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Los sesenta años del Tratado Antártico Opinión

Los sesenta años del Tratado Antártico

Como instrumento jurídico, el TA ha logrado responder con eficacia a cuestiones políticas, jurídicas y científicas durante seis décadas de aplicación. Este éxito se debe a su flexibilidad y capacidad de evolución, habiendo incorporado otros instrumentos internacionales que han ampliado el instrumento original, fundamentalmente en el ámbito medioambiental de la Antártica. Ha sido una historia de éxito, porque ha sido capaz de asegurar la paz y apaciguar la violencia latente entre estados con reclamos territoriales, además de haber contribuido a construir una sólida cooperación científica. Después de 60 años de vigencia, no ha habido acusaciones de violación al tratado o cualquiera de sus acuerdos complementarios.


El 1 de diciembre de 1959, en Washington, se firmó el Tratado Antártico, instrumento al que concurrieron solo 12 estados: los siete que hasta esa fecha habían presentado reclamaciones territoriales sobre zonas del continente blanco –Argentina, Chile, Australia, Nueva Zelanda, Francia, Reino Unido y Noruega–, más otros cinco países –Estados Unidos, Japón, Bélgica, Sudáfrica y la antigua URSS–, que habían jugado un papel importante en tareas de investigación científica, especialmente durante el Año Geofísico Internacional de 1957-1958.

El continente antártico fue el último gran espacio territorial del planeta en incorporarse al conocimiento científico y geográfico mundial. Los primeros registros de la presencia del hombre provienen de fines de la segunda década del siglo XIX, cuando cazadores de focas y lobos de mar repetían sus visitas a la zona al sur del meridiano 60º S, particularmente sobre las islas Shetland del Sur y alrededores, en las cercanías de la península antártica.

El interés por la zona antártica no se gestó de forma amplia e integral en un considerable número de estados que integraban el sistema internacional, sino hasta la reunión del VI Congreso Internacional de Geografía (Londres, 1895), en el que se insta a desarrollar la exploración antártica por ser el desafío más estimulante que quedaba pendiente.

[cita tipo=»destaque»]Es en mayo de 1958 que Estados Unidos invita a doce países con activa presencia antártica a reunirse con miras a redactar un Tratado Antártico. El país del norte se apresura a esta iniciativa producto de los intereses que habían quedado de manifiesto durante el desarrollo del Año Geofísico Internacional. Concretamente, la preocupación apuntaba a la presencia de la URSS que –de acuerdo a la impresión estadounidense– podía prolongarse indefinidamente, con la amenaza de utilizar la Antártica con fines de ensayos bélicos y de explosiones nucleares, en caso de no existir prontamente una reglamentación internacional que lo impidiera.[/cita]

La exploración antártica convalidó el interés de distintos estados sobre el continente y sus incógnitos misterios. Con miras en este objetivo, destacaron las campañas científicas y expedicionarias del vicealmirante y geógrafo francés Jules Dumont D´Urville (1838 y 1840); la expedición antártica belga, a cargo de Adrien de Gerlache (1897-1899); la británica de Carsten Borchgrevink (1898-1900); la correspondiente, también del Reino Unido, a Robert Falcon Scott (1901-1904); la expedición alemana de Erich von Drygalski (1901-1903); la expedición sueca de Otto Nordenskjold (1901-1903); las británicas de William Speirs Bruce (1902-1904), de Ernest Shackleton (1907-1909, 1914-1917 y 1921-1922); y las francesas de Jean Baptiste Charcot, durante los años 1903-1905 y 1908-1910.

En este contexto exploratorio, la competencia por la conquista del Polo Sur fue la gran cruzada que enfrentó a los exploradores británicos, bajo la dirección del heroico Robert Falcon Scott, y noruegos comandados por Roald Amundsen, entre septiembre de 1910 y comienzos del año 1912, que se definió con el arribo de la expedición noruega al punto más extremo y austral de la Tierra el 14 de diciembre de 1911.

Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, diversos países plantearon el deseo de que la Antártica fuese preservada como una reserva de la humanidad, dejando a un lado conflictos geopolíticos y actividades contaminantes.

La primera propuesta formal fue presentada en 1956 por la India (país sin historia antártica) ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, para lograr la internacionalización del continente, con el fin de asegurar su utilización pacífica. La propuesta chocó con el rechazo de Chile y Argentina y fue retirada para luego ser reflotada dos años más tarde y volver a fracasar con los mismos detractores.

Antes de eso, Estados Unidos había sondeado la posibilidad de la creación de un fideicomiso conforme a la carta de la ONU. La idea era que la administración del territorio quedará para países individuales o un grupo de ellos. Sin embargo, todas estas propuestas fueron descartadas por ineficientes y poco prácticas. Una implicación directa de las Naciones Unidas hubiese sentado las bases para el desembarco de los intereses soviéticos en el continente, algo que muchos gobiernos occidentales querían evitar.

