoleta, entre otros, poco y nada.
En Concepción dieron el paso con el festival REC. En su última versión, el evento impulsado por el Gobierno Regional y la Municipalidad, congregó a 250.000 personas, con la idea de posicionar Concepción como una ciudad cultural, cuna de las grandes bandas de rock, y alineados con su reconocimiento de la UNESCO como Ciudad Creativa de la Música.
Si bien hay algunos ejemplos del uso del espacio público, lo cierto es que su uso está demasiado restringido, así como también lo que podemos hacer de noche. En las comunas de Santiago la situación no es mejor. En el reportaje del diario español El País, titulado “La noche de Santiago no despierta”, se muestra el triste y progresivo deterioro de la vida nocturna en la capital. La autora afirma que por razones como la economía, la inseguridad y nuevos hábitos después de la pandemia, la gente prefiere quedarse en casa, o seguir una nueva tendencia como la generación Z de ir a encuentros en cafés donde se presentan DJs. Quizás es consecuencia de otra cosa: en las noches no hay mucho donde ir a pasarlo bien.
Tener la posibilidad de salir a comer, a bailar o a descubrir la ciudad a cualquier hora es parte de la vida, no solo de los jóvenes, sino que de todos quienes habitamos una ciudad. No vamos a negar que hay cosas que hacer: podemos comer en restaurantes (aunque cierren demasiado temprano), ir a sentarnos a un bar, o al teatro, por ejemplo, pero es tremendamente difícil encontrar un lugar para bailar. Es el caso de el Santo Remedio en el corazón del barrio Providencia, un bar restaurant con 27 años de trayectoria, recientemente se le revocó su patente de alcoholes luego de una serie de infracciones asociadas a gente bailando en sus dependencias, puesto que este permiso no le otorga autorización para el baile. Más de 10.000 firmas se han juntado para que el consejo municipal reconsidere la medida.
Debido a estas restricciones, tal como dice un reportaje de Galio, la noche efectivamente ha cambiado: existe un circuito de fiestas itinerantes que se promocionan por redes sociales, porque tampoco hay medios de comunicación que cubran esas temáticas. Esto no es vida nocturna suficiente para la capital de un país. Sencillamente pareciera que está todo demasiado prohibido, y en eso tenemos congelados muchos recursos.
La comparación es abrupta cuando mirábamos a nuestros vecinos en Argentina. Si bien hay indicadores que indican que la noche porteña se está contrayendo, en Buenos Aires en 2021 contaban 457 espacios independientes de cultura, entre salas de cine, librerías, bares y discotecas. Inglaterra, la actividad nocturna es el 8% del empleo. También es determinante en el turismo: la noche es una razón más por la cual se elige un destino. En España, un tercio de los turistas que llegan anualmente lo hacen porque es entretenido salir en las ciudades españolas. En Chile, los brasileros que pasan por Santiago en invierno para ir a los centros de ski, al año siguiente prefieren no volver a la capital. ¿Qué hace un turista en Santiago un jueves a las once de la noche?
Las autoridades deben proveer un marco legal y las estructuras para que quienes quieran desarrollar un negocio nocturno puedan hacerlo, igual como quienes quieran vivir la noche. Actualmente son las municipalidades y la Delegación Presidencial las que regulan la entrega de patentes de alcoholes, definidas por ley, y que en definitiva norman la vida nocturna, y también espacios de la cultura y la economía. La Ley de Alcoholes pone las condiciones para que se permita el baile en un local, que en definitiva, es donde estaría el problema. Por ejemplo, la patente de “cabaret” permite espectáculos artísticos, pero no permite baile. Se necesita una patente especial para que un Dj o una banda toque en un restaurante. Si ofreces a tus invitados una copa de vino en una inauguración de arte en un espacio de uso público, corre parte varias UTM. Y es 2025.
Providencia tiene 15 patentes de salones de baile o discotecas, las únicas que permiten bailar, para 150.000 habitantes. La mayoría ubicadas en los barrios Suecia o Bellavista, de esa época en que parecía una genial idea hacer una zonificación tipo polígono donde hace demasiados años ya no se puede ir porque ya se extinguieron o nadie se siente seguro. Algunas de esas patentes hoy están sin uso. En la inversa, nadie fiscaliza por qué la gente no está bailando. En Providencia, hay tres cabarets de un mismo dueño, en un radio de dos kilómetros, porque las patentes no están asociadas a proyectos culturales, sino a quien tiene el financiamiento y cumple con los requisitos, que es importante, pero no debiera serlo todo.
La autoridad sencillamente no ha querido hacerse cargo de una normativa obsoleta. Falta voluntad política y también organización desde la sociedad civil que tampoco se ha organizado para el diálogo y la generación de propuestas que modernicen las condiciones que hoy nos regulan. Convengamos que el alcohol y el ocio, la música, o las artes en general, son amigos, pero no son lo mismo. Qué decir de los horarios de cierre, como un padre que te dice que ya fue suficiente y que es hora de ir a acostarse.
Urge levantar seriamente el tema, porque es cierto que hay asuntos importantísimos que copan la agenda, pero también es simple estigmatizar la vida nocturna, y dar vuelta la página porque simplemente estamos hablando “del carrete”. En esto hablamos de la libertad de las personas, como el derecho de tener una mascota, o disfrutar de áreas verdes. Qué válido es querer gozar, y qué lindo sería poder hacerlo en tu país, no solo en fiestas patrias, ni como una aventura de quienes pueden viajar.
Hay consenso en que lo más importante es la seguridad, por eso, tener una noche alegre y segura requiere de un esfuerzo organizado entre ministerios, subsecretarías, municipalidades, policías, y gremios, para definir competencias, y buscar maneras de enfrentar brechas que van desde los accesos, asignación de patentes, informalidad laboral, sanidad, logística de transporte y bienestar.
Hay ejemplos de éxito: en 2023, la conferencia del Biobío RECPRO, invitó a Mick Gibb y John Wardle, de The Night Time Industries Association y Live Music Office, quienes trabajaron en la transformación de la noche en Sydney a través de un cambio en la narrativa y la percepción, además de una planificación integrada y creación de lugares, diversificación de las actividades nocturnas, promoción del desarrollo industrial y cultural, y un trabajo en la movilidad y conectividad.
Este gran tema se encuentra priorizado en el desarrollo territorial de la Hoja de Ruta Futuro de Chilecreativo, el Programa Nacional Transforma de Economía Creativa, impulsado por el Ministerio de Economía a través de CORFO. Vale la pena investigar porque si se hace bien, aquí todos ganan: artistas, locatarios, personas, la ciudad.
El panorama nocturno ha cambiado, no solo como consecuencia de la pandemia, por la actual situación económica o el aumento de la delincuencia, pero rendirnos ante estas circunstancias y “soltar” la noche y las calles tampoco debería ser una opción.
Hay oportunidad de hacerlo mejor con estas nuevas administraciones municipales. Es fundamental que las autoridades consideren la necesidad que tenemos como país de revitalizar un espacio que hoy es de nadie, y se logre una convivencia más integrada, donde se pueda descansar, pasarlo bien, y bailar con mayor libertad. Que Chile esté culturalmente activo día y noche es un bien común.
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