Publicidad
¿Rechazar para reformar? Opinión

¿Rechazar para reformar?

Álvaro Zavaleta Sahr
Por : Álvaro Zavaleta Sahr Cientista político, UDP.
Ver Más

Primero, se debe considerar que el texto anterior solamente puede ser reformado con iniciativa del Presidente o de miembros del Congreso, a diferencia de la actual propuesta, la cual contiene la posibilidad de permitir iniciativas de la ciudadanía.  También las reglas constitucionales actuales promueven un menor estancamiento legislativo, ya que para reformas constitucionales exige un voto positivo de 4/7 partes de diputados y senadores en ejercicio, a diferencia del antiguo texto que exige una cantidad de 3/5 partes del Congreso. Esto equivale a un quórum mayor y, por tanto, establece una barrera mayor para lograr acuerdos para reformar.


Muchas consignas han aparecido para aprobar y rechazar la posible nueva Constitución. Sin embargo, existe una que parece tomar una fuerza considerable dentro de los adherentes del Rechazo: “rechazar para reformar”. Esto, en pocas palabras, significa rechazar el actual borrador y reformar la antigua Constitución.

Existen muchas razones por las cuales se puede votar por cualquiera de las dos opciones, eso es totalmente válido, sin embargo, cabe mencionar ciertos problemas que conlleva Rechazar con la idea de reformar.

Para empezar, la idea de reformar no tiene por qué suceder solamente en caso de triunfar el Rechazo, esta puede también darse desde el Apruebo, por lo que, si uno quiere reformar, lo puede realizar a través de cualquiera de los dos textos constitucionales.

Considerando que exista una preferencia por reformar el antiguo texto constitucional, se debe partir por mencionar que las posibilidades de reforma son más complicadas, no solamente por voluntad política, sino por las mismas reglas constitucionales que existen dentro del texto anterior.

Primero, se debe considerar que el texto anterior solamente puede ser reformado con iniciativa del Presidente o de miembros del Congreso, a diferencia de la actual propuesta, la cual contiene la posibilidad de permitir iniciativas de la ciudadanía.

También las reglas constitucionales actuales promueven un menor estancamiento legislativo, ya que para reformas constitucionales exige un voto positivo de 4/7 partes de diputados y senadores en ejercicio, a diferencia del antiguo texto que exige una cantidad de 3/5 partes del Congreso. Esto equivale a un quórum mayor y, por tanto, establece una barrera mayor para lograr acuerdos para reformar.

También existe el problema de quedar a merced de acuerdos políticos que históricamente no se realizaron, esto debido a que los cambios que potencialmente requeriría la nueva Constitución son diferentes a los que requiere la antigua.

Viendo el espectro político, podemos observar que la nueva Constitución posee mayor afinidad con propuestas políticas de izquierda, mientras que la de 1980 era defendida mayormente por la derecha. Por tanto, el rechazarla conllevaría continuar perpetuando a la derecha como controladora total de los cambios de la Constitución, algo que históricamente no han facilitado.

Por último, está el clima político que surgiría después del Rechazo y la forma de abordar los procesos de cambio constitucional dentro de ello. Todas las propuestas de reforma realizadas hasta ahora poseen diversos puntos que buscan subsanar, pero los mecanismos para gestionar estas reformas no están especificados en la mayoría de ellas, generando un ambiente de incertidumbre importante.

Esto también confluye con el proceso de cambio que se viene gestando desde el inicio del estallido social, el cual ha ido decantando naturalmente en el cambio constitucional, por lo que un potencial rechazo posiblemente vendría aparejado de diversas exigencias transformativas desde la sociedad civil.

Todo esto podría crear diversos problemas de gobernabilidad, donde realizar reformas constitucionales o un nuevo proceso constituyente podrían no ser las primeras prioridades, especialmente debido a que existirían preocupaciones políticas más inmediatas y, considerando el periodo de alta inflación que estamos viviendo, también otros gastos más urgentes que realizar otro proceso constituyente, el cual demandaría bastante dinero del Estado.

Por todas estas razones, confiar en el lema “rechazar para reformar” suena –al menos– incierto y no se vería como una propuesta política mayormente viable.

Si no le gusta la propuesta de nueva Constitución, es válido votar Rechazo, sin embargo, si se busca dar continuidad a las transformaciones sociales exigidas por la sociedad, está difícil conseguirlas bajo la lógica de rechazar y reformar, justamente por la dificultad de conseguir reformar la Carta Magna actual.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias