Eso fue al comienzo de la llegada del coronavirus y la escalada de desempleo, confinamiento, falta de ingresos que empezó a percibirse con fuerza en Bajos de Mena. Convencida de que la cuarentena es “un privilegio para algunos”, salió a la calle, activó sus redes y se puso a la cabeza de 20 ollas comunes y de un programa “para echar la talla y desestresar a los vecinos” en su canal de TV comunitario, La Vitrina. La líder social será la primera invitada de 4 conversaciones online entre dirigentes vecinales y especialistas del Hogar de Cristo.
“Decidí quedarme morena. En vez de gastar en tintura de pelo y en peluquería, prefiero pasarle esa plata a alguien que no tiene para comer”, dice Melina Montes (46), la líder vecinal de Bajos de Mena, la reportera de televisión comunitaria, que se hizo conocida cuando en 2018 siguió transmitiendo en vivo en medio de una balacera fuera de un centro de salud, donde se desarrollaba una actividad con mujeres y niños en ese populoso sector de Puente Alto.
Sus rulos decolorados se han vuelto oscuros en función de la emergencia sanitaria que está provocando estragos en su comunidad. Ella misma lleva casi 4 meses sin pega, porque su trabajo era un emprendimiento de banquetería, que creó cuando su hija mayor se casó y prefirió comprar cien platos, tazas, copas y cubiertos antes que arrendarlos. Así nació M y M, su empresa, que iba viento en popa, “hasta que con esto se acabaron todos los eventos y celebraciones”. Lo que no cesa es su labor social en el canal La Vitrina TV. Hace dos años, con la ayuda de sus tres hijos y de Julio Antón, su pareja, fundó este nuevo canal vía streaming, luego de dejar Bajos de Mena TEVE, que fue la plataforma donde saltó a la fama.
“Pasamos avisos publicitarios locales, promocionamos comercios y emprendimientos locales, damos datos, por eso el nombre: La Vitrina. Pero también informamos sobre bingos y noticias locales, como los cortes de agua, de luz, cuestiones de utilidad pública”, detalla. Ahora hace una transmisión en vivo todos los lunes para levantarles la moral a los pobladores. “La tragedia está a toda hora en la tele abierta. Nosotros creamos un programa para hacerles olvidar el estrés a esas 12 personas que están encuarentenadas en un departamento de 38 metros cuadrados, en un block donde viven otros tantos en la misma situación de hacinamiento Lo hacemos lúdico, divertido, tira pa’arriba, con temas y datos locales, y nos conseguimos premios para ayudar a la gente. Tenemos una gift card del supermercado local que sorteamos cada lunes, agua envasada de la marca Río Bueno, la carnicería nos aportó con un costillar de chancho y nosotros le ponemos las papas, la ensalada de repollo, y le damos una felicidad tremenda a la gente con una comida de lujo. Hacemos un enlace con otra plataforma comunal, Somos Puente Alto, y coanimamos Matías Miranda, Matías Godoy, que es un conductor al que la gente quiere mucho acá en Bajos de Mena, y yo. Hablamos payasadas y entregamos premios y los vecinos lo agradecen. A mí me dicen: ‘Gracias, Meli, por ayudarme a pensar en otra cosa y quitarme la angustia un rato’”.
-¿Cómo ha cambiado la vida en Bajos de Mena a causa de la pandemia y la cuarentena?
-Acá el hacinamiento, la marginalidad, los problemas económicos, son parte del paisaje, de la vida cotidiana de siempre, el COVID lo que ha hecho es acentuar todo eso, porque está el temor al contagio de por medio. Miedo a la enfermedad y a la muerte. Pero qué le vamos a hacer, tenemos que salir a la calle a buscarnos la vida. Yo estuve medio bajoneada al comienzo, encerrada, sin pega, por lo tanto, sin ingresos ni ahorro, nunca nadie me ha cotizado por mi trabajo, yéndome a acostar para soñar que comía… Por eso, el encierro no sirve, porque es en la calle donde uno consigue las cosas. Te encuentras con una vecina que te pasa una chaucha, con otra que te comparte un kilo de arroz, que te permite salvar la comida del día. Eso hace la gente, además al salir se te refresca la mente. La comunidad es lo que te ayuda, la vecindad, la solidaridad entre todos.
