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El desafío de Paris o conducir el barco a un metro del iceberg Opinión

El desafío de Paris o conducir el barco a un metro del iceberg

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Mañalich nos hizo perder dos valiosos meses en que impuso sus teorías que iban contra la corriente –como las cuarentenas dinámicas que resultaron un desastre–, el desprecio a los alcaldes, al Colegio Médico y a las asociaciones médicas. La soberbia, arrogancia y su evidente interés respecto a que Piñera subiera en las encuestas, nos costó caro. Paris tiene la ventaja de ser un buen comunicador y una persona más abierta. Debe aprovechar ese capital y partir por proyectar humildad y, al mismo tiempo, un liderazgo que permita que otros actores, incluida la desorientada oposición, se sumen a una tarea que hoy se ve extremadamente difícil.


Las últimas dos semanas fueron desastrosas para el Gobierno, de las peores, incluso desde el estallido social. Partiendo por las cifras dramáticas de contagios y fallecidos, seguidas de una cadena de errores políticos y comunicacionales –de nivel amateur–, como la renuncia de la ahora exministra de la Mujer luego de un par de bochornos increíbles para apenas haber estado un mes en ejercicio, o la filtración del “instructivo” para repartir las cajas de alimentos, que hizo recordar cuando en el campo algunos candidatos compraban votos entregando sacos de harina.

Impericias, como la incapacidad de explicar el cambio de metodología para contar las personas muertas en la pandemia, el informe de Ciper y, para rematar, la salida de Mañalich, a pocos días de haber sido respaldo por el Presidente Sebastián Piñera, en el cuarto cambio de gabinete. Un panorama desolador para La Moneda.

Lo comenté hace varias semanas en esta misma columna. Cuando Mañalich sorprendió asignándose toda la responsabilidad de la estrategia seguida –“yo no sabía de la pobreza o hacinamiento» (…) «se me derrumbó el castillo de naipes”– y exculpando a Piñera, lo que proyectó fue un dilema: inmolarse por el Mandatario o forzar su salida del gabinete.

[cita tipo=»destaque»]Ojalá Enrique Paris –que lleva el mismo nombre del médico de Allende que lo acompañó en La Moneda durante el bombardeo– aproveche bien su experiencia en los matinales para comunicar mejor, pero especialmente para realizar un giro total respecto de lo que hizo Mañalich. Ojalá que actué con total transparencia y explique la grave denuncia de Ciper, que los muertos informados a la OMS duplicarían a los que se presentan acá. Ojalá que no vuelva a descalificar a la presidenta del Colmed con la vehemencia que lo hizo en la Mesa Social COVID-19, cuando ella insistía en la cuarentena total de la Región Metropolitana y Paris la trataba de populista.[/cita]

Por lo visto, fue una mezcla de ambas opciones, porque aunque el Presidente se jugó con todo por él, ratificándolo en el cuarto ajuste ministerial del 4 de junio –ahora vamos en seis–, finalmente el médico mostró su muñeca política y su temperamento, realizando un eterno punto de prensa para autoalabarse y puntualizar que él había renunciado.

Su sucesor necesitó un tercio de ese tiempo para hacer un llamado amplio, empezando su intervención con un guiño comunicacional: “Buenas tardes, para mí la prensa siempre ha sido fundamental…”.

Enrique Paris llega a reemplazar a Mañalich en un momento límite. Luego de dos meses críticos, poco queda de ese discurso megalomaníaco y triunfalista del comienzo. El estado de ánimo de las autoridades es tan negro como estos días de otoño. Las frases rimbombantes han sido cambiadas por caras confusas, errores no forzados y un ambiente depresivo que llega a traspasar la pantalla, día a día, cuando el equipo de salud enfrenta a la prensa para entregar las estadísticas de contagiados y fallecidos.