Teniendo en cuenta los reiterados fracasos en llegar a una solución de la “cuestión antártica” desde el camino político y diplomático, llegó una posibilidad desde el ámbito científico. En 1952, el Consejo Internacional de Uniones Científicas (CIUC) propuso una serie de actividades geofísicas globales en el periodo comprendido entre julio de 1957 y diciembre de 1958. El “Año Geofísico internacional”  (AGI), como se lo denominó, contaba con el antecedente directo de los años polares de 1882-83 y 1932-33 y tenía como objetivo permitir a los científicos de todo el mundo poder ser parte de una sucesión de observaciones coordinadas, vinculadas a los fenómenos geofísicos de la tierra.

Originalmente participaron científicos de 46 países, pero para el fin de las actividades 67 estados habían tenido alguna intervención. En forma coordinada, 12 países –Argentina, Chile, Reino Unido, Noruega, Francia, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Japón, Bélgica, Sudáfrica y la URSS– mantuvieron sus bases antárticas.

La realización del Año Geofísico Internacional fue el evento, entonces, que inauguró un nuevo escenario de cooperación científico-técnica en la observación y exploración de la Tierra, así como en el intercambio y difusión de la información producto de dicha labor. Asimismo, expandió los actores, los canales y las formas de investigación en la Antártica, en tanto que favoreció la apertura para un nuevo ordenamiento internacional en materia antártica que se consagraría con la firma del Tratado Antártico en 1959.

Además, paralelamente al desarrollo de las actividades científicas, en la misma década de los cincuenta, hubo varios incidentes que demostraron el aumento de la tensión sobre la cuestión antártica. Chile, Argentina y Gran Bretaña iniciaron una competencia para sustentar sus respectivas reclamaciones, lo que generó fricciones de consideración, como, por ejemplo, el desmantelamiento de las bases argentinas y chilenas en la Isla Decepción por parte de los tripulantes del barco británico HMS Snipe mediante el bombardeo de dichas bases. A eso se le sumaban las presiones propias de la intensificación de la Guerra Fría.

Es en este contexto que el Año Geofísico Internacional vino a desempeñar un papel importante en la gestión y concreción del Tratado Antártico. Es en mayo de 1958 que Estados Unidos invita a doce países con activa presencia antártica a reunirse con miras a redactar un Tratado Antártico. El país del norte se apresura a esta iniciativa producto de los intereses que habían quedado de manifiesto durante el desarrollo del Año Geofísico Internacional. Concretamente, la preocupación apuntaba a la presencia de la URSS que –de acuerdo a la impresión estadounidense– podía prolongarse indefinidamente, con la amenaza de utilizar la Antártica con fines de ensayos bélicos y de explosiones nucleares, en caso de no existir prontamente una reglamentación internacional que lo impidiera.

Como puede apreciarse, en la raíz conceptual y en el origen histórico del Tratado Antártico predominaron exclusivamente argumentaciones de estricto sello geoestratégico y no consideraciones de recursos naturales, medioambientales o de otra índole radicalmente distinta.

El Tratado Antártico (TA) representa un hito en la historia de las relaciones internacionales, puesto que a pesar del contexto histórico en el que surge, fue capaz de crear la primera zona desmilitarizada y desnuclearizada del mundo, además de preservar al continente blanco como un lugar para la paz, la investigación científica y la cooperación internacional.

En efecto, el TA tuvo lugar en un período de cambio en el concepto de las relaciones internacionales, pues como consecuencia del hastío bélico de la Segunda Guerra Mundial y de las decisiones individuales de los estados que condujeron a esta, existía la convicción según la cual las decisiones en materia internacional deberían ser colectivas y concertadas, en vez de ser individuales y basadas en políticas de fuerza.

Como instrumento jurídico, el TA ha logrado responder con eficacia a cuestiones políticas, jurídicas y científicas durante seis décadas de aplicación. Este éxito se debe a su flexibilidad y capacidad de evolución, habiendo incorporado otros instrumentos internacionales que han ampliado el instrumento original, fundamentalmente en el ámbito medioambiental de la Antártica. Ha sido una historia de éxito, porque ha sido capaz de asegurar la paz y apaciguar la violencia latente entre estados con reclamos territoriales, además de haber contribuido a construir una sólida cooperación científica. Después de 60 años de vigencia, no ha habido acusaciones de violación al Tratado o cualquiera de sus acuerdos complementarios.

Además, el tratado aborda temas clave por medio de disposiciones concisas, prácticas y efectivas. La política de no reconocimiento de reclamos territoriales ha podido conjugarse armónicamente con la no cesión de derechos por parte de varias naciones y esta norma internacional ha permitido avanzar a pesar de la complejidad y disparidad de los criterios.

El futuro del Sistema Antártico es impredecible, como todos los futuros, pero en el caso de la Antártica, tiene un contenido mayor de incertidumbre. El número de escenarios sobre los que se podría trabajar es ilimitado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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