-O sea, ¿la cuarentena no sirve?
-Es un privilegio para algunos. Ojalá todos pudiéramos tenerlo, pero, encerrada, yo no habría logrado tener funcionando 20 ollas comunes en tres kilómetros cuadrados a la redonda aquí en el sector, donde entregamos 5 mil colaciones diarias con la ayuda de empresas, instituciones, donaciones de vecinos y las moneditas que pueden dejar las mismas personas beneficiadas.
De estos temas, de lo que pasa en Bajos de Mena, sector surponiente de la comuna de Puente Alto, donde habitan 140 mil personas, que se caracteriza por la mucha pobreza y el hacinamiento poblacional, Melina Montes conversará con el director ejecutivo del Hogar de Cristo, Juan Cristóbal Romero. La cita es este lunes 20, a las 17 horas, y es la primera de un ciclo de cuatro conversaciones sucesivas con líderes sociales territoriales y especialistas del Hogar de Cristo, que serán informadas en redes sociales y transmitidas por radio Cooperativa.
-Meli, ¿recibiste la caja de mercadería del Gobierno?
-Sí, a nosotros nos llegó la caja, pero se la donamos a unos vecinos y así les aseguramos un par de semanas sin hambre. Yo tengo la suerte de que mis tres hijos siguen con pega, pero hay casas donde todos están sin trabajo, sin ni un peso. Ahora yo creo que las cajas como solución son limitadas. Nosotros ahora estamos pasándoles 200 mil pesos en mercadería diversa a los almaceneros del barrio, esos que trabajan al fiado, que conocen a su clientela y tiene una relación. Nos ayuda Coca-Cola, Canasta Local, que es una fundación que conecta las donaciones con las organizaciones comunitarias, y eso para que las personas tengan acceso a otro tipo de productos, como desodorante, afeitadoras desechables, toallas higiénicas. Acá en Bajos de Mena tenemos harta ayuda, pero en general nos traen abarrotes: fideos, legumbres, arroz… pero faltan otras cosas: artículos de aseo, pañales de guaguas y de adultos, eso no hay.
Melina, que a diario habla con decenas de personas, cuenta de “una mamita que el otro día se me puso a llorar cuando me confesó que para ella ver a su hijo de 17 años con la barba de un viejito de 80 años la mataba, pero que no tenía una luca para que se comprara una afeitadora. Y si la tenía, era para darles de comer a los suyos”.
Otro tema angustiante que están padeciendo muchas familias de Bajos de Mena es la falta de pañales. “Una señora me comentaba que había comprado un fardo de ropa usada, pero no era para venderla en la feria, sino que para usar las prendas como pañales para su hija postrada, con discapacidad. Ya no le quedaban trapos y hacía semanas que no tenía pañales desechables. Esta tragedia de la pandemia es todavía peor en las familias donde hay enfermos crónicos, personas mayores postradas y guagüitas, claro”.
-De todo lo que has visto en este tiempo tan difícil, ¿qué es lo que más te ha conmovido?
-Es algo bien sencillo. En una olla común me tocó ver a un niño de 4 años que tenía la conciencia de que debía compartir su yogur con sus dos hermanos. Sacó una cucharita y se comió un tercio y guardó el resto. Eso puede que sea cosa mía, pero me puso mal: ¡Qué terrible que un niño tan pequeño tenga esa conciencia tan clara, porque revela lo que están pasando, que es hambre!
