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Por fin salimos de perdedores

Pasan las horas y la obtención de la Copa América adquiere otras tonalidades y resonancias. Colectivas e individuales. Mientras logramos racionalizar por completo el proceso que llevó a la Roja a la obtención de este inédito logro, profundicemos la sensación de gritar campeones por primera vez en nuestra historia.


No hace mucho, un amigo me dijo: “Durante toda mi vida temí por la muerte de mis padres. Ahora que no están, no sé a qué tenerle miedo…” Su pequeña confesión evidenciaba un claro y súbito cambio de paradigmas.

¿A qué temerle desde ahora, si su principal miedo ya se había materializado?

¿Le ocurre lo mismo al Chile futbolero después de la obtención del título conseguido frente a la Argentina de Messi en definición por penales? Me refiero a que tras el remate de Alexis Sánchez -una ejecución que reivindicó al tocopillano por precisión técnica e irreverencia-, nuestro fútbol por fin salió de perdedor. Ya no somos más los parientes pobres del barrio, los que compartíamos junto a venezolanos y ecuatorianos el último escalón en la categoría selecciones al no haber conseguido jamás el título de campeones de América.

Una especie de eslabones perdidos, de parias, sentados geográficamente al lado de gigantes del balompié mundial, como argentinos, brasileños y uruguayos.

Hoy, eso se transformó en pasado. En historia. En una película en blanco y negro. Desde la noche del sábado, el hincha nacional dejó atrás sus complejos y hoy mira de igual a igual a cualquiera, sobre todo porque se le ganó a Argentina, lo cual acrecienta ese sentimiento de plenitud e imbatibilidad que, en la práctica, puede ser muy efímero, pero que a esta hora no logra permear un estado anímico tan especial como virgen: sentirnos campeones.

Racionalmente, este momento tiene muchas otras lecturas, pero no estamos en la era de la razón, sino en la del primer sueño. Las imágenes de la final no abandonarán nunca a quienes estuvimos en el Estadio Nacional, y presenciamos el comienzo de lo que puede ser una etapa distinta dentro de una bitácora siempre tan preñada de fracasos. Lo hicimos. O dicho de otra forma: podía hacerse. Con autoridad. Con buen fútbol. Con carácter y atrevimiento.

Está claro que el nivel mostrado por esta Roja no guarda relación con la dinámica cotidiana del fútbol chileno. Entre ambos asoma un abismo de distancia. El gran desafío, entonces, será tomar nota de la propuesta de la Selección, de su ideario futbolístico, e intentar replicarlo, a escala, en cada uno de los clubes. Darnos cuenta, por ejemplo, de que el ritmo de la alta competencia debe ser internalizado en cada uno de los equipos, en cada una de las series de nuestras inferiores, para que el título que festejamos no se convierta en una excepción, un espejismo, un desierto florido, sino en un hecho refundacional para una actividad que, puertas adentro, muestra un severo subdesarrollo deportivo y cultural.

Para eso habrá que apelar a proyectos de desarrollo distintos y a potenciar en nuestros técnicos una mutación dentro de sus esquemas mentales, muchos de ellos anquilosados en coordenadas superadas por los tiempos o en el cómodo objetivo de planificar apenas para conservar la pega, sin ningún sentido de trascendencia.

Todo esto, empero, forma parte de otro capítulo. Por ahora, bástenos -y permítanme esta licencia- con disfrutar de un título que hasta hace un par de semanas se veía tan lejano que tarda en ser asimilado, en hacerse propio.

Cuesta cambiar los paradigmas. Mi amigo recién lo está descubriendo y, con él, aunque por otras razones, 17 millones de chilenos hacen lo mismo…

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