El subsecretario Arturo Zúñiga repite como un autómata un discurso previamente ensañado cien veces, respondiendo lo mismo, aunque las preguntas sean distintas. Si el Gobierno quiso bajar el ánimo de los chilenos con su relato de fines de mayo de “esta es la noche más oscura, negra y larga”, lo logró plenamente.

¿Puede haber algo peor en una catástrofe que quien está a cargo de transmitir confianza y esperanza se proyecte confundido o incluso derrotado? ¿Qué le queda al resto de los ciudadanos? Porque, más allá de la campaña publicitaria para que no salgamos, lo que los ciudadanos esperan en esta etapa –la de la noche oscura– es credibilidad. Si el Gobierno se dio el gusto de disfrutar “la previa” –febrero a abril– con fanfarronerías como creerse superiores a otros países o los chistes malos de Mañalich –como que el virus se pondría bueno–, este es el momento de la confianza.

Y las primeras señales de Paris parecen, al menos, marcar un cambio comunicacional. Pero para que la gente crea, se debe partir por explicitar que la estrategia tomada por el Gobierno en enero fue equivocada. Las cifras son elocuentes.

Hoy el desafío del nuevo ministro es monumental. Toma el barco cuando estamos a punto de estrellarnos, literalmente, contra un iceberg que puede significar que en unas semanas más nos hayamos convertido en uno de los países con las peores cifras del mundo, algo inimaginable si analizamos las mensajes iniciales del Gobierno.

Mañalich nos hizo perder dos valiosos meses en que impuso sus teorías que iban contra la corriente –como las cuarentenas dinámicas que resultaron un desastre–, el desprecio a los alcaldes, al Colegio Médico y a las asociaciones médicas. La soberbia, arrogancia y su evidente interés respecto a que Piñera subiera en las encuestas, nos costó caro. Paris tiene la ventaja de ser un buen comunicador y una persona más abierta, incluso asesoró a Michelle Bachalet. Debe aprovechar ese capital y partir por proyectar humildad y, al mismo tiempo, un liderazgo que permita que otros actores, incluida la desorientada oposición, se sumen a una tarea que hoy se ve extremadamente difícil.

Pero para que Paris logre hacer el giro, requiere de un Presidente que deje de pensar en la encuesta Cadem y en recuperar su propio capital político. En enero se decía que “las crisis” eran la especialidad de Piñera y que esta sería su revancha. Pero eso no era cierto. Nadie puede comparar el rescate de los 33 mineros –una verdadera epopeya, por cierto– con lo que hemos vivido desde octubre a la fecha. El Mandatario no manejo mal la del 18 de octubre, lo hizo pésimo. Y, claro, cuando teníamos 50 o 100 casos y el virus no mataba a nadie, por supuesto que parecía todo bajo control.

Aunque era el momento de la prudencia, de pedir apoyo a todos los sectores, el Jefe de Estado se permitió subestimar lo que venía y anticipar la normalidad. También se arriesgó a prometer que a nadie le faltaría una cama o un ventilador. “Yo me siento orgulloso de que Chile sea uno de los países que tiene buenos resultados”, señaló el 28 de abril.

Ojalá Enrique Paris –que lleva el mismo nombre del médico de Allende que lo acompañó en La Moneda durante el bombardeo– aproveche bien su experiencia en los matinales para comunicar mejor, pero especialmente para realizar un giro total respecto de lo que hizo Mañalich. Ojalá que actué con total transparencia y explique la grave denuncia de Ciper, que los muertos informados a la OMS duplicarían a los que se presentan acá. Ojalá que no vuelva a descalificar a la presidenta del Colmed con la vehemencia que lo hizo en la Mesa Social COVID-19, cuando ella insistía en la cuarentena total de la Región Metropolitana y Paris la trataba de populista.

Pero, reitero, lo primero que debería hacer es decir que la estrategia seguida fue un total fracaso. Solo así podremos empezar a creer que el cambio es real. Y, por sobre todo, que la vaya bien al ministro. Es lo que todos los chilenos anhelamos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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