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Gobierno a la carta Opinión

Gobierno a la carta

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Definitivamente, las críticas a esta etapa de navegación sin rumbo claro provienen principalmente del propio oficialismo, donde ya se está instalando la percepción de que La Moneda perdió la convicción –Evópoli ha sido explícito al respecto– y que está gobernando, peligrosamente, orientada por las encuestas, a lo que se suma la incomodidad que están provocando los arrebatos de la vocera Cecilia Pérez. De hecho, el senador Víctor Pérez (UDI) llegó a decir que “los ministros son para resolver problemas, no para crearlos”, a propósito del round con el PS de la semana pasada, que más allá de que algunos coincidieran en el fondo, fue considerado un conflicto innecesario, dado que la Reforma Tributaria pasará al Senado, donde la oposición actúa con un mayor grado de consenso y unidad que en la Cámara de Diputados.


En la vieja jerga de la hora de almuerzo ochentera, los chilenos teníamos dos opciones al momento de elegir: el llamado “menú ejecutivo” –que hacía muy poco honor a su nombre y que consistía en un plato único muy sencillo consumido masivamente– que era a la suerte de la olla, generalmente rico en calorías y repetitivo hasta el cansancio a la hora de hacer las estadísticas de los kilos de tallarines con salsa y arroz con huevo consumidos. Representaba muy bien esa época: escasa capacidad de elección; o resignación, mejor dicho. Pero también estaba la alternativa denominada “a la carta”, esa en que la persona podía elegir un menú de acuerdo a su interés, apetito y, por supuesto, bolsillo. La sensación que dejaba el poder optar entre muchos platos era grata, aunque el 80% de las veces uno pidiera lo mismo. Lo importante era que la decisión era personal y no del maestro de cocina, porque en esa época no se llamaban chefs.

Quise partir por esta analogía para intentar explicar lo que le está pasando a un Gobierno que parece haber entrado en una fase que se podría representar por un velero que intenta hacer una larga travesía y cuya navegación –incluidos los puertos de destino– está condicionada a los cambios de vientos y de mareas, debido a que su GPS se averió. Viento norte, rumbo norte; viento sur, rumbo sur.

Desde hace poco más de un mes, La Moneda parece moverse por ensayo y error, muy atentos a los gritos de la galería. ¡Gaviota, gaviota, gaviota!, tres minutos de alaridos y obligados a sacar la gaviota de oro, por si acaso. Anuncios diarios, uso exagerado de las chaquetas rojas –quizás alguien pensó que podrían conseguir el mismo efecto de los overoles rojos de la Casa de Papel– y el Presidente Sebastián Piñera interviniendo diariamente, sin discriminar entre lo importante y aquellos espacios en los que un Mandatario jamás debería involucrarse.

[cita tipo=»destaque»]Siempre es mejor revisar el GPS para tener claro el rumbo que quiero seguir, aunque a veces eso no sintonice completamente con los gritos y los aplausos. Después de todo, si un Gobierno viviera de acuerdo a lo que dicen las encuestas, de seguro tendría que hacer promesas imposibles de cumplir, del estilo “la alegría ya viene” o “tiempos mejores”. Bueno, eso sería un despropósito, ¿no cree?[/cita]

Ya lo hemos analizado en este mismo espacio. El proyecto de las 41 horas representó una improvisación total. Una decisión tomada entre cuatro paredes y bajo un criterio estrictamente comunicacional: había que considerar al 74% de personas que valoró el proyecto de Camila Vallejo. Más allá de lo ridículo que suena que una parte de los chilenos esté tratando de entender una guerra ideológica entre dos sectores políticos por media hora de trabajo, lo cierto es que La Moneda parece estar buscando desesperadamente volver a sintonizar con un ciudadano que le ha dado la espalda, algo que la tendencia en las encuestas confirma.

Solo la semana pasada, el Presidente lanzó dos iniciativas cuyo objetivo es que las personas perciban que el Gobierno está tratando de controlar la delincuencia –el mayor problema que detectan los estudios de opinión– y, de paso, intentar retomar el control de la agenda. Sin embargo, ambos proyectos no van a significar ningún efecto práctico. En el caso del copiado globo de “televigilancia” –los alcaldes Lavín y Guevara lo tienen hace tiempo– no pasa de una pirotecnia como lo fue el sobrevuelo “antiportonazo” en helicóptero del Mandatario. Por su parte, el proyecto “antiencapuchado” es de una obviedad sorprendente: fue lanzado para capturar la sensibilidad del conflicto del Instituto Nacional, aunque justo se llegó a un acuerdo el día siguiente y pese a ser una iniciativa ya presentada en Piñera I, que fracasó rotundamente en ese momento.

Si analizamos más a fondo el proyecto “televigilancia”, nos encontramos con que el Jefe de Estado –y de seguro su equipo de asesores– está mirando la estrategia de Joaquín Lavín con mucha atención. Ya hace un par de semanas, Piñera hizo un gesto explícito hacia el alcalde que se ubica primero en las encuestas, lo que se interpretó como un apoyo en desmedro de los otros en carrera. La Moneda pareciera haber hecho un giro hacia una política más efectista y de marketing, cosa en la que el alcalde UDI es un experto. Sin duda, de ahí al populismo hay un paso, porque las características de Las Condes son intraspasables a la realidad nacional

¿Y por qué insistir en un proyecto bautizado como “Ley Hinzpeter” en 2011, que fue rechazado luego de dos años de tramitación en la Cámara, el Senado y la comisión mixta? ¿Qué podría cambiar en 2019, cuando la condición del oficialismo es aún más desfavorable en términos de mayorías? Nada, de seguro es un proyecto sobre el que el Ejecutivo sabe no tiene opción alguna, pero su objetivo es manejar la agenda y acusar de obstruccionismo a la oposición –mismo argumento que usó en 2011– en un tema sensible para la opinión pública. Solo espero que algún creativo no haya encontrado que era oportuno, comunicacionalmente, reflotar el tema a propósito del intento de atentado al exministro del Interior que lo trajo de vuelta a la contingencia.

Definitivamente, las críticas a esta etapa de navegación sin rumbo claro provienen principalmente del propio oficialismo, donde ya se está instalando la percepción de que La Moneda perdió la convicción –Evópoli ha sido explícito al respecto– y que está gobernando, peligrosamente, orientada por las encuestas, a lo que se suma la incomodidad que están provocando los arrebatos de la vocera Cecilia Pérez.

De hecho, el senador Víctor Pérez (UDI) llegó a decir que “los ministros son para resolver problemas, no para crearlos”, a propósito del round con el PS de la semana pasada, que más allá de que algunos coincidieran en el fondo, fue considerado un conflicto innecesario, dado que la Reforma Tributaria pasará al Senado, donde la oposición actúa con un mayor un grado de consenso y unidad que en la Cámara de Diputados.

Siempre es mejor revisar el GPS para tener claro el rumbo que quiero seguir, aunque a veces eso no sintonice completamente con los gritos y los aplausos. Después de todo, si un Gobierno viviera de acuerdo a lo que dicen las encuestas, de seguro tendría que hacer promesas imposibles de cumplir, del estilo “la alegría ya viene” o “tiempos mejores”. Bueno, eso sería un despropósito, ¿no cree?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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