Melina no se queja, pero corretea todo el día. “¡Es tanto mi trabajo! Hay que andar para allá y para acá, consiguiendo donaciones, conversando con gente, escuchando a todos. En todo este ajetreo, les he dicho a mis hijos: saliendo de esta, tengo que hacer una fundación social de amplio espectro, que ayude al postrado, al drogadicto, al abuelito que duerme tapado con cartón en la esquina porque no tiene casa y no le dan cupo en los albergues. A tanto cabro que tiene talento futbolístico o canta o actúa increíble. Yo quiero que se sepa que Bajos de Mena es un mundo de talento, más que de balas o de edificios mal construidos. Ahora mismo hemos visto cómo el hacinamiento genera violencia intrafamiliar. Tengo a muchas mamitas que han tenido que dejar sus casas y refugiarse donde familiares, porque el encierro, la falta de plata, el hambre, todo forma parte de una cadena de problemas”.
-Que a las mujeres las castiga más duramente…
-Claro. Hay muchísimas mujeres solas, jefas de hogar, a cargo de sus niños. El problema más grande es que los papás que les ayudaban con una pensión, ahora se han quedado sin pega y ellas no tienen cómo pagar los arriendos. Yo vivo en el block que tú conoces, y sigo en él, aunque todos los de esta comunidad estamos por recibir casas nuevas. Pero, ¿sabes?, yo no me cambiaré. Porque si nos vamos, derrumbarán el block y yo quiero que lo dejen parado para albergar a todos los que necesitan hoy una vivienda, como esas mamitas que se han quedado sin la pensión alimenticia para pagar el arriendo de la casa donde viven con sus hijos. Estoy en conversaciones con el Serviu para eso, para que les dejen este espacio a esas vecinas. ¡Hay tanta cosa que hacer!
El temor a la enfermedad, más considerando que ella es parte de la población de alto riesgo, le refuerza la idea de crear una fundación de ayuda social para dejar un legado, “por si algo me pasa”. Insulinodependiente, Meli se trata en el mismo Cesfam donde la pilló la balacera en 2018. Siempre ha luchado contra los kilos de más, porque, como dice, “alimentarse sano es caro, por eso hay tanta obesidad en los sectores vulnerables. Yo soy diabética y no me quiero contagiar, por eso uso mascarilla y escudo facial y ando con alcohol gel y me lavo las manos a cada rato. Pero hace unos tres meses me dio una subida de azúcar y empecé a ver mal, casi nada. Me estaba quedando ciega por desprendimiento de la retina. Así descubrieron que tengo que hacerme una retinoplastía diabética. Gracias a Dios y a la Alejandra Mustakis que me han ayudado, y ahora puedo volver a ver bien, ya no nublado”.
Afirma que Alejandra Mustakis, la diseñadora que preside la Asociación de Emprendedores de Chile, fue de las primeras en llegar con canastas de ayuda a Bajos de Mena, y quien se interesó por ella y su incipiente ceguera y le consiguió un retinólogo.
“Julio, mi compañero, también ha sido de mucha ayuda. Es mi lazarillo. Él me va avisando donde hay un hoyo, un peldaño y me acompaña a todas partes. Un vecino nos presta su vehículo para que podamos hacer las gestiones para mantener las ollas comunes, conseguir ayuda y los trámites médicos, porque me van a operar los ojos pronto, en una par de semanas. Es muy jodido tener mala salud en medio del COVID. Alimentarse bien, como se debe, es muy caro. Un kilo de arroz integral vale 1.800 pesos, tres veces más caro que el corriente. Imagínate cómo lo hacen los celiacos, cómo hacemos los diabéticos. Y hay una cuestión cultural también: entre los pobres el agradecimiento se demuestra con sopaipillas, pan amasado, calzones rotos, un quequito, un pie, una tartaleta, aunque no haya plata, siempre se las arreglan para agradecerte con algo dulce. O sea, en vez de comer lechuga, ahora, con lo de las ollas comunes y las ayudas que estamos consiguiendo, los regalos me han hecho subir varios kilos –confiesa Meli, con una carcajada–. Optimista, con las pilas siempre cargadas y soluciones prácticas para lo que le pidan.